Andrea Oelsner: "Vamos hacia un mundo más peligroso, con menos consensos y un poder disperso"

"La Argentina parece estar quedándose en el mundo con menos amigos, y no necesariamente mejores: con líderes con poco respeto por las instituciones", explica Andrea Oelsner, doctora en Relaciones Internacionales por la London School of Economics y profesora en la Universidad de San Andrés. Especialista en seguridad global, analiza el nuevo tablero de poder con la lucidez de quien pasó años estudiando cómo los países construyen —o destruyen— sus alianzas.
"Estamos en un mundo en transición, con el poder bastante más disperso, con China como un país más poderoso que en décadas anteriores y con organismos internacionales como la ONU que, en los últimos años, perdieron relevancia". Un escenario donde "tenemos una difusión del poder y un debilitamiento de los organismos multilaterales, es decir, un debilitamiento de la capacidad y voluntad de negociación y de construcción de consensos". Y ese debilitamiento, dice, tiene consecuencias: "Esto hace que el próximo mundo, el que se está formando y gestando, sea más peligroso e inestable".
El regreso de Trump no hace más que potenciar el desorden. "Todo este discurso en el que dice que va a comprar o invadir Groenlandia, Panamá y ver cómo anexar Canadá demuestra un desdén importante por los principios fundantes del sistema internacional contemporáneo". En otras palabras, el unilateralismo más crudo, un sistema de ideas que, advierte Oelsner, puede llevar a Xi Jinping a pensar: "¿Por qué tengo que tener cuidado con Taiwán si el presidente norteamericano quiere apropiarse de territorios soberanos en nombre del interés estadounidense?'".
Argentina, Milei, Estados Unidos, Trump, China, Taiwán, el sur global, el unilateralismo, la prepotencia, el pragmatismo y la incertidumbre, en este mano a mano con El Economista. ¿Hasta dónde puede escalar el peligro en 2025 y 2026?
—Cuando mirás el escenario global y la relación entre Estados Unidos y Argentina, ¿qué elementos te parecen clave para entender el panorama?
—Estoy viendo, principalmente, que hay que tratar de ampliar la mirada, de no enfocarse en un zoom demasiado cerrado. Antes teníamos las cámaras viejas, donde uno podía ir cambiando el lente.
Y me parece que hay que poner un gran angular y no leer la relación entre Estados Unidos y Argentina, o más precisamente entre Trump y Milei, de forma aislada. Si ampliamos la foto y miramos el paisaje más general, podemos ver mejor ciertas tendencias. Ese paisaje implica, además de la relación bilateral, la relación entre Estados Unidos y América Latina en general e, incluso, una mirada más amplia sobre lo que está pasando con el sur global.
El sur global y Estados Unidos, el sur global y Occidente, y los movimientos en la distribución de poder que se vienen dando en las últimas dos décadas, cada vez más acelerados en los últimos años.
A nivel regional, América Latina tiene históricamente una grieta. Desde hace años, cada vez que enseño política latinoamericana, hago una especie de mapa con los gobiernos de derecha, los gobiernos de izquierda, los de centroizquierda, los de centroderecha. Siempre fue como un tablero de ajedrez donde las negras y las blancas se van alternando. Y eso sigue estando.
Lo que pasa es que, en los tiempos que corren, esa grieta está más profundizada entre gobiernos de izquierda y centroizquierda por un lado, y gobiernos que se inclinan a la derecha por el otro, una derecha que va desde la libertaria hasta una neoconservadora, e incluso combinaciones de ambas. Entonces, en este contexto, el gobierno de Milei queda mucho más en sintonía con el gobierno de Trump en América Latina. Eso puede servirle a Milei en particular y a la Argentina en general para obtener apoyos, tanto simbólicos como concretos, que el país va a necesitar en un futuro relativamente cercano.
Sobre todo, apoyo en gestiones y negociaciones que la Argentina va a necesitar. Esto, a cambio de algo que Milei va a hacer casi naturalmente: alinearse con el gobierno de Estados Unidos, lo que en los '90, con Menem, llamábamos "alineamiento automático".
—¿Qué puede ser problemático de ese alineamiento automático?
—La Argentina queda, en América Latina, en compañía de gobiernos como el de Bukele en El Salvador y de líderes como Bolsonaro en Brasil, que tienen credenciales democráticas cuando menos frágiles. Un alineamiento "automático" con el gobierno de Estados Unidos puede traer un distanciamiento con países de la región que han sido tradicionalmente socios o incluso amigos. Y esto va a debilitar la participación y la incidencia que tenga la Argentina en consensos regionales y negociaciones conjuntas desde la región. La Argentina parece estar quedándose con menos amigos, y no necesariamente mejores: con líderes con poco respeto por las instituciones. Esto puede ser un problema, porque, además, la Argentina queda alineada con países que tampoco forman un bloque o un grupo cohesionado.
—¿Qué forman hoy Italia, Hungría, Estados Unidos y Argentina?
—No constituyen una estrategia conjunta de política internacional, sino que tienen una postura de actuación más individual. Los une un tipo de liderazgo. Entonces, la política internacional pasa a estar más centrada en líderes que en países. Y eso, para la política internacional, es problemático, entre otras cosas, porque descansar sobre personas y actores individuales hace que la continuidad de las políticas sea mucho más difícil.
—¿Cuál es la relación entre Argentina y el sur global hoy?
—La Argentina se aleja clara y abiertamente de un discurso y una identidad que tuvo tradicionalmente, que es su pertenencia a lo que hoy llamamos sur global, que en su momento fueron los países no alineados y los países en desarrollo. Se puede discutir muchísimo acerca de qué es el sur global, qué lo define. No es necesariamente una región geográfica, aunque hace referencia al sur. Es, en cambio, una región discursiva. Y sabemos que las regiones no son formaciones objetivas de la realidad, sino que se construyen políticamente.
Por ejemplo, Australia está en el hemisferio sur y no es parte de lo que en política internacional llamamos sur global, o Japón pertenece económicamente a Occidente, y geográfica e incluso culturalmente no. China está al norte del Ecuador (es decir, en el hemisferio norte) y, sin embargo, se erige en líder del "sur global". Sur global, norte global, Occidente no necesariamente son espacios geográficos, ni espacios excluyentes. Argentina siempre proclamó una pertenencia cultural a Occidente y también al mundo en desarrollo, como posicionamientos políticos. Siempre, hasta ahora.
En los últimos años, el sur global ganó mucha visibilidad, pero también adquirió peso propio en foros y negociaciones internacionales. Argentina, al romper y rechazar esta pertenencia discursiva al sur global, resigna un espacio de participación y de injerencia importante en el delineamiento de un mundo que se está gestando mucho más multipolar de lo que fue durante toda la Guerra Fría y en los primeros veinte años de la posguerra fría.
En la nueva multipolaridad, el sur global se transforma en un actor —otra vez, como una región discursiva—, un actor claro, visible, identificable, y la Argentina resigna y rechaza ese espacio de participación. Con lo cual, se aleja de sus socios tradicionales de América Latina e incluso más allá, que en el pasado le brindaron apoyo en su reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas, por ejemplo. Asimismo, es difícil que, como país individual, pueda tener alguna voz en los debates que se están dando y en el mundo que se va formando, ni en Occidente ni en el sur global.
—¿De qué manera la presidencia de Trump redefine el papel de EE.UU. en el mundo?
—Estados Unidos fue históricamente un país aislacionista, protegido por sus océanos. De hecho, Canadá, con la misma geografía, entró en las Guerras Mundiales apenas empezaron, mientras que Estados Unidos retrasó varios años su participación —en la primera guerra mundial tarda tres años en involucrarse y en la segunda, dos años—. Estados Unidos trató históricamente de mantenerse al margen.
La excepción en la política norteamericana fueron los años inmediatos a la posguerra fría. Por supuesto, durante la Guerra Fría, Estados Unidos tuvo injerencia en muchas partes del mundo, en América Latina sin ir más lejos, pero no con una política expansionista como la que adoptó después del fin de la Guerra Fría. Tradicionalmente, Estados Unidos ha tenido una política aislacionista, bastante más conservadora y hasta retrógrada —históricamente hablando— en comparación con los años del liberalismo en sentido americano, con una política de valores liberales en los años '90.
Por ejemplo, en Estados Unidos, seguía habiendo segregación racial en los años '60. Entonces, las tendencias conservadoras no empiezan ni con este gobierno de Trump de hace pocos días, ni siquiera con el gobierno de Trump anterior.
Volviendo a la política internacional, la transición de poder y la dispersión del poder en el mundo empiezan también bastante antes, y el realismo en relaciones internacionales parecía haberlo anticipado. Ya en los años '90, hablaban del momento unipolar y anticipaban que el unipolarismo norteamericano —el liderazgo global casi sin competencia de Estados Unidos en el mundo— no iba a durar mucho y que pronto sobrevendría un mundo en transición. En ese momento, era más difícil ver qué tipo transición.
Hoy se perfila mucho más claramente. Estamos en un mundo en transición, con el poder más disperso, con China como un país claramente más poderoso que en décadas anteriores, Rusia recobrando peso y con organismos y organizaciones internacionales como la ONU que, en los últimos años, perdieron relevancia. Con lo cual, tenemos una difusión del poder y un debilitamiento de los organismos multilaterales, de la capacidad y voluntad de negociación y de construcción de consensos.
Esto hace que el próximo mundo, el que se está formando y gestando, sea peligroso e inestable, porque se fue perdiendo el hábito de la búsqueda de consensos multilaterales. Esto se ve claramente en el rol —o la falta de rol— de las Naciones Unidas, el principal símbolo del multilateralismo, en la guerra de Ucrania y en la guerra de Medio Oriente: ninguno. Y eso, en general, hace que el mundo sea más peligroso.
—Trump trató a Canadá como si fuera parte de EE.UU. en una entrevista. ¿Refleja esto una tendencia a abroquelarse más en su región, expandirse y fortalecerse ahí en lugar de proyectarse globalmente?
—Todo este discurso de Trump, en el que dice que va a comprar o invadir Groenlandia, Panamá y ver cómo anexar Canadá, demuestra un desdén importante por los principios fundantes del sistema internacional contemporáneo, que es un sistema basado en el principio de soberanía y en el derecho a la integridad territorial.
Con lo cual, este discurso y estas afirmaciones hacen realmente muy poco para persuadir, por ejemplo, a Xi Jinping de que "recuperar Taiwán" no es una buena idea. Trump es, sobre todo, unilateralista: "Esto es lo que yo quiero y esto es lo que yo voy a hacer, independientemente de si se puede o no se puede, porque es lo que Estados Unidos necesita, e independientemente de si con esto habilito otros discursos que pueden resultar disruptivos para el orden y la paz del sistema internacional".
Con ese sistema de ideas, Xi Jinping podría pensar: "¿Por qué tengo que tener cuidado con Taiwán si el presidente norteamericano quiere apropiarse de territorios soberanos como Groenlandia, Panamá o Canadá en nombre del interés estadounidense?".
El de Trump es un discurso que legitima formas y políticas muy problemáticas para el orden internacional.
—¿Qué diferencia creés que va a haber entre la primera y la segunda presidencia de Trump?
—Vuelve con más experiencia, más vengativo y va a evitar cometer errores del pasado. También vuelve a la presidencia en un mundo que siguió cambiando. En los últimos dos o tres años, el escenario global se volvió más explosivo. Sin instituciones y organismos internacionales de relevancia, hay mucho más espacio que antes para un discurso unilateral, agresivo y prepotente. En este contexto, sus modos revanchistas pueden resultar más incendiarios.
—En el podcast The Rest Is Politics, Alastair Campbell y Rory Stewart mencionan que, las dos veces que Rusia invadió Ucrania, Trump no estaba en el poder. ¿Se le puede reconocer una capacidad para haber evitado o apaciguado la guerra?
—Sí, son procesos largos. Alguien podría pensar que en la invasión de Rusia a Ucrania en 2014 tampoco estaba gobernando Trump. Por eso, Trump tiene la fama de ser aislacionista y de no iniciar guerras. No digo que Estados Unidos vaya a meterse en guerras, pero el discurso de Trump habilita, legitima y permite una escalada. Puede ser que Trump después no inicie conflictos, pero su discurso empodera narrativas mucho más agresivas que sí pueden terminar en violencia.
Si Estados Unidos tiene un discurso aislacionista, sobre todo ambiguo respecto de su rol en Europa o en Asia, y al mismo tiempo deja de sostener una defensa firme del derecho internacional y del principio de soberanía de los Estados, China podría interpretar que no habría gran resistencia si decide avanzar sobre Taiwán, su reclamo histórico. Mi punto es que, si bien Estados Unidos no necesariamente va a participar en todas estas guerras, se está propiciando un orden donde la búsqueda de consensos y de negociaciones diplomáticas tiene mucho menos peso que en el pasado.
Incluso durante la Guerra Fría, la diplomacia tenía un valor muy importante, entre otras cosas, porque existía la posibilidad de la destrucción mutua asegurada. La búsqueda de instancias de negociación era importantísima. Se podría decir que, en la posguerra fría, las señales fueron mucho más mezcladas: hubo un fuerte unilateralismo y una expansión agresiva de Occidente, que entró a imponer la democracia y los derechos humanos por la fuerza en muchas partes del mundo, sobre todo después del 2001. Pero en los '90, existía un clima de búsqueda de consensos y los organismos internacionales se fortalecieron, actuaron y hubo, por ejemplo, un crecimiento enorme de las misiones de paz en conflictos violentos.
No esperemos eso con Trump. Esa búsqueda de consenso se debilitó en los últimos años y mucho más con el regreso de Trump al gobierno, con este tipo de discursos tan asertivos y contrarios al derecho internacional, al orden y al respeto de normas que antes estaban más aceptadas a nivel global.