En los 90 intentamos “liberalismo versión peronista”. Hace 20 años venimos probando “socialismo versión peronista”. Parece que ahora existe una probabilidad razonable de intentar algún tipo de “economía halconera” pero versión “no peronista”. El mundo atónito nos mira y se pregunta: ¿cuál será el nuevo plan de la tribu?
Resalto lo complicado que para el próximo presidente será equilibrar a la Argentina a nivel económico. ¿Habremos llegado a una situación en donde el equilibrio político hacia un enfoque ortodoxo de mercado es imposible y por lo tanto hace que la solución económica se quede atrapada en la irrelevante utopía de un Excel? Que Satanás no lo permita, si esta vez vamos a chocar, que sea con halcones. Nos pasamos ochenta años probando con peronismo, radicalismo y gradualismo. Siento que nos llegó el tiempo de intentar otra cosa.
El presidente que viene si es que quiere sobrevivir a esta selva a la que llamamos Argentina, deberá intentar tres cosas a inicios de su gestión sin que le tiemble el pulso: 1) eliminación de este peso, 2) convergencia rápida a déficit cero, 3) desregulación y apertura de la economía. Será más difícil que cruzar Los Andes, pero como decía el General San Martín, es “imposible” pero al mismo tiempo, “imprescindible”. Si San Martín fue capaz de cruzar Los Andes en mula y liberar a todo un continente, yo creo que al menos podemos intentarlo.
Si Argentina decidiera implementar “déficit cero con apertura y desregulación de su economía complementada con alguna forma de estabilización inflacionaria rápida”, el rally de bonos y acciones argentinas sería épico porque nuestra nación se permitiría intentar un proceso de crecimiento sostenido, algo que no podemos hacer desde larga data. En esta compleja coyuntura que enfrentamos, para un próximo presidente que no tendrá chance inicial de endeudarse, una “dolarización sin déficit cero” sería matemáticamente imposible. Por lo tanto, la dolarización en sentido amplio como la estoy definiendo (convertibilidad incluida), obligaría a la disciplina fiscal inmediata pero insisto, la percibo solo como un complemento posible respecto a medidas mucho más relevantes en torno a la reformulación de todo nuestro modelo económico. Lo importante es eso, “rotundo cambio de modelo con ancla fiscal y cirugía”, la dolarización sería en el mejor de los casos un detalle que permitiría una rápida estabilización de nuestro drama inflacionario pero no es libre de costos futuros.
La dolarización nos ahorraría tiempo en el proceso de estabilización inflacionaria al inicio pero podría comprarnos un montón de problemas a largo plazo, no es una negación al concepto pero es importante ser conscientes de que todo en economía tiene beneficios y costos. Obviamente, la dolarización no resuelve un déficit fiscal cercano a 7 puntos del PBI, la raíz de todos nuestros problemas. Y para los que tenemos canas, recordemos que en 2001 los gobernadores emitían cuasimonedas “financiándose por fuera de la convertibilidad”. En Peronia, dolarizar no elimina el riesgo argentino de emitir para una nación acostumbrada a violar contratos y reglas institucionales cada vez que se le complica el panorama. Hasta llegamos a incumplir la ley de intangibilidad de los depósitos en 2001. Es más, Argentina es un país tan extraño que hasta se puede dar el caso de “emisión de cuasimonedas” incluso sin tener un banco central. O sea, la inexistencia de un banco central no asegura la imposibilidad de emitir, lo cual probablemente sea único en el planeta. Detrás de todo esto está una clase política que siempre encuentra la forma de violar reglas preestablecidas.
Un número sin implicancias específicas: suponiendo que las reservas netas del Banco Central son aproximadamente USD 2.000 millones, si dividimos base monetaria por dicho número, el ratio resultante supera los “2.000 pesos por dólar”. Bajo el escenario de dolarización en sentido amplio, sería útil primero conocer el “precio” al cual se implementaría la misma o sea, el tipo de cambio que surgiría de convertir toda la masa de pesos actuales por los pocos dólares que nos van quedando, suponiendo que esta vez el FMI no estará disponible para prestarnos dólares de significatividad como tampoco Wall Street, en este último caso, a precios de deuda razonables. Les recuerdo que Argentina 2024 arranca con precios de default.
Dada nuestra historia reciente, me cuesta creer que el mundo se desespere por ingresar masivamente dólares aun cuando los anuncios suenen bien. La historia de “lluvia de inversiones” sólo fue una ilusión y no creo que el 2024 sea una excepción. Esta vez, vamos a tener que hacer muchas cosas bien por mucho tiempo para que el ingreso de dólares sea significativo y sistemático por lo que me resulta razonable imaginar que una eventual dolarización arrancaría con “muy pocos dólares”. No hay nada mágico en la Argentina que se nos viene. No veo que ningún argentino se desespere por ingresar a un nuevo blanqueo después de lo ocurrido con Mauricio.
Pareciera entonces que el próximo presidente encontraría una situación donde Argentina tendría muchísimos pesos y muy pocos dólares planteando una pregunta más que obligada: ¿a qué tipo de cambio dolarizaríamos y cuánto va a doler? Es bueno comunicarlo, así los argentinos podrían calcular lo que le darían a cambio de sus plazos fijos en pesos y en cuánto resultarían los salarios dolarizados en lo que sería “el momento cero” de la dolarización a la cual insisto, no hay que pensarla necesariamente en sentido estricto, tal como fue la convertibilidad de los 90.
Mi sensación es que en el estado actual de la Argentina la dolarización no tiene otra chance que la de efectivarse a “salarios cubanos”. No es una crítica al concepto, pero creo que mucho votante que apoyaría la decisión no lo sabe. El cepo oculta la “cubanidad” de nuestra economía. Dolarizar y tener salarios como en Dinamarca es obviamente imposible. La transformación hacia la ortodoxia implicará el sinceramiento de enormes costos iniciales y ahí deriva el bíblico desafío político del próximo presidente. La dolarización vendría a sincerar una destrucción de riqueza que ya ocurrió en la Argentina a lo largo de varias décadas. Dicha riqueza ya fue destruida, lo único que estamos haciendo hoy en día, es ocultarlo.
De esta forma, la dolarización sería un acto de formidable sinceramiento argentino. El tipo de cambio al que se realice debiera probablemente ser mucho más alto que “380”. Inicialmente los salarios en dólares serían estrepitosamente bajos por lo que “dolarizando”, los argentinos comprenderían finalmente los efectos de las últimas décadas de nuestra historia. Con la dolarización que pudiera ocurrir, los argentinos con ingresos más altos (políticos obviamente) inicialmente ganarían mucho menos que un cajero de supermercado en Estados Unidos a menos que aparezca un “préstamo mágico”. Los bajísimos “precios iniciales” que eventualmente surgieran de dicha dolarización en términos de salarios por ejemplo, debieran ir “mutando dinámicamente” con mejoras importantes en tanto y en cuanto la dolarización tenga como principal premisa: “déficit cero sin excepciones”.
La dolarización se debe entender como un proceso dinámico. En el spot (“momento cero de la dolarización”) se tendría el acto de sinceramiento más cruel que hayamos visto en décadas, pero a lo largo del tiempo, si mantenemos déficit cero a rajatabla y apertura económica, mucho dólar debiera ingresar a la Argentina sumado a significativos aumentos de productividad que generarían recomposición de precios medidos en dólares incluido salarios, implicando una “futura des-cubanización argentina”. Si la dolarización se complementa con “déficit cero” para siempre, entonces el ingreso de dólares desde el exterior generaría que los “precios cubanos” con los que arrancaría la dolarización pudieran ir convergiendo a “precios internacionales”.
Al ser la “inercia inflacionaria” en pesos tan enorme, para desinflacionar de golpe, se necesita pegar un hachazo de entrada, de lo contrario vamos a estar años intentando bajar la inflación y no nos sobra el tiempo. Es en este rubro inercial en donde dolarizar en sentido amplio podría agregar valor aunque Israel en su exitoso programa antiinflacionario optó por un shock heterodoxo opuesto a la dolarización. La señal fiscal es la madre de todas las bondades, a la dolarización en alguna de sus formas la veo como un bienvenido complemento en el mejor de los casos y no es libre de costos. Dolarizar sin dólares es todo un desafío y desconfío de la actitud futura de nuestros políticos cuando algo se nos complique y recuerden: Argentina siempre encontró la forma de volver a emitir.