Dolarizar sin dólares: el debate requiere un precio que nos alerte sobre su licuación potencial
Argentina tiene un récord único en el cosmos. En materia de política económica, todo lo que se intentó en los últimos cien años salió mal, esta es nuestra principal condición inicial: “somos una máquina implacable de fracasar”. En este contexto, es muy sano para una nación pensar en nuevas alternativas como es en este caso, el “debate dolarizador” el cual es muy bienvenido, pero sin caer en el error de ideas potencialmente caóticas que carezcan de un modelo de “equilibrio general dinámico” subyacente. Siento que por momentos, la dolarización se analiza en “equilibrio parcial y estático” y creo ser generoso en la apreciación.
Dolarizar tiene probablemente una gran ventaja: poder bajar relativamente mucho más rápido la inflación cuya raíz es claramente el “peso”, de esta ventaja relativa no caben dudas pero como todo en economía, dicha medida tiene múltiples costos que también hay que considerar a la hora de evaluar una decisión que es en esencia extremadamente rígida y que por lo tanto, no permite errores ni arrepentimientos. Y para ello basta con recordar cómo culminó el experimento de la convertibilidad en 2001: “mega devaluación”, “default soberano”, “saqueos”, “pobreza”, “confiscación de ahorros privados”, “corralito”, “colapso económico”, “presidente en helicóptero” y un “congreso entero aplaudiendo felizmente la ruptura de la criatura”. En este contexto estamos obligados al menos a hacernos tres preguntas básicas para empezar a debatir. ¿Qué nos hace pensar que esta vez todo será diferente? ¿No estaremos otra vez poniendo el carro delante del caballo? ¿No estaremos nuevamente subestimando la formidable precariedad de la macroeconomía argentina? Y no pretendan que intente siquiera articular una sola respuesta en estos tres frentes, porque no las tengo.
El punto relevante para tener en cuenta es que en esta Argentina que hoy tenemos, las soluciones mágicas no existen. Si la dolarización se entiende como un complemento a una política económica que reforme de raíz al modelo actual y recupere uno basado en la lógica productiva y en la disciplina fiscal, dolarizar entonces sería un aliado quizá a considerar pero si ese fuera el caso sería útil que les cuenten a los argentinos lo dolorosa que podría ser dicha conversión para una nación en la que escasean los dólares en poder del Estado Argentino. La condición necesaria para intentar salir del drama en el que hoy estamos es reformular al Estado y desregular. Dolarizar como concepto aislado esquivando lo que verdaderamente importa, achicamiento inmediato del gasto público y desregulación, corre el riesgo de diluirse. Insisto con algo que repito hace largos meses: nadie le viene poniendo un precio a la dolarización porque “dolarizar sin dólares” genera escenarios exponencialmente licuatorios y no digo que esto sea “malo” pero si me permito reconocer que mucho argentino lo desconoce. El debate es merecido pero requiere un precio y podríamos hacerlo como cuando se evalúa un proyecto de inversión sujeto a incertidumbre: se definen “tres” escenarios, uno base, otro optimista y otro pesimista y cada uno de ellos con sus precios respectivamente asociados los cuales irán cambiando en el tiempo de acuerdo se desenlace la incertidumbre. Comparto algunas preguntas con ustedes:
Primero, en finanzas todo tiene un precio. El debate dolarizador merece ponerle precio a la estrategia y un dólar de 750 con cepo no parece ser un precio de mercado. Es importante que los argentinos comprendan las consecuencias licuatorias inmediatas que podría tener dicha medida como por ejemplo, en el valor dólar de los plazos fijos en pesos que muchos ciudadanos tienen como ahorro o si un argentino decidiese comprarse una hamburguesa en Uruguay, en vez de hacerlo en Argentina.
Segundo, es relevante considerar que en las condiciones actuales Argentina dispone de muy pocos dólares para dolarizar o sea, hoy por hoy, estamos intentando dolarizar sin dólares. Siempre se puede recurrir a endeudamiento externo o a la venta de activos argentinos como contrapartida pero ninguna de las dos alternativas parecería estar fácilmente disponible para una decisión rápida e inminente y en este proceso las condiciones iniciales importan. No es lo mismo dolarizar con “muchos dólares” como contrapartida que con pocos dólares. Si bien este concepto es trivial, no queda claro cuál sería la fuente con la que Argentina podría nutrirse inmediatamente de dólares y su costo.
Tercero, no queda claro si la dolarización se realizaría de manera inmediata o dilatada en el tiempo. Si se escogiese dilatar la decisión, esto obligaría a la Argentina a instrumentar un programa antinflacionario en la transición, teniendo en cuenta que la inflación es uno de los principales problemas que se intentaría desactivar con la dolarización. Por lo tanto, es posible que la principal bala antinflacionaria, la dolarización, no estaría disponible al inicio. Recordemos que la “desinflación” es uno de los principales argumentos en favor de la dolarización.
Cuarto, escucho en estos días que la licuación ya “ocurrió” lo cual podría ser una gran subestimación. El concepto de dolarización sin reestructuración fiscal plena nos puede llevar a escenarios exponencialmente licuatorios. Subestimar esta realidad y la reacción psiquiátrica de los argentinos ante el evento, podría convertirse en un severo error estratégico.
Quinto, el tipo de cambio flexible es probablemente la mejor estrategia de estabilización automática ante un shock negativo local o internacional. Con la dolarización se sacrificaría al estabilizador automático y Argentina podría fácilmente encarecerse frente al resto de la región perdiendo competitividad, un aspecto varias veces observado en nuestra economía. La dolarización es un chaleco de fuerza inquebrantable a la hora de navegar escenarios negativamente impensados y estos escenarios son muy comunes para mercados emergentes. Temo que ante dichos eventos hagamos lo que hicimos siempre: “rompimiento de contratos”.
Sexto, la noción de que “dolarizando” podríamos matar definitivamente al “peso” y con ello evitar que nuestros políticos tengan la capacidad de financiar gastos con la emisión de moneda local no es cierto dado que las provincias podrían emitir cuasimonedas como lo han hecho en el 2001. Recordemos que cuando Argentina se complica, lo primero que se sacrifica son las reglas contractuales y las leyes vigentes.
Mi principal sugerencia y a pesar de la incertidumbre que dicha actitud conlleva, agreguémosle al debate dolarizador un precio, se lo merece.