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El desafío de desarmar espejismos

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En sus Bases para la Reconstrucción Nacional, Raúl Scalabrini Ortiz afirmaba: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende, es que están tratando de robarle.”

Esta frase ha sido usada en incontables ocasiones por el kirchnerismo para empujar sus ideas respecto a la economía. Quizás habría que reformularla por algo como: “Cuando usted entiende una cosa o si algo le parece demasiado bueno para ser verdad, siga preguntando, porque es probable que estén tratando de robarle.”

Es cierto que en muchos casos, los principios económicos son sencillos. El equilibrio fiscal, la independencia del Banco Central o el respeto de los derechos de propiedad, son nociones indiscutidas y probadas que puede manejar cualquiera que sepa sumar y restar o simplemente usar el sentido común.

Sin embargo, en algunos casos, las ideas económicas son más complejas o incluso contraintuitivas. Por ejemplo, la superioridad de la asignación de los recursos a través del mercado es una idea que resulta muy sorprendente, ya que postula que un sistema descentralizado, descoordinado y caótico conduce a una asignación económica más óptima que la que lograría un planificador centralizado.

En algunos casos, las ideas son engañosas porque lo aparente resulta incorrecto. Por ejemplo, la creencia de que las restricciones cambiarias son la mejor manera de proteger las reservas, que los controles de precios sirven para controlar la inflación, que la protección industrial mejora el empleo, o que reducir los impuestos a algunos sectores puede ser gratis, porque una mayor actividad generará más ingresos fiscales, son todas ideas que parecen correctas. Al fin y al cabo, ¿el cepo cambiario no protege el uso de las reservas?, ¿los controles de precios no acotan ciertos precios, reduciendo la inflación?, ¿la protección industrial no fomenta el empleo en algunos sectores? ¿Si se expande una actividad, no se genera una mayor recaudación? Sin embargo, estas ideas que a primera vista resultan naturales e intuitivas, son incorrectas.

En casos como estos la frase de Scalabrini Ortiz podría hacer agua, ya que una de las contribuciones más importantes de los economistas es pensar el sistema económico como precisamente eso, un sistema. Es decir, como una serie de relaciones que influyen unas en otras y donde la clave es estudiar el efecto conjunto de todas esas interacciones. En otras palabras, hay que entender que las acciones tienen repercusiones que es fundamental verificar hasta que el sistema encuentra su equilibrio. Este análisis se conoce como “equilibrio general”.

Veamos cómo funciona el concepto de equilibrio general para estas ideas aparentemente naturales e intuitivas. Tomemos, por ejemplo, la idea de imponer restricciones a la importación para proteger nuestras reservas. A simple vista, podríamos creer que menos importaciones implicarían menos uso de reservas, ergo, una preservación de éstas. Pero, ¿qué diría un economista de equilibrio general? Plantearía que si no hay demanda de dólares para importar, el precio del dólar bajaría. Para visualizarlo mejor, imaginemos el caso donde bajamos las importaciones a cero. En ese caso nadie demandaría dólares para fines comerciales, y el precio del dólar obviamente bajaría. Ahora bien, el problema es que si el precio del dólar baja, nadie tendría incentivos para exportar, lo cual haría caer las exportaciones. En el escenario extremo, sin importaciones tampoco habría exportaciones, y el objetivo de proteger las reservas se frustraría. El error del razonamiento lineal radica en no entender que las restricciones alterarán el precio de equilibrio del dólar, y que cada importación genera una exportación, de modo que muertas las primeras, mueren las segundas.

Algo similar ocurre con los controles de precios. ¿Por qué no funcionan, si logran estabilizar algunos precios? El economista de equilibrio general explicará que el problema reside en que los precios dependen del poder de compra de la gente, que a su vez está determinado por la cantidad de dinero circulante en la economía. Si la cantidad de dinero sube, pero algunos precios quedan fijos (asumamos que el control de precios es efectivo), habrá excedentes monetarios para los bienes que no están congelados mayores que los habría sin el control de precios, lo que provocará que estos precios suban más rápido de lo que subirían, si el control no se hubiera aplicado. En otras palabras, el control rezaga algunos precios, pero otros subirán más rápidamente, manteniendo el nivel general de inflación inalterado.

Ahora tomemos el caso de la promoción industrial. A simple vista, el efecto lineal parece obvio: si promovés una industria, digamos con una exención impositiva o directamente con un subsidio, esa industria crecerá. Sin embargo, es evidente que alguien debe financiar ese subsidio, lo que significa que el subsidio a una industria es un desincentivo a otras. Por lo tanto, es necesario balancear el efecto expansivo de la promoción con el efecto recesivo del financiamiento de esa promoción. A fin de cuentas, el efecto agregado probablemente sea nulo. El impacto en el empleo dependerá de la intensidad de uso de mano de obra en las actividades protegidas en comparación con las actividades desprotegidas. En esta columna mencioné varias veces el caso de Tierra del Fuego, donde la promoción del ensamblaje desvía recursos a una actividad que emplea poca gente. El resultado es que esta promoción no tiene efecto en la actividad económica agregada, pero sí tiene un efecto devastador en el empleo, ya que detrae recursos a otros sectores económicos y resulta en una pérdida neta de 65 mil puestos de trabajo por año. Mientras que la idea lineal es que esta promoción aumenta el empleo en Tierra del Fuego, el enfoque del economista de equilibrio general muestra que genera pérdida de empleo en la República Argentina.

Pasemos al último caso, un argumento que escuché incansablemente en mis años de función pública por los lobbies empresariales: que hay que subsidiar a un sector económico porque la expansión de su actividad genera recursos impositivos que antes no existían. En otras palabras, se sostiene que la promoción económica no cuesta, sino que, al contrario, aportará recursos para el fisco. De chiquito, mi abuela me decía: “Si la limosna es grande, hasta el santo desconfía”. Y he aquí un buen ejemplo de ello, porque este argumento omite considerar, diría el economista de equilibrio general, que los recursos usados por la industria nueva habrían sido usados en otra industria donde sí hubieran generado impuestos y recursos. Entonces, aunque es cierto que se crean recursos fiscales en la nueva, no se menciona que se destruyen en otro sector económico.

¿Por qué vale la pena recalcar el punto sobre estas falacias discursivas? Primordialmente, porque el próximo gobierno deberá abordar un desmantelamiento masivo de las infinitas regulaciones, trabas y promociones cruzadas que, en los últimos 50 años, especialmente desde que Onganía comenzó a implementarlas, dieron origen a lo que Jorge Bustamante llama “la república corporativa”. Una de las armas más eficaces que tiene esta república corporativa son los pensamientos lineales, que no ven (o no quieren ver o les pagan para no ver) los efectos de equilibrio general que desnudan los costos donde se argumentaba un beneficio. Hace una década que Argentina no crece. Hace 50 años que es uno de los países con menor crecimiento del mundo. Por ende, el próximo gobierno deberá recurrir ampliamente al enfoque del equilibrio general para explicar la necesidad de desarmar todo esto. Las explicaciones económicas fáciles o que ofrecen beneficios sin costos, muchas veces resultan un espejismo engañoso. Seguramente Scalabrini Ortiz estaría de acuerdo.

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