El estudio sobre redes sociales que indaga cómo moldean la realidad, la información y la política
Del vestigio de la telerrealidad al debate político, pasando por los memes y las acciones virales que producen efectos fuera del entorno digital, las redes sociales moldean nuestra manera de comprender e interactuar con la realidad. Pero ¿en todo el mundo se abordan y se consumen de la misma manera? Los estudios e investigaciones académicas más resonantes han partido siempre de un sesgo de origen: todos hablan desde un Norte global que impone una visión como una verdad incuestionable y monolítica.
En el ensayo Conocer es comparar (Siglo XXI Editores), Mora Matassi y Pablo Boczkowski toman un enfoque diferente: el subtítulo del trabajo propone “estudiar las redes sociales a través de los países, los medios y las plataformas”. Es una propuesta holística que rompe con los análisis aislados sobre Twitter (X) Instagram o TikTok. Los autores examinan las dinámicas que se dan entre esas plataformas, pero también la manera en que mantienen un diálogo con los medios tradicionales y cómo son recibidas en cada país o región. Conocer es comparar se publica este año español, pero tuvo antes una versión en inglés, que salió por la editorial del MIT.
“El libro parte de una idea de las Ciencias Sociales y es que, básicamente, cuando producimos conocimiento sobre la sociedad estamos comparando entre dos o más entidades”, dice Mora Matassi. Y continúa: “Decimos que una sociedad tiene determinadas características porque en el fondo la comparamos implícita o explícitamente con otras sociedades, que no tienen esas características”.
Matassi es licenciada en Comunicación por la Universidad de San Andrés; en 2019 cursó la Maestría de Medios, Tecnología y Sociedad en la Northwestern University, donde actualmente es candidata al doctorado. Con un interés en comunicación, tecnología y cultura digital, sus trabajos se han publicado en revistas prestigiosas, como la New Media & Society, el Journal of Computer-Mediated Communication y la Social Media + Society, entre otras.
“Nos dimos cuenta de que se pensaba a las redes casi de forma absoluta”, sigue Matassi, “y entonces hablaban de las ‘redes sociales’ cuando en realidad se referían a una red en particular, o analizaban las redes sociales en el mundo cuando eran resultados específicos de un pueblo en Wisconsin”.
—Al comienzo del libro, señalan dan cuenta de los intereses de producción académica y cómo va decayendo el interés sobre la TV a la vez que crece la incipiente cantidad de papers sobre redes sociales.
—Es muy notorio. Si consultamos en buscadores de literatura académica como Web of Science, vemos que palabras clave como “televisión”, “radio”, “cine” o “diarios” decaen un montón comparado con “redes sociales”, que en los últimos años ha crecido exponencialmente. De hecho, las redes sociales se han constituido en objetos del habla cotidiana; todo el tiempo, de una u otra manera, estamos hablando de eso, mientras que los otros medios, que son constitutivos en la genealogía de las redes sociales, son dejados de lado y vistos como viejos.
—Sin embargo, es la telerrealidad la que le da paso a la “extimidad” —la exposición pública de la intimidad, como diría Tamara Kamenszain— de las redes sociales.
—En las redes sociales se borra el límite entre lo íntimo y lo privado. Aparece una sobreexposición de la vida privada, y se construyen profesiones como influencers del hecho de hablar constantemente de sí mismas a través de una pantalla. Todo eso que parece novedad, nosotros lo insertamos en una genealogía que incluye a la televisión en su etapa de telerrealidad de los años 90 y 2000. Es interesante pensar cómo los reality shows le dieron forma a esa lógica de las redes. El primer video de YouTube es de uno de sus fundadores en un zoológico en San Diego, que habla delante de los elefantes. Eso era considerado un video apropiado para streamear a millones de personas. En cierto modo, decían “Vamos a poner una cámara y vamos a mostrar todo lo que pase”. Eso, que es muy inaugural en las redes, tenía una historia reciente en la televisión.
—¿Cómo influyen las redes sociales en el diseño de los teléfonos celulares? Hoy las cámaras marcan el principal desarrollo y las apps sociales vienen preinstaladas.
—El tema de los teléfonos es muy interesante. Yo hago muchas entrevistas para la investigación que estoy haciendo sobre el uso de redes, y me resulta difícil distinguir entre el discurso sobre el teléfono móvil y lo que hacen en las redes. Eso pasa sobre todo con WhatsApp, que es casi el pasaje obligatorio para ser argentino. Necesitás WhatsApp hasta para hacer los trámites de todos los días. Podríamos estar en un mundo en el cual las redes solo se accedieran desde una computadora de escritorio; la cultura podría haber ido para ese lado. Pero las redes se volvieron móviles y esto tiene que ver con la trayectoria del teléfono móvil, que ha visto un crecimiento exponencial y una normalización muy fuerte en muchísimas sociedades. Diría que casi no hay excepciones en cuanto a que el entorno digital lo asociemos con esa cosa que llevamos pegada al cuerpo.
—En el libro, trabajan también la relación entre redes y política. Desde los movimientos sociales en Egipto hasta la campaña presidencial en Estados Unidos.
—Con las redes sociales surge la promesa de que la comunicación va a ser súper directa entre los políticos y los vecinos: la comunicación va a dejar de ser del tipo tradicional de uno a muchos y va a ser uno a uno. Y lo que uno termina descubriendo en la literatura de la comunicación política —y esto hay que analizarlo con variaciones entre países, entre medios, etcétera—, es que la política arrastra todavía la cosa masiva todavía y no se termina de adaptar al uno a uno. Los políticos tienen equipos que les diseñan las maneras de comunicarse en las redes, y terminan replicando modos de comunicación parecidos a los anteriores.
—Si podemos hacer un poco de coyuntura, quiero preguntarte por Milei.
—Para entender la comunicación presidencial actual hay que entender qué pasó durante la pandemia, cuando empezábamos a ver ejercicios de tweets muy directos. En la pandemia, una persona le decía a Alberto Fernández: “¿Me saludás, que es mi cumpleaños?” y él la saludaba. Quizás no es casual que una comunicación presidencial tan directa en Twitter haya tenido que ver con la pandemia: fue el momento donde todos empezamos a vivir en las redes, donde salimos de las calles para estar en las pantallas. Ese estilo de comunicación ahora está ultra exacerbado y aparece una figura presidencial muy poco institucionalizada en su comunicación. Eso genera cierta sensación de que cualquier ciudadano puede ser directamente tratado por el presidente, ya sea de forma positiva o negativa. De todos modos, agrego, Twitter es una red de nicho. Tendemos a pensar que la política se dirime en Twitter y parte de eso se da por lo que hacen los medios tradicionales, que levantan lo que se dice en Twitter. Pero Twitter no es tan masiva.
—De hecho, ustedes publican un ranking de las redes sociales y Twitter no está entre las diez primeras.
—Se la ha llamado una “red de élite”. Twitter se usa más a medida que aumenta tu ingreso y tu educación. A diferencia de Facebook, es más usada por hombres que por mujeres. He entrevistado a muchas personas en este último año y muchas me han dicho que no la entienden o que no se la terminan de apropiar, y la dejan de lado. Diferente es Tiktok, que la mayoría siente que la entiende de una. Twitter tiene sus particularidades. Tendemos a sobreestimar lo que pasa en Twitter y, en realidad, estamos metidos en una burbuja.
—En una respuesta anterior decías “entorno digital”, un término que vincula directamente con el libro de Eugenia Mitchelstein, y ella hace un par de años ya nos decía en una entrevista que sus estudiantes se enteraban de las noticias por TikTok.
—Las redes sociales —y esto atraviesa edades, niveles educativos, niveles socioeconómicos, géneros, zonas de residencia— se han constituido en espacios primarios de acercamiento a las noticias. Con Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein tenemos un trabajo en el que usamos la palabra “consumo incidental de noticias” para describir este fenómeno. Cuando entrevistábamos a personas jóvenes —pero yo después lo empecé a ver con gente de múltiples edades—, y les preguntábamos dónde habían visto alguna noticia reciente, en el 95% de los casos la respuesta era Instagram, TikTok, Snapchat, Twitter, Facebook, YouTube. Las personas asocian las redes sociales como un espacio primario de acceso a la información más actualizada sobre el mundo.
—¿Eso qué provoca?
—Genera un sinfín de implicaciones. Es una lectura fragmentada, en diagonal, que tiene que ver con los espacios muertos donde una persona está haciendo otra cosa y tal vez se entera de algo terrible que pasó en el mundo. Por supuesto, esto no es necesariamente tan nuevo: uno podría decir que antes se enteraba de las noticias de una manera similar, cuando llegaba a un bar y la televisión estaba prendida o escuchaba la radio camino al trabajo. Pero ahora está muy presente la idea de que uno se entera de forma totalmente incidental en estos espacios lo que está sucediendo en el mundo.
—¿Cómo funciona el algoritmo? Las noticias o los saberes o los consumos que se dan en una red están mediados por el sesgo que uno le da a la aplicación.
—Ignacio Siles, que es un investigador de Costa Rica que me gusta mucho, acaba de sacar un libro llamado Vivir con algoritmos, que es sobre las relaciones que se entablan con los algoritmos de plataformas como Netflix, TikTok y Spotify. Él encuentra que las personas desarrollan vínculos casi afectivos con los algoritmos, que genera una domesticación mutua. O sea, vos domesticás al algoritmo y el algoritmo te domestica un poco a vos. En concreto con el tema de los sesgos de información del algoritmo, contrario sensu a lo que se suele creer sobre cómo el algoritmo nos va metiendo más en una burbuja, creo que hay muchas dimensiones sobre eso. Primero, que uno tiene la capacidad de modificar el algoritmo. Y segundo, que hay todo un mundo fuera y hay que considerar que su interacción puede subrayar o contradecir lo que uno ve en TikTok.
—¿Cómo es la relación entre educación y redes?
—La educación es un tema enorme. Es muy disputada la literatura sobre el efecto positivo o negativo de las redes. La discusión suele pensarse en términos normativos: esto está bien, esto está mal; esto hace bien, esto hace mal. Yo pienso que se debería sugerir que haya miradas más matizadas, que se piense en la integración del entorno digital en la educación de una manera supervisada, conversada, y que tenga que ver con lo que sucede con otros aspectos de la vida. Que no se piense al entorno digital como un agente externo que nos afecta de manera lineal, sino como uno al que se ingresa y donde se hacen cosas que podrían tener grandes efectos en el aprendizaje.
—¿Cómo sería?
—Esto es algo totalmente personal, pero ChatGPT y TikTok disminuyen muchas de las dudas que tengo al acercarme a un tema que no conozco. Son espacios que me ayudan a sentir que hay un mundo que me puede ayudar. Esto es personal y anecdótico, pero por eso digo que habría que considerar a las redes de una forma más matizada, pensando que son entornos que podrían estar supervisados por personas que se dedican a la docencia y expertos en educación.
—¿Qué deberían aprender los maestros y los profesores sobre el uso de las redes sociales?
—Primero, tienen que aprender cómo son en el sentido más material, más literal posible. Saber cómo funcionan a nivel técnico básico. Y luego, no tengo que bajar línea, pero deberían estar en contacto con qué discursos están en contacto los adolescentes y los niños en esos lugares. Hay un tema complejo que no voy a tratar, porque no sé nada al respecto, pero leí una nota sobre las apuestas en línea, que es un tema que preocupa a muchas personas, lo que me llamó la atención es que una docente, en un ejercicio donde los estudiantes tenían que describirse a sí mismos, había visto que se describían como ludópatas. Me parece que hay que escuchar el uso tan liviano de una palabra que tiene una carga moral y médica. Otro ejemplo: hace unos días fui a una escuela y hablé con chicos de 12 años, y cuando les preguntaba sobre su relación con las redes, uno me dijo “Yo soy adicto”. Quizás haya que escuchar el lenguaje para deconstruirlo y reconocer qué implicancias tiene un lenguaje tan medicalizado cuando uno describe lo que hace en un entorno digital en el que casi vive. Esa sería mi sugerencia.