Al viejo puerto de Buenos Aires llega en 1872, Raymond Wilmart para hacer la revolución. Tiene 22 años, es belga y antes de pisar argentina ya había escapado de una familia noble, y conocido a Karl Marx. También había participado del V Congreso de los Trabajadores de la Haya (1872) donde marxistas y anarquistas partirían aguas. Y donde “el barbudo señor de Tréveris” (como llamaba a Marx) le indicó su nueva misión: organizar la revuelta del proletariado en Argentina.
Este es el protagonista de la novela Soplar sobre cenizas (Grupo Editorial Sur) del sociólogo y periodista Néstor Gabriel Leone, basada en la vida real de este personaje poco atendido en los libros de historia y que, sin embargo, se codeó con la élite y con personalidades como la del escritor Lucio V. Mansilla.
La novela tiene formato de diálogo extenso entre un Wilmart ya anciano que le cuenta su vida a un interlocutor del que nada se sabe, excepto que algo vino a buscar.
–Más allá de la poca bibliografía sobre Raymond Wilmart, ¿por qué rescatar su la historia?
–Lo extraordinario y poco conocido del personaje, por cierto, influyó de manera decisiva. También, su itinerario contradictorio y en tensión. O, por lo menos, distante de lo que se esperaba de él. Es una vida de novela, que merecía una novela. Fue el enviado de Marx a la Argentina y el primero que introdujo El Capital en Sudamérica. Llegó en 1872 con el mandato de reagrupar a los militantes que habían huido de la represión de la Comuna de París y alejar a los trabajadores de la influencia anarquista, pero en poco tiempo su vida pegó un vuelco inesperado.
–No parece pensar muy bien de los argentinos cuando llega...
–Es cierto. Está atravesado por categorías tan eurocéntricas como dogmáticas. De alguna manera, su abordaje de lo que observa al llegar no difiere mucho del dilema de Sarmiento, presidente por entonces, planteado en el Facundo. La barbarie es una imposibilidad para conformar el Estado Nación, y también para el proceso de cambio social que lo traía al país. Por eso, se alistó como voluntario en el ejército de línea para participar en la represión a la revuelta de Ricardo López Jordán en Entre Ríos. Aunque parezca extraño o fuera de lugar. No encontró obreros, en los términos del proletariado europeo, y el sujeto de cambio no estaba, desde su óptica, en esos caudillos populares ni en los gauchos federales. Por más que Marx, autor de un texto desafortunado sobre Simón Bolívar y lo que representaba para América del Sur, ya había desarrollado por entonces una mirada no colonialista de su teoría.
–¿Cómo construyó la voz de este Wilmart anciano?
–La primera vez que leí sobre Wilmart fue en El farmer, la novela de Andrés Rivera. Ahí, el Rosas protagonista, irascible y ya anciano en Southampton, hace una alusión marginal, en un párrafo, de ese enviado de Marx. Su nombre me quedó largo tiempo dando vueltas. Y en mi novela lo pensé reconstruyendo su vida también desde la ancianidad, temiendo más a la decrepitud que a la muerte, junto a su biblioteca, escuchando tangos de Ignacio Corsini e intentando conjurar los fantasmas de un pasado que no terminaba de morir y los espectros de ese Marx redivivo. Es una reconstrucción desde la década infame, con el ascenso de los fascismos europeos, la crisis de las democracias liberales y cimbronazos que trastocan sus certezas. Un momento de gran descomposición, con el llamado “fraude patriótico” y el asesinato a Enzo Bordabehere en el Senado. Desde allí salda cuentas con su itinerario y reescribe su pasado frente a un interlocutor que no se sabe bien quién es, solo que tiene la misma edad que tenía él al llegar al país. Ese es uno de los juegos de la novela: no dejar en claro de quién se trata: si es un simple curioso que quiere indagar en su vida, si es un enviado de la familia para apropiarse de las cartas o si es él mismo de joven, a la manera de "El otro" o "Veinticinco de agosto, 1983", los cuentos de Borges.
Cartas quemadas
El joven Wilmart vive en una pensión de Buenos Aires. La vida de inmigrante es una aventura más bien solitaria. Al menos al principio. “Lo cierto es que nadie parecía esperarme”, cuenta en la novela de Leone, “ni en la pensión ni en la ciudad. Por más que trajera bajo el brazo el mandato de La Haya y más panfletos que atuendos de abrigo en mi valija de cuero”. Entre esos porteños de aire “moroso, arisco” y un primer mitin con el delegado de la sección local que tarda en llegar, el novel Wilmart comienza a decepcionarse.
–En un momento Wilmart dice en sus cartas (que citás en bastardilla en el libro) “sin la afluencia de extranjeros no había ningún progreso posible” o “nadie se toma el trabajo de pensar en este país”. Suena un poco paternalista para alguien que viene a buscar aliados. ¿Esto forma parte de las contradicciones de Wilmart que quiso retratar en la novela?
–Esas frases son textuales de las cartas que le envía a Marx apenas llega. Es el primer balance luego del desconcierto de su llegada, con esas categorías tan eurocéntricas como dogmáticas. También dice que pretendía volver a Europa apenas pudiese y que hacía falta mucha paciencia para soplar sobre las cenizas que no querían volver a encenderse. Las cenizas no volvieron a encenderse de la manera en que él pretendía, pero se terminó quedando. Y, de alguna manera, también encontró su destino sudamericano, con esas cenizas en el viento, trayendo otra vez a Borges y su "Poema conjetural". Ya en su vejez, el Wilmart de la novela revierte aquellos conceptos iniciales para decir que la barbarie, en verdad, acecha desde la trinchera de lo que suele llamarse civilización y no desde otro lugar.
–¿Cómo accediste al contenido de las cartas? Entiendo que fueron quemadas por la familia de Wilmart.
–Las cartas que Marx le envió a Wilmart se convirtieron en cenizas, mientras que las cartas de Wilmart a Marx (o tres de ellas, por lo menos) se conservan en el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam. Aquí se conocieron a partir del libro Marx en la Argentina de Horacio Tarcus. Qué hacer con esas cartas, con esos documentos, con esas fotos y con esos borradores es uno de los nudos narrativos de la novela. Wilmart pretendía rescatarlos del polvillo y del olvido; su familia, en cambio, ve en esos registros amarillentos y ajados una molestia para el estatus ya consolidado, una amenaza para su prestigio social. Las cartas son textos fascinantes, de una riqueza descriptiva enorme.
Hacer la revolución
Aunque la revolución del proletariado no era exactamente lo que esperaba a Wilmart en Buenos Aires, sí lo esperaba el amor, nada menos que con Carlota Correas Cáceres, hija de la clase alta argentina (la novela cuenta que hasta San Martín estuvo alguna vez en su casa). Entonces tuvo el revolucionario que convertirse en funambulista, alguien que marcha por una cuerda entre dos mundos sin caer.
–“El estatus de las generaciones vivas oprime como una pesadilla el recuerdo de los muertos”. ¿A qué se refiere Wilmart?
–Es un juego de palabras con una frase que está en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, uno de los textos más ricos y bellos de Marx. Allí, la tradición de las generaciones muertas es lo que oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y me sirve para señalar la inquietud de la familia por esas cartas, su preocupación por ese pasado a contramano del estatus familiar. Marx aparece de distintas formas en la novela, pero nunca se lo nombra. Es Mohr, como le decían los más cercanos, o barbudo señor de Tréveris, como lo llamaba insistentemente el Wilmart en el texto. Esa imposibilidad para nombrarlo, precisamente, tiene que ver con eso.
–Una vez acá Wilmart ya no parecía muy convencido de hacer la revolución... ¿Debería haber sostenido ese ideal?
–La novela, de alguna manera, plantea que Wilmart estaba atravesado por dos mandatos en tensión, y no por uno. El mandato del Congreso de los Trabajadores de La Haya, punto de ruptura entre Marx y Bakunin, por el que había venido a Buenos Aires; y el mandato soterrado de su historia, porque a su vez él mismo provenía de una familia que había sido parte de la nobleza belga, de la que había renegado siendo muy joven para vagar por una Europa en proceso de cambios y sumarse luego a esa ebullición. Hice lo que pude con esos mandatos y como pude, le hago decir en esa reescritura de su historia. Con ellos convivo obstinadamente, repite una y otra vez, para conjurar sus fantasmas.
–Hay varias cosas que “desromantiza” en su novela: la llegada del inmigrante a una Buenos Aires acogedora, y el deseo de “hacer la revolución”. ¿Era su intención?
–No partí con más intenciones que la de reconstruir la complejidad de este personaje. Por suerte le encontré una voz propia muy rápido que permitió que el relato fluyese en esos cinco encuentros, distintos en intensidades y registros. Una voz propia socarrona e impiadosa con su pasado, aun cuando trataba de entenderlo y hasta de justificarlo. Con el transcurso de esa escritura, sí, me fui cruzando con varios de los temas que me interpelan: la construcción del Estado-Nación, tal como se dio, y los procesos de cambios, de transformaciones populares y colectivos. En ese sentido, el libro tiene dos alusiones rectoras o dos intertextos, con Mansilla como eje. Por un lado, subvirtiendo la frase de Borges, dice de manera implícita que si en lugar de haber canonizado el Facundo, hubiéramos canonizado Una excursión a los indios ranqueles, otra sería nuestra historia y mejor. Por el otro, también implícitamente, juega con otra conocida frase de Ricardo Piglia en Respiración artificial y parece preguntarse quién escribirá otra excursión como la de Mansilla, necesaria en tanto otro tipo de barbarie acechaba en el contexto de esa década infame.
–Esta novela es también una novela sobre la Buenos Aires de aquella época. Sus descripciones de edificios, personas y costumbres son muy precisas. ¿Cómo se documentó para hacerlo?
–Me gusta mucho la historia de la fotografía y soy asiduo de varios foros y sitios sobre la arquitectura de Buenos Aires. Eso ayudó a describir sus mutaciones, pero también a construir climas de época. A su vez, también la ciudad atraviesa una de las ideas-fuerza del libro. En una de las relecturas de la historia política del país, le hago decir a Wilmart que Buenos Aires es esa ciudad que no quiso ser nación, para ser sólo ciudad, y que se parecía más a la París de los ensueños que a esta otra que estaba condenada a ser en este rincón lejano del mundo.
–¿Por qué las ideas de los marxistas europeos no lograron calar hondo en la Argentina?
–Las tradiciones marxistas, anarquistas y socialistas tuvieron influencia en los orígenes del movimiento obrero argentino, en términos políticos pero sobre todo culturales, a través de sindicatos, bibliotecas populares, publicaciones, cooperativas y mutuales. Por cierto, aquel Estado liberal en lo económico y conservador y restrictivo en lo político no recibió esas influencias con los brazos abiertos. Más bien las reprimió brutalmente, incluso convirtiendo a esos actores en una nueva barbarie. Leyes como la de Residencia o de Defensa Social, pero también procesos represivos como la Semana Trágica y la aparición de la Liga Patriótica, con pogroms en el barrio de Once, muestran que nada de eso fue fácil. El surgimiento de los movimientos populares, como el yriogoyenismo y el peronismo, a su vez, los puso frente a la disyuntiva de integrarse o quedar en los márgenes del sistema político. Ese desencuentro entre lo popular y las izquierdas también sobrevuela el libro.
Raymond Wilmart en el Siglo XXI
Hacia lo último del libro, cuyo final ya es de por sí intrigante, hay otro elemento que puede deleitar al lector. Muy a tono con el oficio editorial del siglo XXI, en una de las últimas páginas hay un gigantesco código QR titulado “Textos e intertextos musicales de la novela”
–¿Cómo se le ocurrió lo de la banda de sonido, al final, en QR?
–La novela tiene mucha música, de manera explícita o como intertextos. Pensé a Wilmart en la sala contigua de su biblioteca escuchando tangos y valses de Corsini, pero también de Carlos Gardel. Hay algunos, incluso, como La “pulpera de Santa Lucía” o “Alma en pena”, que estructuran la trama. Entonces se me ocurrió incluirlos como banda de sonido posible, como opción para acompañar la lectura. E incorporé pasajes de la ópera Macbeth de Giuseppe Verdi para señalar los momentos de la tragedia de William Shakespeare a los que hacía referencia la novela al hablar de la traición. O algunas canciones de Indio Solari, en su etapa solista, que me sirvieron para construir la voz del personaje.
–¿Qué le hubiera dicho a Wilmart si hubiesen vivido en la misma época?
–Muchas de las cosas que le hago decir al personaje provienen de una intuición estudiada sobre lo que pensaba o podría haber pensado entonces y de mis observaciones sobre su itinerario. Esas cosas que pude haberle dicho, se las digo en la novela, porque de alguna manera también estoy en esa habituación, frente a su muerte. Pensó en regresar a Europa apenas llegó al país, pero pasó 65 años de su vida en la Argentina y hoy está enterrado en el Cementerio de la Recoleta. Su vida es tan zigzagueante como nuestra historia, por eso creo que valía la pena desempolvar su nombre.
BÁSICO
Néstor Gabriel Leone
Fighiera, Santa Fe, 1976). Sociólogo.
Licenciado y profesor de Sociología y doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Magister en periodismo por la Universidad de San Andrés. Sus áreas de trabajo son el análisis político, las estrategias de comunicación, la docencia, el periodismo y la sociología. Soplar sobre cenizas es su primer novela publicada por GES Grupo Editorial Sur.
Soplar sobre cenizas
Néstor Gabriel Leone
Grupo Editorial Sur