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El horror como género ofrece un nuevo lenguaje para representar femicidios

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En los últimos años, las luchas por las desigualdades de género atravesaron profundos cambios sociales y culturales. Este escenario motivó la proliferación de nuevas producciones artísticas centradas en mujeres víctimas de femicidios. En particular, las últimas décadas fueron testigo de la reescritura de clásicos del cine y la literatura sobre femicidios, que en sus versiones originales silenciaron a los cuerpos violentados. En clave de terror o fantástico, estas obras contemporáneas proponen nuevos puntos de vista desde dónde representar la violencia de género. En un reciente artículo publicado por la revista Exlibris, Belén Caparrós, profesora del Departamento de Humanidades de la Universidad de San Andrés, analiza la obra literaria de Selva Almada, Mariana Enríquez, Dolores Reyes, y las películas de Carlos Hugo Christensen, Alejandro Fadel y Jimena Monteoliva. “Son textos que están nítidamente en diálogo con sus tiempos. Vienen a devolverles el lugar de habla de las mujeres víctimas de la violencia patriarcal y a restituir las circunstancias de su muerte, que en su momento no fueron narradas”, explica la investigadora de UdeSA. 

Cuando Jorge Luis Borges escribió “La Intrusa” (1966), predominaban lecturas en clave de melodrama fraternal. Los protagonistas del cuento, los hermanos Nielsen, compran a Juliana en un burdel y, tras desatarse un conflicto entre ambos por su amor hacia ella, a la que únicamente se la conoce por el nombre de pila, terminan arrojándola a un pajonal. Caparrós observa que la indeterminación de las circunstancias del asesinato de Juliana la convierte en una no-persona. El cuento alude, de manera general, a la muerte de un sujeto, antes que al ataque a una mujer, cuyo crimen podría explicarse por el solo hecho de ser mujer. Como respuesta, los contrarrelatos actuales permiten que los cuerpos muertos, que no pueden descansar en paz, retornen a nuestro presente reclamando justicia

Las reescrituras de los clásicos también iluminan las espacialidades por donde circulan los cuerpos femeninos marginalizados. El mítico baldío, en donde el cuerpo de Juliana es arrojado, fue retomado años más tarde por Almada en “Chicas muertas” (2014), una crónica sobre la historia de tres mujeres asesinadas, donde la autora las convoca a retornar desde las criptas baldías para testimoniar el horror en primera persona. Las ficciones contemporáneas ofrecen una versión reformulada del descampado en donde los cuerpos se descomponen y se vuelven irreconocibles. Resignificado, el basural representa la arena de disputa por las formas de control y obediencia en una sociedad. La adaptación cinematográfica del cuento de Borges por Christensen (1979) incluye un primer plano del rostro sin vida de Juliana, que muta simbólicamente de desecho a abono. Asimismo, en “Cometierra” (2019) de Reyes, la narradora del cuento porta un cuerpo mágico que ingiere barro, a modo de poner en tela de juicio los dispositivos de poder. 

La víctima de femicidio no puede ocupar una posición en el intercambio discursivo porque no se puede narrar la propia muerte. Algunas ficciones contemporáneas evidencian cómo se han construido y configurado históricamente estos crímenes a nivel cultural y ficcional, y parecieran querer restituir metafóricamente el habla de las muertas a partir de la convocación de lo que parece inexplicable”, reflexiona Caparrós.

 

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