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FuenteEl Destape

El lenguaje que oyen los bebés antes de nacer da forma a su cerebro

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Los bebés humanos tienen una habilidad especial para adquirir el lenguaje. No se trata de la destreza de alguno o algunos en particular, ni de una cuestión de género, ni de una lengua en especial. Deposítese a un recién nacido en el seno de un grupo de hablantes (en general, la familia) para que en algunos meses empiece a entender y, luego, a verbalizar las primeras palabras. Es un hecho que observan todos los padres y madres del planeta, pero los mecanismos cerebrales que habilitan esta plasticidad todavía no se conocen muy bien.

Ahora, un estudio riguroso realizado en hijos de madres francófonas sugiere que la estimulación con el habla en etapas prenatales a través de la voz de la madre ya produce cambios en la actividad neuronal del bebé que contribuyen al aprendizaje del lenguaje en los recién nacidos: desde antes de nacer, empiezan a modelarse los circuitos cerebrales para comprender su lengua nativa.

“Aún no estaba claro cuánto aprenden los bebés de la experiencia prenatal –afirmó la autora del estudio, Judit Gervain, investigadora del Centro de Neurociencia de la Universidad de Padua (Italia), al diario El País, de España–. Estudios anteriores, incluidos algunos de nuestro laboratorio, demostraron que estos estímulos filtrados [por los tejidos maternos] efectivamente moldean los mecanismos cerebrales relacionados con el lenguaje. Lo nuevo es que descubrimos que la actividad del cerebro del recién nacido se modifica en tiempo real, incluso varios minutos después de escuchar el habla en el idioma nativo; es decir, el escuchado antes del nacimiento”.

Los resultados constituyen “la evidencia más convincente hasta la fecha de que la experiencia lingüística prenatal ya da forma a la organización funcional del cerebro infantil”, escriben en Science Advances (https://www.science.org/doi/10.1126/sciadv.adj3524)

Ya había indicios de que esto podía ocurrir. La audición comienza a estar operativa entre las 24 y las 28 semanas de gestación. Los sonidos individuales del habla se suprimen, porque el entorno intrauterino actúa como un filtro atenuando las frecuencias superiores a 600 Hz, pero se conserva la prosodia, es decir, la melodía y el ritmo. Otros trabajos ya sugerían que el bebé en formación aprende de esta experiencia: los recién nacidos prefieren la voz de su madre a otras voces femeninas y muestran predilección por el idioma que ésta hablaba durante el embarazo en comparación con otros idiomas. Al final del primer año, a medida que se exponen a la señal del habla de ‘banda completa’, se sintonizan con los detalles finos de los patrones de sonido de su lengua materna.

En este trabajo, los investigadores intentaron aclarar algunos de los mecanismos neuronales que pueden inducir cambios que promueven el aprendizaje en recién nacidos, y descubrir si esta modulación es específica del lenguaje.

Para eso, les hicieron electroencefalogramas a 49 chicos de 1 a 5 días. Primero, registraron la actividad neuronal en silencio durante tres minutos; después, se fijaron qué ocurría mientras les hacían escuchar tres idiomas distintos (francés, inglés y español), elegidos al azar, en bloques de siete minutos; y finalmente de nuevo tres minutos de silencio.

Desde el punto de vista conductual, ya se había visto que los recién nacidos pueden discriminar entre lenguajes rítmicamente muy distintos, incluso aquellos que no les son familiares, pero no entre los que son parecidos. Pero en este caso, los resultados revelaron que la exposición al habla aumenta rápidamente las “correlaciones de largo alcance” en la actividad neuronal [una unidad de medida que indica qué tan similar es una señal a sí misma en grandes escalas de tiempo] después de una estimulación durante varios minutos, lo que proporcionó evidencia de aprendizaje. Y también, que mejoraron específicamente en la banda asociada con las unidades de habla experimentadas en el útero.

“Es una línea de investigación muy linda –comenta el neurolingüista Adolfo García, investigador del Conicet y codirector del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San Andrés–. Estudiar lo que ocurre durante el desarrollo fetal es fascinante, porque muestra que nuestros cerebros son plásticos y están muy receptivos a lo que está pasando en el entorno, [incluso] desde antes del nacimiento. Ya entonces lo que pasa alrededor impacta en el cerebro”.

En general, para analizar estos procesos se toman dos grupos de embarazadas, a uno se lo expone a ciertos estímulos cerca del vientre y luego se espera al nacimiento para evaluar si los patrones de respuesta de los recién nacidos impactan en la reacción ante los estímulos de grupo A y del grupo B. “Uno puede jugar con cuáles son los estímulos que propone a cada grupo de madres, con el momento en que toma los registros y con cuáles son las respuestas de los neonatos –detalla–. Respecto de lo primero, ya se vio que ciertos patrones prosódicos, como  el ritmo y la ‘melodía’ de la lengua que escuchan [durante la gestación], impactan en la receptividad a la lengua del entorno una vez que nacen. Lo mismo ocurre con el reconocimiento de la voz de la madre. Se mostró que los recién nacidos serían mucho más receptivos a enunciados lingüísticos con la voz de la madre que con otras voces. Lo más interesante acá es cómo se miden esas huellas”.

Los abordajes clásicos se fijaban en respuestas comportamentales; por ejemplo, cuántas veces los bebés giraban la cabeza (un signo de atención) ante estímulos presentes durante la gestación y ante otros desconocidos. También se utilizaron chupetes con sensores que permiten medir la cantidad e intensidad del patrón de succión; cuando algo los atrae, éste aumenta. En este caso, los niveles de succión se hacían más rápidos e intensos ante sonidos de lenguas nuevas. “El problema es que estos abordajes arrojan medidas bastante imprecisas, difíciles de ponderar –explica García–. Requieren de una respuesta explícita, y a veces ocurren cosas a nivel cerebral que no tienen manifestación externa”.

La hipótesis detrás del nuevo experimento es que los estímulos a los que nos exponemos repetidas veces durante la gestación dejan una huella en la memoria que luego facilitará el reconocimiento y procesamiento de ese tipo de información después de nacer. Y esto tiene marcas neurofisiológicas específicas, que se pueden captar en los patrones de voltaje eléctrico del cerebro, de actividad cerebral. “Hace algunos años, un grupo finlandés había provisto evidencia electroencefalográfica muy contundente de que la lengua a la que nos exponemos en los primeros ocho meses de vida cumple un papel determinante en nuestra capacidad de reconocer y procesar sonidos verbales –comenta el científico–. Después de este lapso, empieza a hacerse ‘sordo’ frente a los contrastes fonológicos de otras. Este estudio da un paso más y muestra que hay una reactividad  preferencial ante los lenguajes que oímos antes de nacer. Lo que no se puede inferir de esta evidencia es que la exposición sistemática a estímulos de tipo A, B o C vaya a ser beneficiosa o negativa para el desarrollo del bebé”. 

Jordi Costa Faidella, investigador del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona y del Instituto de Investigación Sant Joan de Déu, coincide: “Lo más novedoso es la metodología aplicada que muestra que la actividad cerebral del bebé está en sintonía con el lenguaje de la madre, los ritmos cerebrales se ajustan al ritmo de la madre”, explicó a Science Media Centre España (SMC).

Por su parte, también en una comunicación de SMC, Raquel Fernández Fuertes, directora del Laboratorio de Adquisición del Lenguaje de la Universidad de Valladoli, opina: “El efecto de la experiencia lingüística antes del nacimiento resulta ser un factor determinante en el procesamiento y la adquisición del lenguaje ya durante los primeros días después del nacimiento.  Este estudio deja la puerta abierta a considerar otras cuestiones que ayudarían a completar la información que tenemos sobre cómo el cerebro desarrolla y procesa el lenguaje; por ejemplo, analizando las lenguas tonales en las que los patrones de entonación implican un cambio de significado que no se produce en las lenguas no tonales. Además, aún queda por investigar si los efectos de facilitación aquí descritos pueden extenderse también a otros dominios (por ejemplo, la música)”. 

Y resume García: “Poner cierta música en la panza de la madre o hablarle puede efectivamente tener un efecto en el desarrollo de ciertos sistemas cerebrales –dice García–. La lengua a la que estamos expuestos esculpe aspectos de nuestro cerebro”.

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