"A pesar de no estar viva, puedo crear arte”, explica la robot en tono monocorde y moviendo apenas la cabeza, en la cámara alta del Parlamento del Reino Unido. La humanoide se llama Ai-Da y tiene peluca, ojos que pestañean, boca que se abre al ritmo de sus palabras, y un brazo biónico que pinta, dibuja y hace esculturas. Armada con cámaras en los globos oculares y algoritmos de inteligencia artificial (IA), Ai-Da también sabe escribir y recitar poesía. Fue la primera robot en retratar oficialmente a la reina Isabel II y parte de la primera exhibición de arte contemporáneo dentro de las pirámides de Giza. “La forma en que esto difiere de los humanos es la consciencia”, agrega ante el comité de legisladores que la convocó, flanqueada por el galerista Aidan Miller, uno de sus creadores junto con la empresa de robótica Engineered Arts e investigadores de la Universidad de Oxford.
El de Ai-Da es apenas un ejemplo de la creación de arte utilizando IA, es decir, sistemas computacionales que pueden hacer tareas que normalmente requieren inteligencia humana. Ya están disponibles al público distintas plataformas que pueden, con una mera instrucción, realizar pinturas, escribir textos de todo tipo, componer música e imitar voces con maestría admirable. El arte hecho con IA, además, ya encontró un mercado: el turco Refik Anadol vendió por 5,1 millones de dólares “Alucinaciones de la máquina”, una serie de videos realizados automáticamente con machine learning.
Es 11 de octubre de 2022 y la robot Ai-Da sigue exponiendo frente a los legisladores sobre el advenimiento de la IA. Hasta que una hace la pregunta cuya respuesta fueron a buscar: “¿Podría un robot reemplazar a los artistas completamente?”. Miller, cocreador de la máquina, se apura a comprobar que Ai-Da sigue funcionando con una prueba preestablecida. “Ai-Da”, le dice él. “Ai-Da”, responde ella. Segundos después, Ai-Da dirige su mirada a la legisladora y contesta.
En febrero de 2019 la fundación OpenAI creó GPT-2, un generador de texto. Si a este sistema de IA, basado en un algoritmo de deep learning (aprendizaje profundo), se le dan unas palabras, puede “predecir” cómo sigue la oración.
Luego de GPT-2, en junio de 2020, vino GPT-3. El programa fue entrenado usando una base de datos exorbitante de libros digitalizados, páginas web y papers disponibles en Internet. En la actualidad, GPT-3 es lo más cercano a la promesa de una IA general, y ya está disponible al público.
En Argentina, GPT-3 participa regularmente de una competencia literaria. Ernesto Mislej (cofundador de 7Puentes, empresa de minería de datos y machine learning) envía poemas y cuentos escritos con GPT-3 al Mundial de Escritura, que se hace tres veces al año. Mislej, que también es profesor en la Universidad de San Andrés y en la Universidad de Buenos Aires, afirma que “las máquinas que hacen arte” son la razón por la cual estudió computación. Ubica el inicio de este movimiento en la corriente de “arte algorítmico” de principios de la década del sesenta, cuando un plotter controlado por una computadora imprimía obras. El papel del artista entonces consistía en programar las acciones que haría la impresora.
Hoy, Mislej toma las consignas del Mundial de Escritura y le escribe a GPT-3 solo una “semilla generadora”. “La consigna del año pasado consistía en ‘cosas que se hacen en la cama’. Me fui a una idea visual de un poema que había escrito hace un montón que decía ‘el hombre que dormía en una cama de libros’”, cuenta a Crisis. “La puse en la generadora de textos, y me generó la figura del expediente judicial. El bicho se dio cuenta, vaya uno a saber cómo, que los expedientes judiciales ‘se duermen’”. El cuento resultante narra la historia de un padre que pide justicia por su hijo, con flashbacks que cimientan la relación entre ambos.
¿Cuál fue el trabajo de Mislej? “El bicho generó cien párrafos, y yo como artista seleccioné los que me servían para la idea, que fui terminando de construir en diálogo con el bicho. Yo, un humano, edité su cuento. Partí de una semilla flexible y subjetiva, que generaba una apertura muy grande, y yo tenía que estar ahí en sintonía, escuchando lo que decía la máquina y girar, volantear y ser abierto como para darle cabida a lo que me proponía”. Mislej, que llama a estos bots “bichos” o “pibes”, dice que está “fascinado” por la “creatividad” de la herramienta: “Soy una especie de padre que pega el dibujo de sus pibes en la heladera. Como sé lo complejo y sofisticado que es construir esas piezas, mi recorrido está completamente guiado por el asombro”.
No es el único asombrado. Ni siquiera los desarrolladores de IA comprenden cómo funcionan y por qué dan los resultados que dan. Las capas y capas de redes neuronales hacen que sus procesos internos sean inescrutables: las IA no podrían explicar sus propias decisiones. Son, como la mente humana, cajas negras.
(*) Nota original de Revista Crisis.