A semanas de que Europa profundizara su giro a la derecha después de las elecciones del Parlamento Europeo, y a días nomás de que el partido de Marine Le Pen, Reunión Nacional (RN), fuera el más votado en Francia, el Reino Unido deja atrás 14 años de gobiernos conservadores y elige nuevamente al laborismo, un partido de centro-izquierda. Los titulares coinciden en que el triunfo laborista fue histórico y abrumador.
¿Los británicos van a contramano de la historia? ¿El Brexit los puso tan lejos de Europa que ahora hasta van en sentido contrario? Una lectura más cercana de la realidad política británica nos ayuda a entender la situación. Se puede resumir en una frase: todo es relativo.
Para empezar, más allá del terremoto que implican estas elecciones para la conformación del nuevo Parlamento, ¿de verdad podemos hablar de un cambio histórico en el voto de los británicos? Es relativo. El Reino Unido tiene un sistema de escrutinio mayoritario uninominal (first-past-the-post). Cada distrito elige un solo representante para el Parlamento de Westminster y quien saca más votos gana ese único escaño. Este sistema castiga a los partidos pequeños que tienen sus votantes esparcidos por el territorio.
El laborismo concentra ahora el 63% de los escaños, pero sacó solamente el 34% de los votos. Los tories redujeron su presencia en el Parlamento al 19%, aunque en las urnas obtuvieron el 24% de los votos. Los partidos más chicos, como Reform UK y el Partido Verde, recibieron una cantidad de votos que no se verá proporcionalmente reflejada en el nuevo Parlamento. La concentración de representación parlamentaria no muestra bien las preferencias electorales de la ciudadanía.
En segundo lugar, es relativo el entusiasmo por la izquierda. Hay consenso en que este fue un voto en contra, más que un voto a favor. Tras su largo período en el gobierno, los conservadores acumularon un desgaste que es, en gran medida, autoinfligido. La decisión de David Cameron de llamar al plebiscito del Brexit fue equivocada y sus consecuencias fueron y son más negativas que positivas. Boris Johnson, a su vez, enfureció a propios y ajenos con las fiestas de la cuarentena, y el paquete fiscal de Liz Truss terminó por alejar a los que aún rondaban el partido y por fragmentar la dirigencia tory.
También es relativo que haya sido un resultado “abrumador”. Con un 60% de asistencia electoral, estas elecciones tuvieron la segunda participación más baja desde 1885. Puede asumirse un apoyo pasivo importante entre ese 40% que no votó, pero claramente ni sir Keir ni los demás candidatos generaron entusiasmo para “abrumar”.
¿Y el laborismo es un partido de izquierda? Hoy por hoy, es relativo. Cuando Keir Starmer fue elegido líder del partido, inició una gran campaña para alejarlo de la izquierda tradicional en la que lo había dejado su líder anterior, Jeremy Corbyn. En cuatro años, Starmer purgó al laborismo de socialistas –el propio Corbyn fue expulsado del partido–, explicándoles a los británicos que ahora iban “a poner al país primero y al partido segundo”. La plataforma electoral de Starmer, que es su contrato de gobierno con la ciudadanía, promete no subir impuestos a “la gente que trabaja” y financiar el aumento del gasto con crecimiento económico. Se parece más al New Labour de Tony Blair que al laborismo socialista que recibió de Corbyn.
Que la derecha se haya “derrumbado” también es relativo. Es cierto que figuras emblemáticas de la derecha conservadora, como la fugaz primera ministra Liz Truss, la excandidata a primera pinistra Penny Mordaunt y el exfuncionario de varios gobiernos Jacob Rees-Mogg, perdieron sus bancas junto a otros 250 tories. El partido perdió dos tercios de sus representantes en el Parlamento y hoy solo tiene 121 escaños sobre 650 en total. Sin embargo, el voto de la derecha se divide con otros partidos, los DUP y UUP irlandeses y el partido de Nigel Farage, Reform UK. De estos tres, el último resultó ser el más dañino para los conservadores, negándoles mayoría en varios distritos, y así quitándoles la posibilidad de imponer un representante.
Además, la gran derrota no fue una desgracia exclusiva de la derecha. El Partido Nacionalista Escocés (SNP), de centroizquierda, también fue arrollado por el Laborismo y perdió 37 de las 48 bancas que tenía en el Parlamento nacional de Westminster.
En síntesis, ¿Gran Bretaña va al revés que Europa? Quizás la moderación de la izquierda y una reformulación de la derecha desgastada sean el futuro de los dos.