Dice Saramago que el pasado es el reino del fragmento: de lo que ocurrió elegimos lo que nos gusta y borramos lo que nos molesta. Las sociedades podrían caracterizarse por la cantidad de pasados que llevan a cuestas… La cita me vino a la mente al analizar el paso fugaz de Silvina Batakis por el Ministerio de Economía.
Batakis permaneció 27 días en la función. Los fragmentos que conservamos de ese período parecen un continuado de bloopers. La medida más importante que logró implementar fue prohibir las compras en cuotas en el free shop en Ezeiza. (Y aunque es cierto que en mi último viaje al exterior tuve que comprarle un perfume Acqua di Gio a mi suegra y pagarlo al contado, todavía ignoro qué se pretendía lograr con la medida). Su frase más resonante fue que el derecho a viajar al exterior de los argentinos colisiona con el de trabajar de otros argentinos. Una afirmación errónea tanto en la práctica como en la teoría. Errónea en la práctica porque sabemos, desde que estudiamos en el colegio a los fenicios, el Imperio romano o el auge de Venecia, que el comercio es lo que hace grandes a las naciones. Errónea en lo teórico porque desconoce que, sin importaciones, el tipo de cambio se desinfla hasta que desaparecen las exportaciones. En otras palabras, sin de lo uno no hay de lo otro, un resultado básico de equilibrio que se enseña en un manual inicial de economía. Obviamente, aparecer luego en un video de YouTube en un Apple Store la ubicó en el universo hipócrita de la nomenclatura kirchnerista que quiere para sí lo que le niega al pueblo. Fragmentos. Si encima sumamos el vestuario, tenemos un conjunto para el olvido.
Ahora bien, esta evaluación, si se quedara en esos fragmentos, sería extraordinariamente injusta. En realidad, yo encuentro que Silvina Batakis intentó impulsar un cambio que pocos ministros de Economía se animaron siquiera a plantear. Le costó el puesto, sí, es cierto. Para mí, ese hecho realza la valentía y la audacia de lo que planteó.
Me saca una sonrisa saber que lo que voy a contarles quedó sepultado y enterrado. Porque cuando se ataca el statu quo, este responde obliterando el intento y a la persona que lo impulsó. Es como si ese fragmento molesto tuviera que desaparecer. Veamos si podemos arrojarle algo de luz.
El 11 de julio, en una conferencia de prensa, Silvina Batakis planteó la idea de la unificación de los recursos del Estado en una caja única. Concretamente, dijo: “Todos los organismos del sector público nacional tienen que estar contemplados en el manejo eficiente del presupuesto y de las erogaciones. Vamos a utilizar el artículo 8 de la ley de administración financiera para incluir todos los recursos efectivos de cada uno de los organismos dentro de la planificación que tiene la administración nacional. Esto nos va a dar a lo largo del año 600 mil millones, que es con lo que cuentan hoy esos organismos. Vamos a hacer un sistema de cuentas únicas, el sistema de cuenta única lo que hace es garantizar el uso eficiente de los recursos del Estado”.
¿A qué se refería Batakis? Se refería a que, a lo largo de los años, el presupuesto público argentino mutó en un engendro que, lejos de permitir una asignación eficiente de los recursos, se transformó en un reparto de botín. Batakis sugería barrer con esa locura de un plumazo.
Uno de los principios generales de la administración pública es que uno mete todos los recursos en una bolsa y luego decide en qué gastar según el beneficio de cada gasto. De esa manera se garantiza que cada peso que entra se gaste de la manera más eficiente.
Sin embargo, si una porción de los recursos está asignada a un gasto específico, ese principio básico se rompe. Es fácil imaginar que puedan surgir necesidades más importantes que la de un gasto en particular. Pero con este sistema no podemos pasar recursos de lo que rinde menos a lo que rinde más, porque ya están asignados a un fin particular. Podemos necesitar hospitales, pero nos obligamos a gastar en teatro o en PreViaje.
Nuestra legislación abunda en estos engendros. El kirchnerismo sumó un impuesto de 7% a los pasajes aéreos (esta semana le adicionó otro) que solo puede gastar el Ministerio de Turismo. La Ley de Medios reservó parte de los impuestos que creó al Instituto del Teatro. La nueva Ley del Conocimiento creó un fondo fiduciario con el dinero de las exenciones y nadie supo nada más del paradero de aquel dinero. Ley tras ley, nuestro presupuesto dejó de ser un presupuesto y se convirtió en una larga sucesión de pequeños (y grandes) curros amparados por la ley.
Para ilustrar con un ejemplo: si fuéramos Chile y un terremoto requiriera inversiones en infraestructura y vivienda, no podríamos responder, porque la ley nos obligaría a seguir transfiriendo recursos a las salas teatrales o a financiar el turismo de los ricos.
Batakis, viéndose apremiada por las dificultades de la caja y con una emisión e inflación galopantes, dijo: Basta. Si hay algo por dónde empezar, es esto. Ahora claro, hacerlo fue abrir la caja de Pandora. Fue afectar los intereses de quienes con los años lograron defender lo que piensan que es “la suya” sin entender que es “la nuestra” (o quizás entendiéndolo perfectamente). Obviamente, el esfuerzo de Batakis estaba condenado al fracaso. Tan ardua es la noble gesta que pocos ministros, quizás solo Domingo Cavallo en los 90, intentaron siguiera algo parecido. Esto es sobre todo porque el peronismo es quien defiende esas quintas, es su representación política. El peronismo es esas quintas. En muchos casos es el beneficiario directo.
Dentro de los gobiernos peronistas, el de Alberto Fernández es el que más se ha arrodillado ante los grupos de interés: redujo la libertad para elegir obras sociales, cerró el Palomar, extendió el régimen de Tierra del Fuego, eliminó la restricción para que los parientes de funcionarios no puedan entrar al Estado, eliminó las sociedades anónimas simplificadas, eximió a Camioneros del impuesto a las ganancias… la lista es interminable. Por lo tanto, resulta utópico que, en el gobierno más servil a los intereses corporativos que recordemos, se pudiera avanzar en desarmar el entramado que les garantiza sus recursos.
Dicho lo cual, me parece importante que rescatemos este fragmento. Cuando un gobierno encare la erradicación de todo esto –y alguien deberá hacerlo algún día–, espero evoquen que hace algún tiempo una mujer ya lo había intentado. Decía Saramago que el pasado es el reino del fragmento. Pero eso no quiere decir que deban quedar olvidados.
Por Federico Sturzenegger, profesor plenario Universidad de San Andrés y profesor visitante en Harvard Kennedy School y HEC, París. Expresidente del BCRA.