28 de julio de 1914. 1º de septiembre de 1939. 11 de septiembre de 2001. ¿24 de febrero de 2022?
Clásicas y entre Estados; disruptivas y entre enemigos más difusos; del siglo XX o del siglo XXI. Las grandes guerras de los últimos 100 años definieron el mundo de hoy. La Primera Guerra apagó imperios y dio a luz naciones.
La Segunda gestó un nuevo sistema de consensos, derechos y regulaciones para solucionar los problemas del mundo, afianzó el protagonismo de la mayor potencia en la historia de la humanidad y derivó en una Guerra Fría que volvió a dividir al planeta, como si este no hubiese aprendido de las anteriores conflagraciones.
El atentado de las Torres Gemelas le avisó al mundo de un nuevo terror global, lo enfrentó al dilema de más seguridad o más libertad y lo embarcó en una guerra que logró aplacar la amenaza, pero, a la vez, profundizó fracturas y recelos.
El 24 de febrero Rusia invadió Ucrania con toda su fuerza y comenzó otra guerra, una que –como las otras– ese mismo día dio señales de que el mundo ya no sería el mismo. La sorpresa del primer acto bélico, la centralidad de sus protagonistas, la dimensión moral, cultural e histórica de los reclamos del agresor y del agredido, el poder de fuego y destrucción de uno y del otro y sus aliados, la conmoción de los ciudadanos del resto del planeta, la alineación de terceros países, el shock de la economía global, todo se conjugó para que el mundo se diera cuenta de que ese era un día de cambio.
Algunas de esas guerras, en especial la Primera y la Segunda, modificaron de raíz el mundo, las relaciones entre sus países, la vida de sus ciudadanos para siempre. Otras, como la guerra contra el terrorismo, afectaron valores, revelaron nuevas amenazas, desgastaron a las potencias, pero fueron menos transformadoras.
Todas, sin embargo, plantaron la semilla de nuevos enfrentamientos: el remedio contra la violencia y la solución de la guerra –siempre imperfecto– incluyeron el germen silencioso de futuras crisis. El Tratado de Versalles, en 1919; la Conferencia de Yalta, en 1945; las sucesivas avanzadas de Occidente para acabar con el extremismo islámico. ¿Ocurrirá lo mismo con la invasión a Ucrania? ¿Será igual de transformadora o su onda expansiva será corta? ¿Estamos, como en 1939, ante un nuevo mundo? Cuando Occidente, Ucrania y Rusia lleguen a una solución, ¿contendrá esta también el germen de otro conflicto?
La guerra apenas lleva 11 días; tratar de dibujar el futuro sería un ejercicio de brujería. Sin embargo, tiene algunos ingredientes que permiten intuir un nuevo tiempo y, por otro lado, la historia –reciente y no tanto– presta su ayuda para delinear algunos escenarios posibles. Son los escenarios de un mundo que se vuelve más inestable, peligroso e imprevisible. Algunos de ellos, incluso, podrían afectar directamente a la Argentina.
1) Un nuevo tipo de guerra
La invasión de Ucrania contrapone la estrategia bélica clásica con una bastante más novedosa y, si resultara victoriosa, menos costosa en vidas. La guerra de Putin es la del siglo XX: la movilización de tropas a otro país para anular su gobierno y tomar parte de su territorio. La guerra de Occidente y de Ucrania es la del siglo XXI: una tormenta súbita y copiosa de sanciones financieras y comerciales y un boicot cultural, deportivo, político generalizado a la vida global de los rusos para acompañar la resistencia en terreno de los ucranianos. De prevalecer, en el corto o en el largo plazo, esa estrategia no está desprovista de muerte y destrucción, pero ciertamente serán menores las víctimas y el daño que si Occidente decidiera involucrarse con la misma estrategia de Putin.
Las sanciones ya están en marcha y Occidente espera que a los rusos y a su gobierno les resulten los suficientemente agobiantes y traumáticas como para disuadir a Putin de su ofensiva. Pero esas medidas tienen varios límites. El primero es cómo hacer para que sean eficaces, cómo lograr que sean más un incentivo para abandonar la invasión que un castigo.
“Las sanciones en sí, solas como herramientas, nunca son suficientes. El embargo a Cuba fue poco exitoso para modificar el comportamiento de los Castro. No funcionan porque tienen un costo muy alto para el sancionador y también pueden ser usadas por los líderes sancionados para demonizar a quienes las aplican. Solo funcionan cuando todos las cumplen”, explica Andrea Oelsner, doctora en Relaciones Internacionales y académica de la Universidad de San Andrés.
Como en pocas otras ocasiones de la historia reciente, Occidente se puso de acuerdo en aplicar al unísono sanciones a las reservas de Rusia, a sus vuelos comerciales, a sus ventas al mundo, a sus millonarios, a sus funcionarios esenciales. El petróleo quedó exento, la carta final que se guardan los protagonistas de la Alianza Atlántica. La fuerza de las sanciones fue sostenida y estimulada por la fuerte reacción de la opinión pública global, de empresas y bancos, de terceros gobiernos. La respuesta ilusiona a Occidente con que la guerra de sanciones finalmente funcionará.
Esa unidad será desafiada eventualmente por dos límites potenciales. Putin parece apostar por una guerra larga, una duración que puede atentar contra la sorprendente unidad de Occidente en las sanciones. Por otro lado, las medidas se topan con otro desafío peligroso.
“Hay que tener algo muy en cuenta. En los últimos años, hubo un cambio en las elites rusas. La gente que manda ahora, la que rodea a Putin, es la de defensa y seguridad. A ellos las sanciones no los afectan mucho [porque sus fortunas no están tan expuestas como la de los oligarcas]”, advierte, en diálogo con LA NACION, Vladimir Rouvinski, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Icesi, de Colombia.
2) El orden global y su amenaza
La eficacia y solidez de las sanciones serán determinantes en cómo los rusos enfrentan la guerra, en cuánto sufren Putin y su círculo íntimo los costos y, eventualmente, en quién o quiénes se llevan la victoria. Y precisamente el resultado de esta guerra –y también su duración– condicionarán el peso de sus protagonistas de un orden global diferente.
Un Putin exitoso, con una victoria sin desgaste que le permita neutralizar y dominar a Ucrania, reforzará su puño fuerte dentro de Rusia y será una amenaza abierta, caliente y permanente contra la seguridad de Europa y del resto de Occidente. Su arsenal nuclear y su voluntad de alejar a la OTAN lo más posible de sus fronteras serán, sobre todo para Europa, un recuerdo constante de la posibilidad de guerra.
Su victoria será también un triunfo para los autócratas del mundo y para sus aprendices, desde Estados Unidos y América Latina hasta Asia, que se convencerán de que la violencia, la represión, la mentira, el control son la receta perfecta para gobernar por mucho tiempo. Será además un éxito más para la era de la impunidad: violar el derecho internacional y quebrar la integridad territorial de otro país no tendrá costo alguno. La alianza con China se reforzaría, pero tendría a Rusia como un socio poderoso.
Occidente, con sus valores liberales y su fe en la democracia, sufriría una de sus mayores derrotas, una que podría acelerar el fin de su influencia global.
Si el caso fuera el opuesto –la derrota de Putin–, los autócratas pensarían dos veces antes de actuar, la impunidad se chocaría con un límite y Ucrania podría mantener su soberanía y su libertad para decidir su presente y futuro. El líder ruso enfrentaría la peor derrota de su vida y, en lugar de asociarse a China como pares, Rusia tendría una dependencia total del país asiático.
Sin embargo, la relación con Occidente tendría el mismo signo de enemistad que la caracterizaría en caso de éxito de Putin. “A la larga, las sanciones y la guerra van a echar a Rusia de Occidente. Y eso es nocivo en el largo plazo. Se rompió definitivamente la confianza. El futuro llegará y será un problema”, opina Gonzalo Paz, académico argentino y profesor de la Universidad de Georgetown.
Para Ian Bremmer, fundador de la consultora Eurasia, ese futuro tendrá la forma de una nueva guerra fría, menos temible que la anterior porque Rusia es una nación más débil que la ex Unión Soviética, pero a la vez más peligrosa, porque Moscú cuenta con su robusto arsenal nuclear y, con menos confianza y acuerdos desgastados, eso se vuelve una mayor amenaza.
En este mundo de bloques definidos, recelos renovados y permanentes amenazas nucleares, ¿tendrán la Argentina y el resto de la región lugar para el “no alineamiento activo” que tanto proponen como forma de acercarse al mundo hoy? Tal vez muy poco sea el margen para ser aliado de Occidente y de Rusia-China, a la vez.
“La ventana de la política exterior se va achicando. Los costos de la independencia suben estrepitosamente ahora”, advierte Paz.
3) Mayor combustión social, de América del Sur a Medio Oriente
La política exterior no será el único frente en el que sufrirán los países de la región con las derivaciones de esta nueva guerra y el mundo que dejará. Cuando las potencias se enfrentan, las naciones más vulnerables se estremecen. El primer impacto directo de esta guerra fueron los precios de los commodities, energía y cereales se dispararon, por el peso de Rusia y Ucrania en ambos mercados.
En 2010, el precio del trigo sufrió picos provocados una sequía que se llevó un tercio de la cosecha anual de Rusia, cuarto productor global y uno de los principales proveedores de Medio Oriente, África y Asia. El precio de los alimentos se disparó y, con él, el descontento social. A fines de ese año, en Túnez, un incidente con un vendedor ambulante de alimentos desembocó en la “primavera árabe”, que volteó un gobierno tras otro y cambiaron para siempre a la región.
Fuerte productora, América del Sur no está así de expuesta a los caprichos de los precios de los cereales. Pero sí a los precios de la energía. Desde 2013 hasta hoy, las rebeliones sociales y la movilización pública permanente signan a todos los países. Las protestas alteraron la vida y el curso de la política en Brasil, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador, Colombia y complicaron la gobernabilidad y, con ella, la confianza en la democracia. Detrás de todas ellas, estuvieron, indefectiblemente, o el precio de los combustibles o el costo del transporte público.
En los últimos 11 días, los cereales subieron hasta 40%; el petróleo, hasta 15%. Las calles de América Latina, Medio Oriente y África, ya saturadas y empobrecidas por la pandemia, empiezan a temblar.