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FuenteLa Nación

“Había una vez un economista...” Las razones de la escasa divulgación de la llamada ciencia sombría

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La Caja de Pandora del conocimiento debería tener una etiqueta con la inscripción: “Nunca preguntar si la economía es una ciencia”. Las dificultades para realizar pronósticos confiables, llevar a cabo experimentos y evitar la influencia de subjetividades son argumentos que cuestionan a la disciplina de Smith y Marx. Más allá de estos puntos, hay un aspecto llamativo vinculado con su estatus epistemológico: la economía realiza muy poca divulgación científica.

Cuidado. Divulgación es una cosa y divulgación científica es otra. Como fenómeno cotidiano, en la Argentina la economía está presente en todos los ámbitos, no hace falta recordarlo en el único país en el cual su presidente, a pocos meses de asumir y en condiciones extremas, publica un extenso tratado sobre el tema. También está el trabajo de los periodistas y analistas (como el del “vecino de sección” en Economía del domingo de LA NACION Juan Carlos de Pablo) que llevan a cabo una encomiable tarea al acercar los vaivenes de la política económica a la gente. La economía no necesita más divulgación; tal vez, todo lo contrario.

Sin embargo, la divulgación científica se centra en difundir no solo qué hace una disciplina, sino cómo lo hace: cómo agrega y valida conocimiento, cuáles son sus métodos, sus formas de razonar y sus alcances y limitaciones.

La reconocida colección Ciencia que Ladra, dirigida por Diego Golombek, director de la carrera de Ingeniería en Biotecnología de UdeSA, y publicada por Siglo XXI, ha lanzado más de 100 libros, ninguno sobre economía o cuestiones sociales. Las excepciones son el de Jorge Paz y los del autor de esta nota, que estrictamente no tratan sobre economía (el de Paz es sobre demografía y los de un servidor, de estadística). Claramente, no se trata de una discriminación hacia los científicos sociales, sino que la práctica de la divulgación científica en estas disciplinas es escasa o incluso inexistente, cuando no vista de manera despectiva.

Esta tendencia parece comenzar a revertirse. Una parte significativa de la economía ha adoptado las pautas metodológicas de las ciencias experimentales, como la biología o la agronomía. Los Nobel otorgados a Duflo, Angrist, Card e Imbens reflejan la relevancia de la así llamada “revolución de credibilidad”. Esta visión de la economía prioriza un enfoque causal-experimental, todo un desafío para una disciplina que trata con personas y países, un espacio en el que implementar experimentos controlados se enfrenta a numerosos límites éticos y operativos.

El “hijo pródigo” de la divulgación científica proveniente de este enfoque es Freakonomics, el best seller de Steve Levitt y Stephen Dubner. En este popular libro (que luego devino en un blog... ¡y hasta en una película!), los autores abordan una variedad de problemas freak (por ejemplo, qué tienen en común los maestros de escuela con los luchadores de sumoo si es más peligroso una pistola que una piscina), para resaltar cómo la lógica de los incentivos y un uso inteligente de datos y métodos permiten estudiar cuestiones sociales de manera científica.

Como con todo en la vida, hay usos y abusos. Por un lado, Freakonomics resalta la idea de que la inhabilidad para realizar experimentos no debe ser una excusa para abandonar la visión causal que les ha permitido avanzar significativamente a disciplinas como la medicina. El libro muestra cómo una observación cuidadosa de la realidad permite identificar y medir relaciones causales sin haber implementado explícitamente un experimento.

Por otro lado, los críticos señalan que la naturaleza freak de la propuesta no es un mero artilugio comunicacional para llamar la atención. Una nota reciente en The Economist, titulada Por qué Freakonomics falló en transformar la economía, sugiere que este enfoque es exitoso en cuestiones un tanto irrelevantes. “Cute” (bonitas) es el adjetivo que usa el premio Nobel James Heckman (acérrimo enemigo de Freakonomics) para burlarse de las preguntas de esta aproximación, sugiriendo que cuestiones tales como entender el devenir de los luchadores de sumo o por qué los narcos viven con sus padres tienen poco contacto con cuestiones urgentes y atávicas de la economía, como qué explica la riqueza de las naciones o cómo se estabiliza un país con alta inflación.

A favor de Levitt, el libro Repensar la pobreza, de los también premio Nobel Esther Duflo y Abhijit Banerjee, es un repaso de lo mucho que el enfoque causal puede aportar para lidiar con el problema más complejo de la economía: cómo mejorar la calidad de vida de los que más sufren.

Este énfasis en cuestiones de “causa-efecto” acercó la lógica de la economía a la de las ciencias clásicas, que ocupan la mayor parte de la literatura de ciencia popular. Y esto explica por qué el grueso de la divulgación científica económica actual provenga de subdisciplinas como la economía del comportamiento, la neuroeconomía y, en general, de la microeconomía aplicadaque privilegia el análisis empírico de relaciones causales.

Hay varios ejemplos en nuestro ámbito. El libro Economía insólita, del “dueño de casa” de este espacio, Sebastián Campanario, vio la luz unos meses antes que Freakonomics. Pablo Mira (que contribuye habitualmente a esta columna) ha escrito varios libros desde una perspectiva de la economía del comportamiento, en los cuales también hubo contribuciones de Martín Tetaz, ahora dedicado a la política. En esta línea se encuentra el reciente libro de Florencia López Boo y Nicolás Ajzenman (La ciencia de los detalles). Ajzenman, quien tiene una Maestría en Economía en la Universidad de San Andrés, mantiene un interesantísimo blog, suspicazmente llamado “Esto no es economía”, donde, desde una marcada perspectiva científica, difunde trabajos recientes con un enfoque causal y empírico.

Llama la atención que TikTok o Instagram no hayan resultado ser terrenos fértiles para la divulgación científica de la economía. Tal vez la excepción sea el caso de Damián Gonzo, un joven economista egresado de la UdeSA, que en su perfil sobre economía del comportamiento recurre a trabajos de revistas de neurociencia, como Cerebral cortex, para discutir, por ejemplo, por qué a una fábrica de chocolate le conviene permitir que sus empleados consuman todo lo que quieran.

Pero la gran ausente de la divulgación científica parece ser la macroeconomía. Contrasta con la urgencia de su temática (la inflación, el desempleo, las crisis) que pocos adopten la visión de sus pares “micro”, que intentan llevar al público general los más recientes avances en la literatura científica.

La respuesta tal vez se deba a su naturaleza marcadamente sistémica. Su esencia “de equilibrio general”, en donde es inconducente separar problemas de a uno, y la virtual imposibilidad de implementar experimentos, demandan la construcción de sofisticados modelos (“dinámicos y estocásticos”) en los cuales las cuestiones de causa y efecto surgen de complejos mecanismos que luego son alterados para estudiar, por ejemplo, cuál es el efecto de corto plazo de la política monetaria.

En su libro en el cual sentó las bases de la teoría de juegos con Oskar Morgenstern, el brillante matemático John Von Neumann afirmó: “Seamos conscientes de que actualmente no existe un sistema universal de teoría económica y que, si alguna vez se desarrollara uno, muy probablemente no sea durante nuestra vida. La razón de esto es simplemente que la economía es una ciencia demasiado compleja como para permitir su construcción de manera rápida”.

Esto sugiere que la falta de divulgación científica en ciertas áreas de la economía no se debe a su resbaloso estatus científico, sino a lo contrario: su complejidad inherente hace difícil comunicar sus modos de manera sencilla y clara.

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