Impuestos y regulación: la Argentina deja atrás la economía del cepo y llega otra con grillete
La Argentina que paga impuestos y pertenece a la llamada economía en blanco está dejando atrás la etapa de los cepos económicos; el problema es que lo que asoma es otro país que los reemplaza por grilletes. El país está trabado, restringido y atiborrado de regulaciones. El sector formal invierte enorme cantidad de tiempo, energía y dinero para luchar contra una carga impositiva que luce despareja, desmedida y, como si fuera poco, intrincada como un laberinto sin salida. La confianza del consumidor navega por niveles apenas superiores a los que marcaban aquellos despiadados 2001 y 2002.
La inflación hace mella en los sueldos y el malestar crece. No hay financiamiento prácticamente para nada (con tasas cada vez más altas), los servicios se deterioran y los bienes son escasos. No hay créditos hipotecarios y el Estado, como padre protector, prácticamente desató con su ineficiencia una lucha de vale todo entre propietarios e inquilinos.
Mientras el sector público pesa cada vez más y sin soluciones de fondo, especialmente para la inflación y el tipo de cambio, las restricciones (entre ellas, el cepo) para que cada uno de los ciudadanos se quede en pesos mediante una serie de regulaciones se han tornado una carga difícil de soportar para gran parte de la población. Bienvenidos, pues, a la Argentina del grillete.
El panorama, que bien podría decir el lector que puede lucir teórico, tiene su correlato en las cifras. El Índice de Confianza del Consumidor (ICC) que elabora el Centro de Investigación en Finanzas de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) se desplomó en julio con una caída de 11,1%. El mes siguiente recuperó algo (6,6%) y en septiembre se mantuvo prácticamente quieto con una suba de 0,4%. “En la comparación interanual, el ICC muestra una variación acumulada negativa de 8,2%”, dice el informe.
Ese mismo centro de estudio publica la Encuesta de Expectativas de Inflación. “El promedio de la inflación esperada para los próximos 12 meses subió a 61,7% en septiembre”, se lee en el trabajo.
La tendencia se refleja en otros indicadores. El Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), que publica el Banco Central, informó que, a fines de septiembre, los analistas proyectaban que la inflación minorista para 2022 se ubicará en 100,3% (5,3 puntos porcentuales superior al pronóstico de la encuesta previa). Quienes mejor pronosticaron esa variable para el corto plazo (Top 10) esperan en promedio una inflación de 101,5%. Para 2023, ubican el número en 90,5%.
Ese drama económico que, por ahora, la Argentina soporta estoica, surge como torrente en cada uno de los trabajos donde se auscultan los sonidos de la sociedad. De la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública que elabora la Universidad de San Andrés se desprenden algunos datos abrumadores. “¿Cuál dirías que es tu nivel de satisfacción con cómo marchan las cosas en el país?”, dice una de las principales preguntas de la muestra. “Solo 10% de los encuestados está satisfecho con la situación general, mientras que el restante 89% se encuentra insatisfecho”, fue la respuesta. Así, como se lee: uno de cada diez.
Pero los números siguen. Siempre de los últimos datos que surgen del trabajo de campo y que se publicaron en agosto, solo el 20% aprueba el gobierno del presidente Alberto Fernández, mientras que el 78% lo desaprueba. Cuando se pregunta sobre qué tipo de políticas se rescatan, las de salud (35%) y ciencia (33%) son las que tienen mayor grado de aprobación. ¿Qué sucede con la gestión económica? Apenas el 7% habla de una “total aprobación”, al tiempo que el 92% optó por elegir la “total desaprobación”.
Hay pocos optimistas
¿Algo más? La encuesta de la Universidad de San Andrés muestra que el 83% considera que el país “empeoró” en comparación con un año atrás. Hay un 54% que piensa que estará aún peor a la misma altura de 2023, al que se le suma otro 16% que prevé que estará igual. Los optimistas, que esperan una Argentina mejor, suman 19%.
El oficialismo luce lejano a la hora de entender estos padecimientos ciudadanos. Con solo mirar la agenda del presidente Fernández se toma consciencia de la lejanía: la última cita que tiene asentada en el Registro de Audiencias es del 19 de septiembre pasado.
El jueves, el mandatario no tuvo agenda hasta las 18, cuando asistió a la 59° Fiesta Nacional de la Flor y “compartió una charla con estudiantes del distrito sobre la democracia, en ocasión de la proyección de la película Argentina, 1985 en el histórico Teatro Seminari, en el municipio bonaerense de Escobar”. El viernes fue feriado. Algo así como titular esa agenda: “Alberto en el país de las maravillas”.
La economista María Castiglioni, socia de C&T Asesores Económicos, considera que la acumulación de trabas y restricciones tiene una causa: la falta de planes para abordar los problemas concretos. “Para que todo no termine de explotar, y mientras no se corrijan los desequilibrios macroeconómicos, la economía incrementó los controles y las regulaciones. Como no se resuelven los problemas, se ponen más trabas para todo. Así se llegó a un punto donde la inflación afecta los ingresos, aparecen nuevos impuestos y los mínimos no imponibles no se ajustan o suben por debajo de la inflación. Hay retenciones cada vez más grandes y tasas extras”, cuenta.
Una carrera de obstáculos
Luego, enumera una secuencia que vale la pena repasar y que da cuenta de lo que a diario sucede en la Argentina del grillete: “Si alguien quiere sacar efectivo, cobran impuestos; y si hace transacciones bancarias, también; y si usa tarjeta, lo mismo. Hay trabas para comprar dólares con plata en blanco y, si se ahorra en pesos, hay una tasa que no logra ser atractiva. Si viaja al exterior, hay impuestos. Si se queda y quiere comprar, hay trabas para traer cosas y acá cada vez se exhibe una oferta más limitada. A eso se suma que hay una gran cantidad de sueldos y de ingresos que van por detrás de la inflación. Si es autónomo, la carga impositiva es altísima, porque nada se actualiza con la velocidad de la suba de los precios, y, si además es emprendedor, se suman complicaciones por trámites e impuestos. Si vende servicios al exterior, liquida a dólar oficial en pesos y también tributa. Si es inquilino, tiene una ley que complica; y si es propietario, también”.
Y completa: “Cuando el Gobierno quiere ayudar a controlar los precios, complica a los sectores, ya que, los protegidos son los más caros. No hay cuotas y hay más controles que cada vez perjudican más. El empleo registrado crece menos y los servicios se deterioran, ya que para mantener, por ejemplo, los planes de salud con las mismas prestaciones, hay que subir de categoría. Lo mismo sucederá con la energía: el atraso tarifario genera peor servicio”, finaliza.
Luciano Cohan, fundador y director de Alphacast, dice que la Argentina lleva ya 10 años seguidos de estancamiento. “Eso significa entre 20% y 25% de caída del producto bruto interno per cápita, que no es otra cosa que el ingreso promedio de la gente”, sostiene.
“La Argentina se come su propio capital desde hace una década. Somos cada vez más pobres y menos productivos. El único que no se achicó fue el Estado, con lo cual hay un sector privado cada vez más pobre, al que le toca sostener un Estado cada vez más grande. Los únicos que ganan con esto son los que pueden morder y vivir de alguna cuasi renta. El resto, todos, sin excepción, son cada vez más pobres”, admite.
El Estado y lo que significa en la economía es algo que ocupa y preocupa a quienes miran las finanzas públicas. La pregunta es simple: ¿cómo financiarlo? La respuesta que le ha dado este Gobierno a ese interrogante también lo es: con emisión monetaria y deuda en pesos, que, a su vez, significa más emisión de dinero. Y esto, claramente, es una de las principales causas de la inflación.
Los números hablan por sí solos: durante los años 90, el tamaño del Estado se movió en el rango de entre el 23% y 24% del producto bruto interno (PBI). Hubo un salto que lo llevó a entre 25% y 26% en los años 1999, 2000 y 2001. Luego, la devaluación lo devolvió a aquel escalón en el que se movió en los 90.
Sin embargo, el kirchnerismo lo llevó a valores inusitados. Néstor Kirchner lo dejó en 28,8% y fueron las dos presidencias de Cristina Kirchner las que hicieron volar el tamaño del gasto público. En 2015, cuando se tomó un avión a El Calafate para no traspasar el mando, el Estado representaba el 42,6% del PBI. Prácticamente, se duplicó.
Un sendero inverso
Mauricio Macri inició la cuesta hacia abajo. El peso del Estado se redujo prácticamente 7 puntos y pasó de aquel récord de 42,6% a 35,5%. Aquel espejo del macrismo, que perdió las elecciones, contaminó la política. De eso no se habla.
El presidente Alberto Fernández lo llevó al récord en 2020, cuando se anotó un 42,9%, producto de la necesidad de paliar los efectos de la pandemia de coronavirus. Finalmente, el año pasado el peso del Estado llegó a 38,9% del PBI. Todo se asentó cerca del 40%, de acuerdo con datos de Abeceb, números del economista Sebastián Galiani y los indicadores que elabora y publica el Ministerio de Economía.
Dante Sica, exministro de Producción y Trabajo y economista de Abeceb, pone un foco muy fuerte en la emisión de deuda en pesos. “No hay ninguna solución que se haya planteado a los problemas verdaderos como la inflación. El Gobierno ha creado una verdadera masa deuda en pesos muy cara, que tiene vencimiento corto. [El ministro de Economía, Sergio] Massa no ha tomado deuda barata ni a largo plazo. Es más, tiene unos bonos que aseguran o tasa de interés o tasa de cambio, lo que sea más redituable. Y vencen el año que viene. El problema de emisión va a ser muy grande y eso va directo a inflación. Parece imposible bajarla. Hay una cosa más: el gran ícono del ajuste del gasto que pretendía hacer con la quita de subsidios a la energía no empezó. Y, al menos el de la electricidad, no lo pudo poner en marcha”, agrega, en referencia a que el primer escalón del aumento tarifario se pospuso, al menos un mes: iba a comenzar en septiembre, pero no empezará a regir hasta octubre (llegaría con las facturas de noviembre).
Si se mira la encuesta de la Universidad de San Andrés, los consultados tienen algún diagnóstico sobre la inflación. La falta de un plan económico (55%), el gasto público (48%) y la emisión de moneda (43%) son consideradas las principales causas que dieron cuando fueron consultados (en una pregunta con respuestas múltiples) sobre qué originaba el aumento generalizado de precios. ¿Cómo solucionarla?, se los indagó después. “El 57% contestó que hay que bajar el gasto público, mientras que el 41% dijo que hay que bajar impuestos”, se lee en el trabajo que, como se dijo, tiene su recorrido de campo hace dos meses.
Claro que lo más preocupante de todo este panorama son los índices que muestran un 36,5% de pobreza y un 8,8% de indigencia (según los últimos datos del Indec para el primer semestre del año). Pero también es cierto que con esto convive una clase media exhausta.
El economista Luis Palma Cané elabora una explicación que va algo más allá de los números. “Nuestro país sufre un escenario de multicrisis que podría contarse como económica, financiera, cambiaria, política, cultural, sanitaria y educacional. Esto es consecuencia de años de mala praxis generada por un populismo político que logró estancar nuestra economía como en ningún otro país del mundo”, dice.
Luego añade que ese populismo político sostiene que su espacio es el único que representa los intereses del “pueblo”. “Por lo tanto, todo aquel que no pertenezca al mismo, lisa y llanamente es enemigo del pueblo”, completa. “Por lo tanto, el Estado populista es el único que puede y debe defender los intereses del ‘pueblo’ contra el resto, que sólo protege sus prerrogativas. De esta manera, el Estado debe intervenir en todos los escenarios, entre ellos, y fundamentalmente, el económico. Esta es la base ideológica del populismo K, según el filósofo Ernesto Laclau. Es decir, a mayor intervención del Estado, mejor para la sociedad. Con esa lógica, desde Néstor Kirchner para acá aumentaron el gasto público del 25% del PBI al actual 40%. Por lo tanto, controla (o pretende controlar) precios, ingresos, tipo de cambio, sector externo, salarios, todo. Así se llega a la actual maraña donde todo está intervenido y donde las libertados económicas están restringidas”, analiza.
La mano del Estado llega a todos lados. A diario presenta regulaciones, impuestos y gastos que la economía formal tiene que entender, adaptarse, solventar y resignarse. ¿Resignarse? Parece demasiado para una sociedad que supo gritar cuando así lo requirió la historia. Una pena que ahora luzca ronca, casi que ni le salen los sonidos.