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Israel: ni adoración, ni odio

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Israel no es todopoderoso. Lamento por quienes leyeron “Start-Up Nation” (famoso libro de Dan Senor & Saul Singer sobre su milagro económico). Y pensaron que Israel es eso: un oasis de omnipotencia. Pues, no lo es. Desde su creación, en 1948, Israel es periódicamente atacado por sus países vecinos. El objetivo de esos ataques no es territorial ni político: es el deseo que desaparezca. El mundo islámico radical piensa que los judíos deben extinguirse de la faz de la tierra; que no tienen razón de existir. Y la única manera de asegurarse esta misión es borrándolos del mapa. Este humilde país (seis veces más pequeño que el estado de la Florida) ya peleó ocho guerras oficiales en su corta vida de 75 años.

En algunas de ellas estuvo a punto de perder. “Perder” en este caso tiene un significado especial. Por ejemplo, si Gran Bretaña hubiera sido derrotada en la guerra de las Malvinas con Argentina, entonces habría perdido el control de ese pequeño pero estratégico territorio. Ahora, en este preciso instante mientras ustedes leen esta columna, hay dos jóvenes anglosajones haciendo un hermoso pic-nic en un parque de Londres. Ellos no saben qué son las Falkland Islands. Y su vida, a 8.000 millas de ese lugar, no hubiera cambiado un ápice si su país hubiera perdido esa guerra. 

Si Israel hubiera perdido cualquiera de las guerras que enfrentó, entonces hoy no existiría. Y los judíos del mundo no tendrían un lugar. Un estado que los proteja. La historia ya nos mostró el cruel resultado de no tener protección: la muerte segura. En Israel “perder” viene con un precio alto. El más alto imaginable. Pero todo esto ya lo saben. Aquí viene algo que no saben: Israel no es infalible. La invasión de Hamás, tan perversa como eficaz, dejó algo clarísimo: la vulnerabilidad del estado judío. 

Estoy muy acostumbrado a ver como la prensa internacional pone a Israel en el papel de “Goliat” cuando pelea con alguien. Claro, el gigante no genera compasión. Ni ganas de ayudarlo. El mundo parece pensar: “Dejen a Goliat, que se defiende solo.” Este relato encierra una enorme injusticia. No sólo Israel no es Goliat, sino que no pelea (sólo) contra David. Pelea contra un consorcio de figuras mitológicas que lo quieren ver desaparecer por el sólo hecho de existir: Irán,? Irak,? Kuwait,? Líbano, Siria, Yemen, Hamás, Hezbollah. A este club debemos sumar aquellos países que alguna vez ya han intentado que desaparezca por la fuerza: Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak.

Sus rivales no piden nada material a cambio de la paz. Por eso estas disputas no se resuelven nunca; aun concediendo todo lo material que pide el adversario. Porque lo que realmente exigen es la extinción de Israel y los judíos que lo habitan.  Lamentablemente (o afortunadamente) este pedido no es negociable. Les compartiré una historia que tira por la borda el argumento de moda: que el odio de las naciones vecinas tiene que ver con la conducta ocupacionista de Israel. Al finalizar la primera guerra mundial ya existía en Jerusalén un líder árabe que perseguía y pretendía aniquilar a los judíos que habitaban allí.

En ese entonces, la zona estaba bajo el mandato británico. Este líder era el “Mufti de Jerusalén” (Haj Amin al-Husayni) quien se reunió con Hitler en 1941 y le propuso exterminar a los judíos de Europa para impedir que escapasen y llegasen a su tierra: la actual Israel. Es imposible argumentar que la estrategia de este asesino de judíos era consecuencia de un plan ocupacionista. Israel no podía ocupar nada… porque no existía aún; fue creado 7 años después. Para ocupar algo, antes hay que existir.

El mundo creó las Naciones Unidas para evitar que se repita la barbarie del Holocausto. El Estado de Israel fue creado por Naciones Unidas Es decir, el Mundo creó a Israel. La Carta de Naciones Unidas dice claramente que su objetivo es mantener la paz, evitando agresiones que la pongan en riesgo; y garantizar los derechos humanos de quienes habitan las naciones del mundo.
Todo lo que pido es un trato digno. 

Ni adoración. Ni odio. Humanidad.

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