La familia: Un inesperado reproductor de desigualdades durante la primera infancia
Cuanto más temprano en la vida de las personas se invierte en aumentar y equiparar habilidades, mayores serán las probabilidades de desarrollo humano y movilidad social. El desarrollo temprano de un individuo está enmarcado en el contexto social más cercano que representa la familia, sostienen Mariano Tommasi y María Edo, profesores del departamento de Economía de UdeSA y directores del Centro de Estudios para el Desarrollo Humano (CEDH), y Agustina Thailinger, graduada de la Maestría en Economía de la Universidad e investigadora del CEDH. En un nuevo estudio publicado en la revista científica Desarrollo Económico, observan que las dificultades en la primera infancia pueden traer consecuencias determinantes en el presente y futuro de niños y jóvenes. Para colaborar con el diseño de políticas públicas destinadas a combatir la desigualdad, los investigadores del CEDH recorren la literatura existente sobre características y estructuras familiares, junto a bases de datos de hogares en Estados Unidos, Europa, América Latina y, específicamente, Argentina.
A nivel global, en las últimas décadas se observa una reducción de la fertilidad, mayor inserción laboral de la mujer, disminución del matrimonio y un aumento de la cohabitación, separaciones y divorcios, concepción de hijos por fuera del matrimonio y hogares monoparentales. Estas transformaciones demográficas exhiben un claro gradiente socioeconómico, en tanto es más frecuente la cohabitación, separaciones, embarazos por fuera de la unión legal y embarazos adolescentes en sectores de bajos ingresos y de menor nivel educativo. Las características observables de los padres —edad, nivel educativo e ingresos— y la estructura familiar podrían tener influencia sobre el bienestar de los niños cuando se combinan con ciertos comportamientos no observables, como el nivel de compromiso de los padres con la crianza, su temperamento o la propensión a la violencia, entre otros. Estos factores influyen sobre el funcionamiento y la estabilidad familiar, y los insumos que los niños recibirán, incidiendo sobre su desarrollo futuro. Las diferencias en las características de la familia en la que unos y otros niños crecen implicarán “destinos divergentes”. A su vez, la evidencia sugiere que los efectos negativos de ciertos arreglos habitacionales se verían profundizados cuanto más bajo el nivel de ingresos o el nivel educativo de los padres.
En conjunto con otros factores, la estructura familiar parece haberse convertido en un mecanismo para la reproducción de inequidades. Ahora bien, la identificación de efectos positivos —no necesariamente causales— de ciertas estructuras familiares sobre indicadores de desarrollo infantil no implica que uno pueda promover, por ejemplo, la nupcialidad como una receta de política pública. Sin embargo, dichas relaciones podrían motivar exploraciones para el diseño de políticas públicas destinadas a combatir la desigualdad y la exclusión, como la prevención de la violencia doméstica o el embarazo adolescente, la negligencia con respecto al cuidado de los niños o la probabilidad de abandono escolar. Por este motivo, Thailinger refuerza la importancia de destinar los esfuerzos de la política pública al momento en que todavía hay posibilidad de cambiar las trayectorias futuras. “Cuando un niño ingresa a la escuela, muchas veces los caminos ya son tan divergentes que es difícil que vuelvan a converger”.