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La increíble suerte del desafortunado Capitán Beto

La dupla Cohn-Duprat nos ha dado películas memorables como El Artista, El hombre de al lado y El Ciudadano Ilustre. No obstante, poco honor se le hace a su segunda película: Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, en la que Emilio Disi caracteriza al personaje de un cuento de Alberto Laiseca quien vivía enojado por las pocas oportunidades que le daba el país. Un día, mientras tomaba café en un bar, se le presenta el diablo ofreciéndole un trato: volver diez años al pasado, pero preservando intacta la memoria de lo que había ocurrido durante todo ese tiempo. La oferta, que Disi acepta sin dudar, parecía presentar un mundo de infinitas oportunidades. Pero la cosa no resulta tan sencilla. Cuando siente la obligación de avisar sobre el inminente ataque a las Torres Gemelas termina encarcelado por los servicios secretos y, luego, torturado; cuando intenta primerear con el lanzamiento de un reality que llamaría El Gran Hermano, es objeto de burla y la ejecución del proyecto es tan pobre que termina perdiendo todo su capital. Disi trata reiteradamente de aprovechar su conocimiento del futuro solo para fracasar una y otra vez. El diablo, por su parte, se regodea asistiendo al derrumbe de la fantasía exculpatoria del pobre personaje.   La sucesión de oportunidades perdidas que se le presentan al personaje que encarna Emilio Disi  me hizo acordar al desafortunado Capitán Beto. En el último año, la inflación internacional le licuó el valor de la deuda en dólares, incrementó los precios de los bienes que vendemos al mundo e incluso le regaló plata el FMI. Aun así, tiene la inflación corriendo al 117% (6,7% anualizado) y un PBI que en los dos primeros meses del año, a pesar de la recuperación post-covid, no puede siquiera alcanza a equiparar los valores que logró Macri en esos mismos meses en 2016, 2017 y 2018.   En estas líneas quiero cuantificar la magnitud de la suerte que ha tenido el país en este último año y que el Capitán Beto transformó en estos pésimos resultados. El ejercicio permite tomar dimensión de lo lapidaria que tiene que ser la evaluación de este gobierno. Veamos…   Comienzo por lo más grande y de lo que menos se ha hablado: la inflación de EE.UU. Con la inflación allí avanzando rauda hacia una tasa anual del 10%, la aceleración inflacionaria en los EE.UU. está devastando el valor de los activos denominados en dólares en el mundo (aviso: quien tiene dólares en el colchón perdió, el último año, el 10% de su capital). Pero resulta que el Estado argentino es un deudor en dólares a tasa fija por la módica suma de unos 160 mil millones. Como el producto de Argentina medido en dólares subirá al menos a la tasa de inflación norteamericana, una inflación del 10%, nos genera una reducción en el valor real de esa deuda de unos 16 mil millones de dólares: un monumental 3,2% del producto. A esto deberíamos sumarle la transferencia de DEGs que llegó como maná del cielo por 0,9% del PBI y el adelanto de fondos en la reciente restructuración de deuda de 1,5% del PBI. En el último año, Washington ha beneficiado al Capitán Beto nada más y nada menos que con una transferencia inédita del 5,6% del PBI.   A esto se le suma que, en 2021-2022, la tasa de interés real en dólares ha sido la más baja en los últimos 50 años. Es decir, podíamos colocar deuda en dólares a tasas reales nunca vistas. Pero el Capitán Beto se ha encargado de no aprovechar esta bonanza. Se vendió la insólita idea de que la deuda en pesos no es deuda y que, la deuda en dólares, sí lo es. Entonces nos financiamos en CER a una tasa en dólares que, desde comienzos de 2021 –cuando empezamos con la cantinela de la deuda en pesos–, terminó siendo del 28% (sí, en dólares). Como Emilio Disi, ¿por qué hacerlo bien si se puede hacer mal?     Para colmo, ni siquiera las empresas privadas pudieron aprovechar estas tasas, porque el desafortunado Capitán Beto luchó durante un año para lograr un canje de deuda innecesario (la tasa de interés de la deuda era 5% y el crecimiento del PBI en dólares corre históricamente al 4%, por lo tanto, la deuda era sustentable), generando una desconfianza absoluta en el gobierno argentino, y por transitividad en todos los activos argentinos. Entonces, mientras las empresas del mundo gozan de tasas reales negativas, las nuestras tienen vedado el acceso.     Aunque no la aproveche, la suerte del Capitán Beto no solo es que le regalen dinero, le licuen las deudas o que le presten a la menor tasa real en 50 años. También, el mundo le ha regalado un aumento en los términos de intercambio cuyo efecto en el último año ha generado una ganancia adicional de 8 mil millones de dólares, 1,6% del PBI, que es el efecto del aumento del precio de la soja y otras commodities neto del aumento del precio de las importaciones.   Finalmente, quizás la mayor oportunidad perdida, en el mediano plazo, lo representa el impacto de la guerra con Ucrania en el precio del gas y en la necesidad de Europa de modificar sus fuentes de abastecimiento. Con las segundas reservas de gas no convencional del mundo, mayores incluso a las de la cuenca de Texas en los EE.UU., estamos penando para comprar gas importado. ¿El motivo? Que nuestras firmas no tienen acceso al capital (el insumo más importante de la industria petrolera) por la reestructuración de la deuda que nos escindió del mundo y la ley de Hidrocarburos de 2014 que, vergüenza eterna para quienes la apoyaron, extendió gratuitamente todas las concesiones petroleras a perpetuidad, bloqueando el acceso a nuevos emprendimientos. Y, sobre todo, por dejar las posibilidades de expansión en manos de una YPF cuyo CEO dice que la acción nunca estuvo más alta, mirando el precio de la acción en pesos, cuando el valor de la acción de la empresa en dólares se pulverizó a la mitad durante esta gestión. Si Argentina produjera lo que produce Texas de gas (podría hacerlo), solamente el aumento del precio del gas del último año nos hubiera reportado un ingreso extra equivalente al 6% de nuestro PBI.   Lo cierto es que el contexto internacional nunca ha producido una coyuntura internacional tan favorable para el país. Entre la inflación que nos redujo la deuda, el regalo de los DEGs y los términos de intercambio, el Capitán Beto recibió un regalito de casi 6% del PBI. La guerra en Ucrania nos dejó al alcance de la mano otro 6%, si tan solo no hubiéramos querido apropiar la caja de la explotación petrolera. Como el personaje de Emilio Disi en la película de la dupla Cohn-Duprat, el problema del Capitán Beto no es que no tiene suerte, sino que no sabe qué hacer con la suerte que tiene.

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