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La reestructuración de la deuda que salvó a la república

martin-guzman

Con el correr de los años, se vuelve cada vez más evidente que resulta muy difícil lograr un cambio en Argentina. Los intereses que se benefician del statu quo están demasiado arraigados, establecidos y consolidados para que sea sencillo desplazarlos.

El armado de una estructura de poder se retroalimenta, por lo que, una vez establecida, perdura por años. Por ejemplo, el régimen soviético duró décadas; y en el presente persisten el régimen venezolano, pese a haber hundido a su población en la miseria; el norcoreano, incluso cuando la gente carece de electricidad, y el cubano, aunque la población no tiene libertad. A pesar de todas estas imposiciones, los statu quo son tan estables que nada parece poder debilitarlos. De hecho, los regímenes de Europa del Este no sucumbieron en el siglo XX por una dinámica propia, sino porque les cayó encima la ola transformadora de la Perestroika.

Sin embargo, quien se anime a encarar la tarea de reforma que requiere Argentina puede verse favorecido por el hecho de que, en el último par de años, el mundo ha bendecido al país con una de sus mayores oportunidades en décadas, quizá de todo el último siglo.

El evento extraordinario en cuestión es la invasión de Ucrania por Putin. Es relevante para Argentina no tanto porque haya aumentado el precio de las commodities agrícolas, sino porque llevó a Europa a preferir desviar sus compras de gas, rechazando el gas ruso y priorizando el de otras fuentes. ¿Y qué mejor opción que Argentina, un país alejado de los conflictos geopolíticos, con abundantes reservas de gas y una producción accesible?

La agresión injustificada de Putin le abrió a Argentina el mercado para colocar su gas de Vaca Muerta de manera rápida y a buen precio. Recordemos que el mundo tiene reservas de gas y de petróleo equivalentes a cincuenta años de consumo, por lo que debemos apurarnos para vender ese gas antes de que la energía solar (cuyo costo de producción bajó un 90% desde 2009), la energía eólica o la termal lo manden a la obsolescencia (recordemos que el mundo tiene reservas de carbón para 150 años que nunca se utilizarán).

La Guerra de Ucrania debería haber generado una explosión de inversiones en producción, transporte y licuefacción. Para entender las cifras, exportar 70 millones de m3 por día a un precio de 10 dólares el Mmbtu (la unidad en la que se comercializa el gas) daría un ingreso de casi 10 mil millones de dólares al año. Los proyectos de largo plazo probablemente anticipen un precio menor, pero al precio de 30 dólares, que es el mínimo que prevaleció en el mercado asiático entre fines de 2021 y 2022, estaríamos hablando de 30 mil millones, lo cual equivale al 50% de nuestras exportaciones.

Sin embargo, nada de ello ha ocurrido. ¿Por qué? Porque la presidencia de Fernández se embarcó en una gesta inútil. En un intento de buscar culpables, decidió que el problema era el “endeudamiento” (que este fuera mayormente responsabilidad de los gobiernos previos al kirchnerismo se consideró un detalle obviable). Encaró entonces una gesta de papel: consumió su primer año tratando de negociar una deuda que representaba el 25% del PBI (Grecia reestructuró una deuda que era 200% del PBI) y que tenía una tasa de interés promedio del 5%. Semejante dislate fue encarado por los acreedores con la resignación de quien no puede convencer a alguien de que se está haciendo daño a sí mismo. El resultado fue que cualquier papel argentino se convirtió en radiactivo: quien te reestructura sin necesidad de hacerlo te puede reestructurar cuando se le cante.

El Gobierno, no conforme con ello, fue por más: decidió reestructurar también la deuda con el Club de París, que es la deuda con acreedores oficiales. Ahora bien, el problema es que nuestra deuda con el Club de París no difiere tanto de lo que el Real Madrid está gastando para ampliar el estadio Bernabéu. A ver si entendemos la escena: el presidente Fernández se reúne con los demás líderes del G20 para solicitar una reestructuración del sistema financiero internacional y pide que refinancien la deuda de Argentina equivalente al costo de colocarle techo a una grada de un estadio de fútbol. Los líderes del mundo seguramente murmuren preguntándose cómo Argentina se coló en el G20.

Uno de los resultados más interesantes sobre deuda soberana proviene de un trabajo del economista chileno Miguel Fuentes y el economista salteño Diego Saravia. Descubrieron que el costo más evidente de una reestructuración de la deuda es el colapso inmediato de la inversión extranjera directa. La deuda externa es un contrato, y la inversión extranjera depende de la confianza en el respeto de las condiciones de inversión. No cumplir con un contrato de deuda envía la señal de que cualquier contrato es endeble. De esta forma, la gesta reestructuradora básicamente bloqueó la posibilidad de que estas inversiones llegaran a Vaca Muerta. Si a esto le sumamos el cepo cambiario y el hecho de que en el pasado el kirchnerismo prohibió intempestivamente las exportaciones de gas, los riesgos para la actividad son obvios.

¿Por qué digo que esto salvó a la república? Porque las tendencias autoritarias del kirchnerismo son indisimulables. Su ataque a la Justicia (similar al que lleva adelante hoy Netanyahu en Israel) es solo el primer paso. Vaca Muerta, con su explosión de inversiones y recursos, hubiera mejorado sustancialmente las perspectivas electorales del Frente de Todos y, con ello, su control del poder. De hecho, Chávez consolidó al chavismo precisamente con los recursos del boom petrolero. De haberse explotado Vaca Muerta en estos años, nuestro derrotero como sociedad podría haber sido similar.

Hoy, el país arde en la hoguera. La inflación supera el 100%, dos de cada tres niños son pobres, la economía está en una recesión que la sequía presagia se profundizará. La brecha cambiaria alcanzó el 100% y los bonos no se pueden refinanciar. En este contexto, al Gobierno solo se le ocurren ideas extrañas: por ejemplo, que el Banco Nación regale plata o duplicar el precio de las computadoras. En fin, el panorama no podría resultar más desalentador. Sin embargo, estas dificultades actuales, en la medida en que debilitan al kirchnerismo, servirán para poner nuestra república a salvo. Además, dejan la oportunidad de Vaca Muerta intacta para quien quiera apoyarse en este crecimiento para impulsar una propuesta transformadora. La historia funciona de maneras misteriosas: la reestructuración más absurda puede terminar siendo la más beneficiosa.

 

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