Los niños castigan más que los adultos a las actitudes egoístas
Distintas teorías sobre la cooperación humana demuestran que las personas cooperan cuando no están obligadas a hacerlo e incluso cuando tienen incentivos para ser egoístas. Somos capaces de sacrificar recursos propios para penalizar el incumplimiento de reglas sociales y morales. Las neurociencias cognitivas proveen un marco de estudio a este fenómeno, conocido como penalización a terceros. María Luz González Gadea, profesora e investigadora de la Universidad de San Andrés y directora de la licenciatura en Ciencias del Comportamiento de la Universidad, estudia las motivaciones que conducen al castigo de otras personas cuando transgreden normas. Para la profesora de UdeSA, comprender cómo surgen los prejuicios y explicar por qué hay personas más generosas que otras sirve para construir sociedades más justas y convivencias más armónicas. Además, explorar cómo estos procesos se desarrollan en los niños “permite a las escuelas, familias y a todos aquellos a cargo de su crianza dirigirlos hacia los fines que más nos interesan como sociedad”.
En un artículo recientemente publicado en la revista Social Development, González Gadea, junto a Antonella Domínguez (Universidad Favaloro) y Agustín Petroni (CONICET), investiga cómo los niños reaccionan frente a los comportamientos de otras personas. A partir de una tarea de psicología experimental, 124 niños de entre seis y once años tomaron decisiones sobre la penalización a niños de su grupo de pertenencia o niños de otros grupos por comportamientos egoístas. Al asumir el rol de “jueces”, los niños mostraron dos sesgos. En primer lugar, todos penalizaron más las decisiones egoístas dirigidas contra un miembro de su grupo de pertenencia que contra un miembro de un grupo ajeno—fenómeno conocido como sesgo proteccionista. Además, los participantes más pequeños castigaron con más frecuencia a los miembros egoístas de su mismo grupo que a los que no formaban parte de este—fenómeno denominado vigilancia grupal. En lugar de favorecer a una persona del propio grupo, un sesgo presente en los adultos, los niños consideran que es más grave tener a alguien en su grupo de pertenencia que transgrede las normas de igualdad. La investigadora argumenta que “las primeras teorías del desarrollo planteaban a los niños como amorales y egoístas, cuando muchos de los aspectos centrales de la cooperación y el altruismo están en la infancia”. Como demuestra el estudio, este sesgo decrece con la edad: “los más chicos son más estrictos con el cumplimiento de la moral y con el tiempo hay algo que nos hace ser más laxos”. Por último, la investigación demuestra que las decisiones sobre penalización a un tercero toman más tiempo, lo que sugiere que son procesos más complejos, en donde los niños reflexionan sobre las normas del grupo, cómo deben comportarse sus miembros y la posible aparición de castigos.
González Gadea agrega que “el bullying puede tener que ver con la severidad del cumplimiento de normas y la segregación social al incumplirlas. Por eso, explorar estos sesgos grupales nos puede ayudar a entender cómo se producen y generar mecanismos para cambiarlos o reducirlos”.
Este mes, el Centro de Neurociencias Cognitivas de UdeSA realizó experimentos y otras actividades interactivas en el marco de la Semana del Cerebro. Junto a colegas de la UNQ, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de UCA-CONICET y del Centro Cultural de la Ciencia, concientizaron sobre la importancia del cuidado del sistema nervioso.