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Fuente Esteban Lafuente

Marcela Meléndez: “La región empieza a recuperarse, pero todavía no está donde comenzó”

“Vemos una región atrapada por dos fenómenos: la alta desigualdad y el bajo crecimiento”, plantea Marcela Meléndez, economista jefe para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), acerca de un escenario común que, más allá de los matices locales, se replica en los países latinoamericanos. Especialista en temas de políticas públicas, regulación antimonopolio y cuestiones de equidad, la funcionaria nacida en Colombia advierte sobre el impacto de la pandemia en la calidad educativa, la brecha de género y el nivel de empleo.   “La historia argentina ha sido muy volátil, con momentos de muy buen crecimiento y caídas tremendas, que, al final, en promedio, le dan un crecimiento muy bajo. Eso es verdad para toda la región. Y todos nuestros países han tenido mala dinámica de productividad”, agrega la economista, quien estuvo en Buenos Aires para participar en la conferencia organizada por PNUD y la Universidad de San Andrés.   -¿Por qué se da ese bajo crecimiento?   -Cuando se piensa en el crecimiento, las economías crecen porque acumulan factores de producción, porque se hace una gran inversión en infraestructura o porque mejora tu productividad. Y el crecimiento basado en productividad es el sostenible, el que se mantiene en el tiempo. Y en nuestros países eso casi no existe. Casi que la contribución de la productividad al crecimiento de algunos países ha sido negativa. Eso es una historia dolorosa. La región está en esa doble trampa, son dos cuestiones que no son independientes y nos hacen a la vez ser muy desiguales y crecer poco.   -¿Cuáles son las causas?   -Hay tres factores: la concentración de poder económico y político; la violencia, porque lamentablemente una de las razones por las que la región es particular es que concentra unos niveles de violencia absolutamente desproporcionados en comparación con la población que tiene; y el sistema de protección social y, en general, las regulaciones de los mercados laborales no funcionan bien. También exploramos las percepciones de la gente sobre la desigualdad y la justicia, porque esas percepciones que tenemos las personas pueden ser parte de esa misma trampa, porque afectan las preferencias por políticas redistributivas. Dependiendo de cuán desigual pienso que es la sociedad en la que me encuentro, formo mi opinión sobre quién debería pagar impuestos o recibir ayudas del gobierno. Y eso aterriza de forma particular en cada país de la región.   -¿Qué efectos generó la pandemia sobre la desigualdad?   -Es un resultado completamente doloroso, porque es una región que venía mal armada. Los altos niveles de desigualdad son parte de la razón por la cual nos pegamos tan duro. Es una pandemia muy desigualadora. Los hogares de ingresos más altos vivimos de una forma muy diferente a los de niveles más bajos, por todas las razones posibles. Teníamos espacios más cómodos para vivir en cuarentena encerrados, porque teníamos trabajos que permitían hacerlo desde casa y no desengancharse del mercado laboral; teníamos computadoras y equipos donde los niños podían mantener el vínculo con el colegio, y teníamos padres más educados para acompañar a los niños y a los maestros en un momento que era muy raro.   -Mencionaba el tema de la baja productividad, ¿por qué se da?   -Una de las razones es que tenemos una proporción muy alta de personas que trabajan por cuenta propia o en negocios muy chicos. El tamaño promedio de una firma en la región es de tres personas. Y cuando uno trabaja solo o en una firma chica, ocurre es que uno no tiene la oportunidad de mejorar su capital humano en el día a día en el entrenamiento de trabajo. Cuando uno integra un equipo grande, mejora por la interacción con otros. Y la baja productividad está asociada con bajos ingresos.   -Y eso se resintió con la pandemia.   -Mucha gente, por el tipo de trabajo que hacía, perdió sus ingresos de un momento a otro. El que trabaja por cuenta propia, el que sale a vender a la calle o el que se las rebusca, cuando nos mandaron a encerrarnos en nuestras casas, no pudo cumplir, porque significaba no tener qué comer, o terminó perdiendo su ingreso y quedó en completa dependencia de lo que pudiera hacer el Estado. En la Argentina la respuesta fue interesante, porque no se limitó a llegar a las personas que ya estaban recibiendo ayuda de la política social y transferencias, sino que se hizo un llamado más abierto, de modo que muchos más hogares pudieron recibir ayuda, y eso permitió proteger un poco más a la población que en otros países. Porque por la manera en que funcionan los mercados laborales, los altos niveles de informalidad significaron que las personas perdieron ingresos, pero no había cómo encontrarlos.   -¿Y cómo es la recuperación?   -Estamos viendo una región que empieza a recuperarse, pero que todavía no está donde comenzó. Ni siquiera hemos vuelto a dos años atrás y, tal vez, el mayor costo los sufrieron los niños (y hasta los jóvenes más grandes digamos), que tuvieron que abandonar el sistema escolar o entrar a trabajar recién salidos del colegio; o interrumpir la universidad para compensar la caída de ingresos en sus hogares. Y luego los pequeños, que enfrentaron la precariedad de la educación virtual, en sistemas que no estaban preparados para brindarlos. Un porcentaje alto de los niños reporta que estudiaba por WhatsApp y uno trata de pensar qué quiere decir eso. Lo que muestran los trabajos académicos es que hay retrasos en el desarrollo, no solo cognitivo, sino también emocional. Quienes empezaron preescolar en la virtualidad tienen un retroceso grande y ponernos al día va a requerir un esfuerzo grande de la dirigencia, porque eso tiene implicaciones en términos de lo que esas personas van a lograr en sus vidas.   -¿Qué impacto tiene eso para el mediano plazo en la región?   -Es un reto inmenso para los gobiernos de la región, porque vamos a tener un problema de bajos ingresos en esa población, si de alguna manera no recogemos lo que quedó y logramos a volver a traerlo hacia adelante. Es como si a la región le hubieran tirado para atrás la alfombra sobre la que estaba, se cayó todo para atrás y, como no había razones estructurales de daño de las economías, sino que lo que ocurrió es una cuestión de salud que nos obligó a apagar la economía, el rebote ha sido relativamente rápido, pero la implicación de largo plazo sí es la que enfrentan los niños. Eso no se resuelve de un día para otro y requiere actividad. Pero pasaron dos cosas buenas.   -¿Cuáles?   -Una es que vimos un esfuerzo y un salto muy grande en conectividad y extensión. Nos trasladamos a la virtualidad y muchos países aumentaron su cobertura a internet. Hay un salto digital que nos mostró que, si el futuro es en esa dirección, lo podemos hacer, y se hizo en un período corto. Es algo que va a perdurar. Y otra cosa que me interesa mucho, y veremos cómo termina, es que en el encierro aumentó el tiempo que las mujeres dedican al trabajo doméstico, pero pasó algo sin precedentes: también aumentó para los hombres el tiempo dedicado al trabajo en casa, el cuidado de niños o el acompañamiento de los estudiantes. Me llama la atención, porque en el pasado veíamos que los hombres estaban completamente aislados de lo que ocurre y no cambiaba la forma en que se relacionaban con el trabajo no remunerado; no importaba si eran más o menos educados, con más o menos hijos, más jóvenes o viejos, ricos o pobres: todos contribuyen mucho menos que las mujeres en la cantidad de horas de trabajo no remunerado. Y en la pandemia se movieron. La experiencia de haber tenido que estar encerrados con la familia fue un efecto inesperado que mostró cómo ocurren las cosas en el hogar.   -¿Cómo impacta esa brecha de género?   -Veníamos de una realidad preexistente donde estábamos mal armados, con roles de género preconcebidos. La mujer estaba a cargo de la casa y los niños, y tenía esa sobrecarga de trabajo que ha significado una dificultad para participar en el mercado laboral. Eso genera la brecha de participación que sí es una de las más importantes, junto con la brecha en el trabajo no remunerado. Ahora se abrió una puerta para pensar que puede ser distinto. Las mujeres se golpearon muchísimo en la pandemia, están sobrerrepresentadas en la gente que perdió su trabajo y salió de la fuerza laboral, al menos temporalmente. Y hay otra cosa dolorosa que estamos viendo, y es que hay muchas mujeres madres que estaban inactivas en el mercado y que con la caída de ingresos entraron a trabajar, quizás pocas horas, y haciendo malabares para poder ayudar y, de alguna manera, compensar ese choque de ingresos.   -Mencionó el tema del funcionamiento del mercado laboral y su regulación. ¿Cuáles son los problemas y cómo se puede avanzar?   -Hay dos aspectos. Una es la forma en que lo regulamos y la otra es armar sistemas educativos y de formación para el trabajo que de verdad permitan que las personas tengan las habilidades demandadas por el mercado laboral. Porque hay un problema de mapeo muy grande de gente que quiere estudiar una cosa, pero el sistema productivo demanda completamente otra; y ni hablar si pensamos en la transición verde o un modelo de crecimiento sostenible, donde se va a necesitar habilidades distintas que no estamos formando hoy. Y otra cosa que preocupa es que la regulación se va a arreglando con parches que se montan sobre distorsiones preexistentes. No sirven las flexibilizaciones o desregulaciones si mientras tanto hay distorsiones en la manera en que está regulada la seguridad social contributiva e incluso la tributación de las empresas que hacen que haya discontinuidades, y esas reglas están dando un incentivo perverso.   -¿En qué sentido?   -Cuando tengo un impuesto que está en un nivel A, y si crezco un poquito inmediatamente no tengo continuidad, sino que pego un salto, me cuido mucho de crecer o, si crezco, me divido en dos empresas porque no quiero saltar. América Latina está plagada regulaciones con este tipo de distorsiones y, si no se empiezan a arreglar, se puede pensar en contratar trabajadores por hora, pero no se soluciona nada de fondo.   -¿Qué rol tiene el sector privado en la productividad? ¿Cómo es esa situación?   -En general, tenemos mercados que operan con niveles muy altos de poder de mercado y tiene implicaciones de todo tipo, no solo con precios más altos, que afectan más a los hogares de niveles más bajos, sino que también la falta de competencia desincentiva las inversiones en innovaciones y permite que se opere por más largo tiempo con tecnologías que no son las mejores. Sumado a eso está la traducción de rentas en poder político, que genera influencia para intervenir en la manera en que se diseña la política pública. Necesitamos instituciones de competencia y normativa de regulación antimonopolio que de verdad funcione. En muchos países eso no existe o es sumamente frágil, inclusive en los que les va mejor. Y también hay que hablar de la regulación del lobby y de las campañas políticas.

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