Martina Rua: “Que la inteligencia artificial esté disponible no quiere decir que la tengamos que usar para todo”
Especialista en innovación, periodista de raza y docente universitaria, Martina Rua tiene, además, la llave a dos temas que parecen obsesionarnos: cómo hacer, en esta vida moderna, veloz e hiperconectada, para reservarnos tiempo de calidad, cómo hacer para usar el teléfono y la computadora sin excesos. Estas claves están desarrolladas en los libros que escribió junto a Pablo Fernández: La fábrica del tiempo y Cómo domar tus pantallas. Dos muy buenos libros que, a la vez que analizan el signo de los tiempos, dan ejemplos prácticos y sugerencias para llevar adelante, una suerte de manual teórico práctico con estrategias y conceptos profundos.
En el marco del ciclo de especialistas coorganizado por Ticmas y la Universidad de San Andrés, Martina Rua visitó el auditorio de Ticmas y no solo habló de los temas de los libros, sino también de cómo se lleva a la práctica la innovación en contextos de incertidumbre y cómo la inteligencia artificial va a impactar en la vida de trabajadores y estudiantes. Estos son los pasajes más salientes de la entrevista.
—¿Cambió la manera en que usamos el tiempo en estos últimos años?
—Cambió nuestra percepción del tiempo. Queremos más tiempo de calidad, y la pandemia tuvo mucho que ver con eso. Hay encuestas: seis de cada diez personas dijimos “Quiero vivir con más balance entre el tiempo de trabajo y el tiempo personal”. Hubo quienes tomaron decisiones como mudarse a lugares más saludables porque podían teletrabajar o podían trabajar de una manera híbrida o nómade. Cambió el tiempo porque hay experimentos semanas de cuatro días laborales que están funcionando con excelentes resultados en otros países y algunos incipientes en Argentina. Hay una búsqueda de mayor calidad en el uso del tiempo. Es verdad que vos planificás y Argentina te desplanifica, ¿no? Pero las personas de todas las generaciones y ni hablar de la Gen Z, queremos más tiempo de calidad.
—Algo que está sucediendo este año es que empezamos a hablar “en métricas”. Hay más números, se discuten más los índices. ¿Por qué?
—Porque nos sirven para tomar decisiones. En la era de Big Data, en la era de la inteligencia artificial, poder medir te permite poder actuar y modificar. Y hoy tenemos más datos que nunca. Antes se decía que la información es poder. Hoy la información está y es demasiada: el poder lo va a tener quien la sepa curar, quien la sepa desmenuzar. Viene una era de datos. Los tenemos que usar, son nuestros amigos. El que los sepa encontrar va a tener un gran futuro en su profesión.
—Cambió el uso del tiempo, ¿cambiaron las técnicas para optimizar el tiempo?
—Por mi profesión, yo tengo la suerte de hablar con gente muy distinta. A la mañana habló con un médico, a la tarde con un mecánico de autos, después con una enfermera, después con el vendedor de una farmacia. Todos tienen distintas maneras de usar el tiempo con más calidad. ¿Qué aprendí en el último mes? Hablando con médicos, me explicaron qué es un buen triage: ellos tienen que saber qué es un rojo, qué es un amarillo y qué es un verde para ver dónde poner a cada paciente. Lo mismo podemos hacer con nuestras prioridades, porque, si no, sobrerreaccionamos a todo. Es un modo enloquecido donde todo es rojo. Y no todo es rojo. Rojo es que te llame tu hijo que tuvo un accidente doméstico. Pero no es rojo una llamada al trabajo que podría haber sido un mail. Aprender a ponerle la temperatura a las prioridades es una de las cosas que aprendí conversando con médicos.
—Me acuerdo que en la primera entrevista que les hice a Pablo Fernández y a vos sobre La fábrica del Tiempo, el me dijo Pablo dijo que parecía que no tener tiempo era considerado un valor. El tipo que estaba siempre a full era exitoso. Pero ahora ¿cómo se da?
—Es interesante porque ese paradigma está cambiando. El crazy busy, el que está corriendo como una gallina sin cabeza, ya no es tan bien visto. Quizás cuando vos y yo empezamos en las oficinas, el que corría como un loco era el que trabajaba. Hoy se valora más el foco, se valora a las personas enfocadas, a las que pueden sacar el ruido del medio y decir “Es por acá”. Ahí también hay un cambio interesante. Se valora a la persona enfocada, a la que tiene tiempo en la agenda. Si tenés una agenda repleta, dudá: es una agenda deficitaria. Si sos un líder y no tenés espacios en blanco, estás haciendo agua porque los imponderables son parte del trabajo. Hay urgencias, tu equipo tiene urgencias, se rompen cosas.
—Me imagino que tiene mucho que ver con la pandemia y con las pantallas: cuántas veces estábamos en un Zoom mientras contestábamos un correo y escuchábamos un WhatsApp. ¿Cómo se doman hoy las pantallas?
—Bueno, ese fue un período excepcional. Pero salimos de la pandemia y todo el mundo está con las pantallas. Me parece que tenemos un buen uso técnico, que sabemos utilizarlas, pero todavía falta muchísimo conocimiento de cómo están hechas las aplicaciones que nos enganchan. Somos un poco naíf en el uso. Vamos a Instagram, vamos a TikTok y pensamos que no podemos salir porque “me colgué”. No, no te colgaste. Que no puedas salir tiene que ver con cómo el algoritmo te seduce. Tiene que ver con esa recompensa del corazón, del retuit, con lo que hace que no te puedas desenganchar. Y cuanto más estás, más se te premia. Entender los mecanismos de la tecnología nos permite domar a las pantallas para que nos amplifiquen y no que nos esclavicen.
—Hay aplicaciones que te dicen cuántas horas por día estás en el teléfono. A mí me da caspa cada vez que veo la cantidad.
—¡A mí también! Hoy ya vienen por default esas aplicaciones y podés mirar cuánto tiempo estuviste aplicación por aplicación, y tomar decisiones. Es como ir al médico. Si uno no sabe cuántas horas usa el celular, no puede tomar decisiones. Si veo que un día estuve una hora y media en redes sociales y digo que no fui a entrenar o no fui a ver a mi mamá porque no tuve tiempo… ¡Qué pasó acá! Si tengo esa información, puedo tomar decisiones. Y hay muchas decisiones para domar las pantallas. Desde hacer un detox digital, hasta hacer pruebas de desinstalar aplicaciones del teléfono y llevarlas a la computadora.
—Pero hoy la mayoría de los trabajadores estamos frente a una pantalla. No sólo por Instagram, Twitter, TikTok. También por los correos, el web WhatsApp. ¿Cómo se hace para optimizar el tiempo, pero sabiendo que ahí está toda tu vida?
—Tu vida, tu trabajo, tus posibilidades. Es verdad, yo a veces voy a Twitter por ocio y termino encontrando una idea de un sumario. Se mezcla todo, es complejo. Hay que ver cuál es la calidad de los contenidos a los que nos enfrentamos. Y una muy buena idea es que, cuando va apagándose el día, empecemos a despegarnos de las pantallas. Hay cada vez más evidencia, que no solo tiene que ver con la luz de las pantallas sino también con los contenidos que muestran, que descansamos peor cuando miramos las noticias tarde y hacemos doom scrolling —que quiere decir estar como un tonto dándole a la pantalla—. Todo eso afecta a nuestro descanso y afecta la manera en la que al otro día podés levantarte y ser productivo. Yo me pongo algunos límites. Trato de tener tiempo sin pantalla, trato de hacer algunos detox. Cuando tengo que escribir me hago alguna técnica tipo Pomodoro, apago el teléfono, meto foco y luego la recompensa son cinco minutitos por Twitter o algo así.
—El escritor Leonardo Oyola decía que, para escribir, se desconectaba de internet.
—Sí, eso lo hago cuando no me queda otra. Tenía que entregar la tapa de Negocios, tenía que escribir la nota, y cerré todo, me encerré en la habitación, apagué el Wi-Fi, y en una hora pude hacer foco y avancé lo que no avanzo cuando tengo todo prendido. Esa es una decisión que nadie la va a tomar por vos. ¿Y cuántas urgencias puede haber? Porque más de uno dice: “No me puedo desconectar; mirá si pasa algo”. Bueno, yo tengo a mi mamá grande, si pasa algo va a sonar el teléfono.
—¿Cómo nos cambia el tiempo con la inteligencia artificial, sabiendo que ahora hay un asistente a una pantalla de distancia?
—Creo que nos lo cambia mucho más de lo que nos estamos dando cuenta. Trabajes de lo que trabajes, ChatGPT es un copiloto. Yo lo estoy empezando a explorar. No me queda otra, porque estudio innovación. La cantidad de cosas que le pregunto al ChatGPT. Le tiro títulos malísimos y le digo que me los mejore y me tira buenos títulos. A veces le pregunto quién investigó sobre cómo domar tus pantallas en Estados Unidos y me da cuatro voces. O le tiro una idea y le pido que me la tire abajo: tengo alguien con quien pelearme. Creo que, si las usamos con astucia y con curiosidad, vamos a fabricar tiempo de calidad para otras cosas. Porque ahí vas a sacar lo operativo y después vas a poner tu sello.
—En este ciclo estuvo Walter Sosa Escudero, que decía que la mejor forma de interactuar con ChatGPT es preguntarle cómo vos hablas. Y dijo que no solo mejora la respuesta, sino que también mejora la forma en la que uno escribe.
—Creo que sí. Estamos en una etapa incipiente y va a depender de las preguntas y el uso que le demos. Mi hijo porque hizo un ensayo con ChatGPT y yo le decía que por lo menos dijera qué opinaba, que hiciera algo más con eso. Pero no nos tenemos que pelear porque los chicos lo van a usar. Lo hablaba con Melina Furman, que es especialista en educación e innovación: tapar estas tecnologías es como tapar el sol con la mano. Es como sacar la calculadora del aula. Hay que incluir la tecnología en nuestras profesiones. Y veamos qué preguntas distintas hacemos para que los chicos escriban sus ensayos.
—Ariel Merpert escribió un artículo en el que le preguntaba a las maestras si los chicos usaban ChatGPT y ellas decían que no, pero cuando se iban del aula, los chicos decían que sí, obvio que sí.
—Es la negación, somos así. Pero se está usando y lo vamos a ver cada vez más. Hay que explorarlo, hay que usar un ratito de la agenda para ver qué cosas se pueden automatizar. Esto es lo bueno. Nos estamos yendo de vacaciones y le pedimos que nos arme un itinerario. No sabés lo que es: nos hizo un súper itinerario. O sea, yo ya lo quiero hacer. Es un copiloto que está ahí para nosotros.
—La innovación es, dentro de tu perfil, uno de los puntos más particulares. ¿Cómo ves la innovación en la Argentina?
—Fueron buenos años para la innovación. Cuando empezó la pandemia, me tocó entrevistar a Chris Colbert, que es gerente de innovación de laboratorios de Harvard. Me dijo: “Vienen buenos años para la innovación, porque, ante la desesperación, el humano innova”. Y vaya que sí estuvimos desesperados. Y vaya que sí innovamos. En Argentina floreció esa resiliencia tan nuestra y tantos emprendedores pudieron salir adelante. La innovación está ahí. Las trabas también, pero me parece que nos estamos poniendo creativos. En este momento, lo que veo en las compañías es innovación para zafar de la recesión global y del contexto económico complejo. Hay mucha innovación en eficiencia, en automatización, en cómo llegar al cliente de una manera más personalizada. Van a ser años interesantes para la innovación.
—Quiero retomar una frase de Gala Díaz Langou, de CIPPEC, que hacía un llamado por “la urgencia de pensar el futuro”. ¿Cómo pensamos el presente y el futuro en la Argentina?
—Me encanta la idea de la urgencia de pensar el futuro. No estamos acostumbrados. Tenemos la urgencia de atender el hoy, y el futuro parecería que no llega. Pero llega. Me vino a la cabeza que, con ChatGPT, ya hay empresas a nivel global que, porque pudieron reemplazar actividades, echaron al 80% de su plantilla. Yo creo que viene un tiempo donde la ética, la legislación y la forma en que adoptamos estas tecnologías va a ser el desafío. Que estén disponibles no quiere decir que necesariamente las tengamos que usar para todo. De hecho, un grupo de científicos latinoamericanos firmó la declaración de Montevideo diciendo que está muy bien la inteligencia artificial, pero primero están los derechos humanos, los empleos, los latinoamericanos. No me considero una optimista con respecto a la inclusión de tecnologías. No es algo que se vaya a dar naturalmente. Hay que introducirlas de manera cultural, entendiendo el país en el que estamos. No hay una empresa que lo esté haciendo bien. Todos te dicen “reskilling” y después terminan echando a esa persona que no se digitalizó.
—¿Y en la escuela?
—Uy, en la escuela es peor, me parece. Tampoco soy optimista. Hay faros a donde tenemos que mirar, donde la tecnología se incluye. Pero lo humano va a seguir siendo lo más importante. Hay una gran necesidad de conexión humana para la escuela que viene.