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Miguel Wiñazki: “El estoicismo es transitar un punto medio entre el cielo y la tierra”

Miguel-Wiñazki

Son reflexiones que navegan en un fluir constante, transformador de todo aquel que allí entre. Miguel Wiñazki, ensayista y periodista del diario Clarín, viene de publicar Estoicismo de altura (Sello Ariel), un volumen que aborda pensamientos elevados y terrenales, y reintroduce a pensadores clásicos aptos para repensar incluso a quienes habitan las noticias policiales o de la baja política.

Columnista del diario, presidente del Consejo Asesor de la maestría en Periodismo del Grupo Clarín y la Universidad San Andrés, ha dictado clases de filosofía en varias universidades de todo el país y es autor de libros como Periodismo: ficción y realidad; La noticia deseada; Crítica de la razón populista; La posmoralidad; Travesías argentinas y La Dueña (en coautoría con su hijo Nicolás). participa del programa "Volviendo a casa", de Radio Mitre. Sobre los debates que emergen de su libro, habló con Ñ.

–¿Qué es el estoicismo de altura? ¿Se contrapone a otros pensamientos o escuelas?

–Lo que propongo es una utopía, una alegoría que es volar sin dejar de caminar la tierra. Con los pies en la tierra o con la figura que cito de El Barón rampante, de Italo Calvino, en la copa del árbol, pero con las raíces bien sumergidas en lo que llama la realidad. La pura coyuntura te ciega y te intoxica; es muy difícil el equilibrio con la atracción por la gravitación de lo terrestre. Es difícil de lograr en el sentido de que el estoicismo sería una especie de resistencia frente a los desbalances de la vida material, es transitar un punto medio entre el cielo y la tierra.

–¿Por qué decís que somos “nuestro peor enemigo”?

–Yo tomo la figura de Aquiles, que no quería luchar contra los troyanos pero sí derrotar a Agamenón, lo llama ebrioso, corazón de perro, malvado interior. El estoicismo se define como la búsqueda de nuestro mayor enemigo. Las propias obsesiones, los temores imaginarios, los pecados capitales la pereza, la avaricia, la envidia en el sentido de una caída respecto de una serenidad que uno debiera tener como meta y que es muy difícil de alcanzar. El emperador Marco Aurelio propone: refugiate en tu interior, convertite en un minero de vos mismo, encontrá ese nudo, aquello que te está atrapando, que te está frenando y produciendo tanta infelicidad. Eso podría hacer una especie de psicología estoica, pero no como facilismo o manual de autoayuda, pero sí, como una búsqueda personal.

–Muchas veces se oye hablar sobre la espera estoica como una virtud…

–El estoicismo es una acción, una resolución para innumerables dificultades que necesitan de una decisión. Yo reivindico ahí la figura del Sartre político, el último, el de “estamos condenados a la libertad”. Está considerado un pensador estoico. Es decir, se puede tener momentos de libertad aun si estás en la cárcel. Es una acción que comienza con una decisión interior en la medida que seas consciente. Observo que el estoicismo es una configuración narrativa, un monólogo interior, como en el caso de las Meditaciones de Marco Aurelio, los escritos de Séneca, que te permiten –algo que yo valoro muchísimo– divagar. Es muy importante hacerlo, no atarse a un esquema, ni consigna, ni de esquema de pensamiento como si la vida fuera un teorema. Así fluye el pensamiento o la meditación que convoca a una acción resolutiva, como en el caso de Marco Aurelio, el emperador romano, capaz de meditar después de una batalla. Se vuelve un filósofo de acción.

–¿Quién encarna hoy ese papel?

–Alguien que ejerce la filosofía pública es Fernando Savater, un estoico de la acción. Su posición frente al separatismo vasco le trajo problemas. Denunció y combatió con la pluma a la ETA, no se calló frente a sus crímenes. Después de la muerte de su mujer, está atenuado su papel en la arena pública que es el origen de la filosofía. En la plaza pública se concreta la acción estoica.

–¿Cómo se es estoico frente a la muerte? “No hay filosofía cuando la muerte triunfa”, decís.

–Porque se terminan las palabras. Al fin y al cabo la filosofía es una secuencia de preguntas, en general, sin respuesta y la evidencia del final perturbador –en buena medida y a la vez provocador de nuevos pensamientos– es la muerte, para la cual no tenemos palabras fundadas. De lo que no se puede hablar mejor es callar...

–¿Le dijiste adiós a la filosofía? ¿Volviste?

–Un modo de hacer filosofía es despedirse de ella misma, de los sistemas, las respuestas. Yo le dije adiós a la filosofía en el tema personal. Leí a Nietzsche en mi juventud: “no soy un hombre, soy dinamita”. Y si eso te agarra a los veintipico, te estalla. Estaba fascinado con el modelo potente y explosivo de su pensamiento. Lo que provoca esa angustia te vuelve a motorizar el deseo de transitar los caminos de la filosofía.

–No acordás con el pensador Yuval Harari cuando dice que la humanidad vencerá a la muerte… ¿Qué opinás de esa definición?

–Me parece una afirmación muy banal. Es un respetable historiador, no sé si pensador. Esto es vida-muerte. No hay que vencer a la muerte. Eso sería ganar la inmortalidad, algo espantoso: ¡estaríamos conviviendo con Colón! La eternidad es también un espanto. Para los estoicos, la muerte puede ser una gran liberación, por eso han confraternizado con el suicidio. Séneca se suicidó y cuando Marco Aurelio se iba a morir, dejó de comer para apresurar la partida…

–Una vez encontraste una lápida con tu nombre. ¡Qué imagen tan fuerte!

–Buscando la tumba de un familiar, paso por otra y leo mi propio nombre. Un espejo del otro lado de la vida. Era mi abuelo. Él tuvo una vida totalmente diferente a la mía, murió antes de que yo lo conociera. Uno también se va a morir, habrá una lápida con ese nombre si es que la hay. Es una invocación interesante, un poco estremecedora.

–¿Considerás que estamos en una época de gran espiritualidad y religiosidad, aquí y en el resto del mundo?

–En general diría que sí. Las religiones no parecen haber decaído. Están atravesadas por fanatismos y también por la sabiduría que existen en ellas. La búsqueda de espiritualidad coincide con la resurrección del estoicismo. El problema es cuando lo espiritual queda jibarizado en el manual “Pare de sufrir”. De todos modos es un síntoma de que se busca algo. Cuando convivimos con la robótica, la IA, se revaloriza el hecho de que existimos, de que cada uno de nosotros existe y hay un mundo interior ilimitado.

–Abordás el objeto silla: del poder, la creatividad, del talento. Llega a la silla eléctrica.

–La silla del poder, la de Van Gogh de la soledad del suicida, la del bar, la silla eléctrica. Representa lo opuesto a estar de pie, que es subordinación y a veces lo opuesto. Hay algo de siniestro en eso de morir sentado electrocutado y de una gran imaginación para conseguir la muerte. Es de una comodidad siniestra: te van a matar.

–Indignación. Citás casos como el de las violaciones de sacerdotes a sordomudos, en el Instituto Próvolo de Mendoza, o el de una escuela de monjas de El Palomar...

–Es apabullante. El abuso está mucho más extendido de lo que muchos suponen. Esa persona que es abusada queda rota. En el caso de Mendoza, rompen la identidad con una sagrada impunidad, una demoníaca impunidad con el revestido del hábito. Muchas veces he pensado que es lo peor que le puede pasar a alguien. El abuso suele ocurrir cuando alguien es vulnerable, la denuncia, la lucha de los abusados la el tremendo esfuerzo de confesar algo de lo que uno ha sido víctima, es una especie de confesión porque hay una vergüenza: ahí hay una acción frente a una tremenda desventura. Es estoico el poder salir a contarlo en un mundo que puede ser muy cruel con los quebrados, los que pueden contar.

–¿Cómo conceptualizás a ese gran colectivo de los argentinos, cuánto estoicismo le encontrás?

–Los argentinos parecen haberse hartado de todo, de la corrupción y de la incertidumbre. La inflación es un tema crucial que tiene efectos psicopolíticos cuando tu trabajo empieza a venderse menos y entonces vos empezás a valer menos. Entonces optan por alguien o algo que parece invulnerable a las presiones. Hoy, como ayer, se arriesga con el fanatismo del conocimiento, con el encerrarse con cuatro o cinco dogmas que parecen resolverlo todo. Hay formulaciones simplistas con la teatralización de la política, aparecen los inluencers que arman una Babel en la pantalla. Se ríen, insultan, hacen política militante, muchas veces rentada, en general por dinero del Estado: el simplismo una vez más recluta en el fanatismo, hay ausencia de meditación y de discusión pública. Una cosa de la discusión argumentada que es lo opuesto a la imposición de unas consignas redundantes, surgidas por insistencia, por gritos, por una teatralización exitosa. Hay que salir de ahí.

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