PASO 2023 y el imperio del sentido común: de la sarasa a la racionalidad
Hace muchos años Argentina perdió el insumo más relevante de una nación: "su sentido común" y estas elecciones que se nos vienen no parecieran ser la excepción para un debate político que enfatiza demasiado en la destrucción de lo que hay. Lo que hoy tenemos claramente debe ser cambiado en múltiples dimensiones, pero la locura solo nublará la visión de un bosque que no podemos ver desde hace décadas.
Una coyuntura internacional que se complicó acelerada y sorpresivamente. Un evento independiente que complicó al gobierno fue la sorpresiva fortaleza del dólar a nivel global causada por una fortísima suba de tasas cortas y largas de interés en Estados Unidos debido a que los últimos datos de empleo e inflación norteamericanos indicarían un recalentamiento de la economía que forzaría a la Reserva Federal a seguir con su estancia restrictiva a nivel monetario por mucho más tiempo del que originalmente descontaba Wall Street.
Todos los bonos emergentes sufrieron el embate de las tasas largas en USA y Argentina por su beta relativamente más alto sufrió aún más. Esto describe un entorno global que se complica y una coyuntura local que exhibe un diagnóstico económico bastante claro pero cuya solución quizá nos lleve a una situación social sin equilibrio político. En economía, para que una decisión correctiva funcione debe conducir a dos equilibrios simultáneos: el económico y el político.
La locura no sirve. Percibo en el debate macroeconómico que se nos viene para 2024 un excesivo peso en "dolarizar" y un preocupante menor énfasis en "equilibrar el presupuesto" de manera urgente vía reducción de gasto público. Sin esta corrección, nada importa.
Percibo además un notable énfasis en querer dinamitarlo todo, lo cual también suena a error. Pareciera razonable por el contrario, volver a las bases de un país normal:
- Presupuesto equilibrado.
- Desregulación del sistema.
- Apertura económica.
- Instituciones fuertes.
Sin estos cuatro ingredientes toda dinamita que se intente terminará siendo pólvora húmeda. Argentina merece y necesita un debate político maduro y tranquilo. Sin embargo, percibo que el debate se centra en quién tira la bomba más grande como si las elecciones del 2023 fueran una olimpiada. Nada se va a resolver con semejante locura.
Esta elección va a tener un ingrediente no visto desde 1983: mucho voto antisistema tanto de derecha como izquierda y semejante extremo puede generar resultados impredecibles. Percibo que una mayoría más que relevante de votantes está harto de lo que hay y este sentimiento puede llevarnos a resultados electorales impensados y extremos.
Una cosa es reducir el gasto público y otra muy distinta para la Argentina de hoy es disminuir el déficit fiscal. El déficit fiscal puede achicarse principalmente a través de dos acciones. Primero, uno podría dejar al gasto público constante e incrementar impuestos. Este escenario probablemente ya no da para más en la coyuntura actual dada la sustancial presión fiscal que actualmente se tiene. Segundo, uno podría aplicar cirugía a un gasto público que está fuera de control, hace mucho tiempo. El manual de la economía básica y del sentido común aconsejaría ir por esta dirección aun cuando el costo político de intentarlo sea extremo.
Además de haber crecido a niveles insostenibles para el tamaño de la economía argentina, el gasto público en nuestro país tiene una muy escasa productividad y eso de alguna mera describe quizá el principal dilema de nuestro país: hace más de una década que Argentina no puede encarar un periodo de crecimiento estable y sistemático. Una economía que no crece es una economía que empobrece al promedio de sus habitantes y esta dinámica se viene observando en nuestro país desde hace muchos años con índices de pobreza que crecen constantemente ante una nación que irónicamente perdió su capacidad de crecer y por lo tanto, de generar riqueza suficiente para su población.
Un gasto público agobiante y sumamente improductivo se suma a una economía excesivamente regulada y cerrada al mundo. Este triángulo: gasto público en exceso, regulación asfixiante y cerramiento de nuestra economía no ha hecho otra cosa que eliminar nuestra capacidad de crecer. Y aquí viene la diferencia entre "hacer economía en un Excel" y "aplicarla a la realidad".
Si bien la reducción del gasto es urgente e indispensable, para que el concepto funcione a nivel social es clave que Argentina pueda ofrecer chances de empleo para que la transición desde el empleo público hacia el empleo privado sea sostenible y no pareciera que dicho proceso pueda realizarse rápidamente.
De aquí vuelvo con el inicio del artículo: mucha locura, mucho rock and roll en discursos políticos que prometen dinamitarlo todo cuando el sentido común y la realidad social que enfrenta la Argentina tornan a dicha acción en una imposibilidad utópica y la Argentina de hoy no puede permitirse otra frustración basada en la imposibilidad del concepto. Para que un cambio funcione definitivamente es necesario que políticos y votantes recuperen un sentido común perdido hace mucho tiempo. El resto es show y sarasa.