Por qué prohibir el uso del celular en la escuela podría tener graves consecuencias en la educación
El debate sobre el uso del celular en el aula cobra cada vez más fuerza, a medida que diversas jurisdicciones consideran regular su presencia. Ticmas convocó a especialistas en tecnología educativa para explorar las implicancias de esta medida, quienes plantearon sus posturas desde perspectivas diversas. Pero, podemos anticipar, todos coincidieron en que la prohibición podría simplificar excesivamente un problema que requiere un abordaje más integral.
“Lo primero que quiero señalar es que, quienes nos dedicamos a la tecnología educativa, ya desde hace bastante tiempo escapamos a las posiciones dicotómicas que simplifican la tecnología atribuyéndole todo lo bueno o todo lo malo”, dijo Mariana Maggio, directora de la Maestría en Tecnología Educativa de la Universidad de Buenos Aires. Maggio destacó la importancia de ofrecer un análisis profundo que considere la complejidad in extenso de las prácticas de la enseñanza. Desde su perspectiva, los celulares y otras tecnologías digitales están profundamente integrados en la cultura contemporánea y en la manera en que las personas conocen, trabajan y participan políticamente. Las tecnologías digitales son parte esencial del currículum escolar, y, por tanto, deben abordarse desde una mirada crítica y educativa. “Toda esta complejidad es objeto de la educación contemporánea, no puede resolverse abandonando la cuestión a través de la prohibición”, señaló.
Para Alejandro Artopoulos, director académico del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés, la medida que plantea la prohibición de los celulares en las aulas responde a una preocupación global por la crisis de salud mental en niños y adolescentes, evidenciada desde los últimos veinte años en el aumento de la ansiedad, desorden alimenticio, depresión y otros problemas como el bullying, el grooming y la ludopatía. “Pero prohibir no es la solución. Hay que tomar otras medidas de regulación de las redes sociales en particular las que más daño hacen”, dijo, y planteó la necesidad de encontrar medidas educativas que enseñen a los jóvenes a ejercer autocontrol y a comprender el funcionamiento de los algoritmos. Artopoulos destacó también la importancia de un currículum de ciudadanía digital crítica que no se limite a minimizar daños, sino que promueva un tipo de ciudadanía activo y consciente. “Deberíamos llamarla Educación Ciudadana para el Mundo de la Inteligencia Artificial”.
Ciudadanos “glocales”
Una definición de ciudadanía digital podría referirse a la capacidad de participar de manera responsable y ética en el entorno digital, comprendiendo tanto los derechos como las obligaciones en el uso de la tecnología. Sin embargo, Melina Masnatta aclaró que este concepto, junto con el de alfabetización digital, está en un estado líquido: está en constante reconfiguración, especialmente en un contexto donde la inteligencia artificial y las plataformas digitales desempeñan un rol central. Siempre en la visión de la autora de Educar en tiempos sintéticos, la ciudadanía digital no solo implica saber utilizar las tecnologías, sino comprender que las reglas están definidas por el Estado sino por actores no siempre visibles, como las plataformas tecnológicas. “Y ahí empezamos a ver entrecruzamientos, porque, por ejemplo, Meta AI hoy no está disponible en WhatsApp en todos los países, pero en Argentina, hasta hace unos días, no lo podíamos sacar”.
En este sentido, el marco educativo es fundamental para entender y manejar las dinámicas complejas del entorno digital. “La ciudadanía digital tiene que ver con el saber ser y el saber convivir con un mundo en construcción, donde siempre se da un juego ‘glocal’: que es global y local a la vez”, explicó. Sin una guía asertiva y eficaz, el usuario queda expuesto a una trama que se oculta con una “tecnología transparente” en las interacciones cotidianas de las redes, los videojuegos, el acceso a la información, el uso de diversos dispositivos diversos.
Se hace preciso que la alfabetización digital aborde la forma en que se construye el ámbito digital y bajo qué condiciones, destacando que esto es fundamental para formar ciudadanos críticos en un entorno cada vez más digitalizado. Masnatta señaló que la educación en ciudadanía y alfabetización digital debería articularse en tres niveles, con la capacidad técnica (¿puedo hacerlo?), la pedagogía (¿para qué?) y la ética (¿con qué sentido?). “Lo que digo en mi libro”, dijo, “es que hoy probablemente no tengamos que ir a una entrevista de trabajo, porque las demás personas ya pueden saber quién sos. No solo por la huella digital, sino por tu capacidad de respuesta frente a los escenarios digitales”.
De qué hablamos cuando hablamos del celular en el aula
Fabio Tarasow, coordinador académico del Proyecto Educación y Nuevas Tecnologías de FLACSO, planteó “un doble click” sobre el sentido del celular en el aula, porque hay que diferenciar entre el uso pedagógico de los momentos en que puede generar distracción. El celular, dijo, es una herramienta poderosa para el aprendizaje cuando se utiliza con objetivos claros y específicos: “Está lleno de herramientas, desde la conexión a Internet a la inteligencia artificial, los sensores, la cámara de fotos”.
Los usos pedagógicos del celular pueden enriquecer significativamente las dinámicas de aprendizaje y facilitar el acceso a recursos no siempre disponibles en otros formatos dentro del aula, pero fue enfático al remarcar la importancia de contar con la justificación pedagógica clara, porque, de otra manera, los dispositivos se convierten en un distractor constante. “Las redes sociales están diseñadas para chupar la atención: hay un fuerte diseño de ingeniería para que seamos rehenes de la pantalla, y los adolescentes son muchísimo más vulnerables que los adultos”.
¿Entonces habría que prohibir el teléfono en el aula? “No, porque la prohibición sola no sirve para nada. No explica, no enseña. Y tampoco mejora. Prohibir no sirve”. Para Tarasow, una solución productiva es hacer acuerdos claros y consensuados sobre cuándo y cómo usar los celulares en el aula, definiendo de manera precisa los límites y las expectativas: ir hacia un enfoque que eduque y regule, en lugar de uno que simplemente restrinja.
“Por otro lado”, decía Mariana Maggio, “la cuestión de la prohibición en muchos casos se instala en colegios de élite, por presiones que tienen que ver con las mismas familias que, no solo ponen a disposición de los estudiantes esos celulares, sino que son las mismas que les escriben, les hacen preguntas, les piden cosas sabiendo que están en clase. Entonces hay una sobre simplificación del problema cuando decimos que hay que prohibir y no sabemos de dónde viene la demanda”.
Qué se pierde si se prohíbe el uso de celulares
“Se pierde mucho”, decía Alejandro Artopoulos. En la mayoría de las escuelas, el celular es el único dispositivo accesible para que los estudiantes aprendan sobre ciudadanía digital crítica, ya que muchas instituciones no cuentan con computadoras suficientes ni con otras herramientas tecnológicas adecuadas. Prohibir los celulares en las aulas implicaría dejar de lado la oportunidad de enseñar a los jóvenes a manejarse en entornos digitales, a comprender los algoritmos y a desarrollar una conciencia crítica sobre el uso de las redes sociales. En lugar de prohibir, Artopoulos propone promover un uso pedagógico del celular, que no solo evite conductas adictivas, sino que también forme ciudadanos digitales activos y responsables.
A tono con Artopoulos, Sabrina Pais, coordinadora pedagógica del Colegio Santo Tomás de Aquino, remarcó que prohibir los celulares en el aula implicaría perder oportunidades clave para el aprendizaje y el desarrollo de competencias. “Por un lado, perdemos un instrumento poderoso para acceder a textos, videos, podcasts, aplicaciones educativas, juegos, y, por otro lado, perdemos la posibilidad de desarrollar las competencias digitales”.
En cambio, Pais resaltó la importancia de fomentar la autonomía y la responsabilidad en el uso del dispositivo, enseñando a los estudiantes a autorregularse y a discernir cuándo es apropiado utilizarlo. “Es difícil que los adolescentes se apropien de un mandato que viene desde afuera”. Y Pais dio una pista clave: afuera del colegio, los chicos están en uso permanente del dispositivo. “Desconocer la realidad de que efectivamente está presente en el desarrollo de sus vidas cotidianas, me parece bastante grave”.
“Por supuesto”, decía Maggio, “nos queda claro que, si en un aula tenemos tantos teléfonos celulares como estudiantes y la propuesta no es lo suficientemente fuerte o relevante como para sacarlos de esa mirada completamente dedicada a lo que sucede en los juegos o en las plataformas digitales o en las redes sociales, las condiciones para el aprendizaje se alteran”. Una solución al problema del celular sería la de diseñar prácticas de enseñanza más interesantes, más relevantes, más comprometidas.
Ese es, entonces, el centro del debate: cómo generar prácticas de enseñanza poderosas que capten la atención de los estudiantes. Los dispositivos conectados adecuadamente, decía Maggio, pueden abrir puertas a experiencias educativas de gran valor: conectar con un especialista al otro lado del mundo, establecer diálogos con expertos sobre investigaciones relevantes, explorar procesos productivos específicos en regiones similares a las de la escuela, visitar museos, y, por qué no, “recorrer las calles de una pequeña ciudad en el sur de Italia”.
Un podcast para prevenir el dengue
Yanina Pamela González es profesora de Biología en el colegio Barrio Apipe, de la ciudad Corrientes, e integrante de Fundación Varkey. González compartió la propuesta que realizó con sus estudiantes, destacando la importancia de planificar y establecer acuerdos claros con ellos. Contó que sus alumnos usaron los teléfonos celulares para documentar sus procesos de aprendizaje y crear contenido multimedia: “Iban generando videos educativos que eran pequeños cortos de tres o cuatro minutos, donde se daba la idea general de lo que estaban trabajando”, dijo. Una de las actividades más exitosas fue la creación de videos y placas de visual thinking, donde los estudiantes usaban los celulares para expresar y consolidar lo aprendido.
También hicieron entrevistas a personas que sufrieron dengue —Corrientes es una de las provincias donde la realidad es desafiante—, se compartían los guiones y los audios en WhatsApp, después hicieron un proceso de edición, grabaron un podcast, lo subieron a Spotify y lo presentaron en la Feria de Ciencias de la escuela.
Sobre la gestión del uso de celulares en el aula, González destacó la importancia de guiar a los estudiantes y, a la vez que establecer límites, habilitar espacios de exploración crítica. “Muchas veces me preguntan si pueden trabajar con ChatGPT, con la inteligencia artificial, porque desde el celular todos tienen acceso. Y yo les digo que sí, pero que consulten diferentes fuentes”.
El caso de González es un ejemplo de que cuando la propuesta es entusiasta y los acuerdos son consensuados, los dispositivos dejan de ser armas de distracción masiva y se convierten en valiosos aliados del aprendizaje.
Educación para el siglo XXI
“El aula es un espacio privilegiado para debatir, para pensar, para tener otros tiempos, otras regulaciones y autorregulaciones con los dispositivos, y entender qué es lo que estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo”, dijo Masnatta y señaló que el uso de celulares en el aula permite darle un propósito activo y consensuado a la tecnología, algo fundamental porque la tecnología necesita un marco que oriente su uso.
¿Por qué el aula necesita pensar la tecnología? Porque contrariamente al lugar común que piensa que el celular se entromete en la clase, es la clase la que entromete con el celular. “El celular fuera del aula solamente trae usos compulsivos”, explicó. Por lo tanto, es crucial que la escuela modele el uso de la tecnología.
Tal como lo dijeron antes sus colegas, Mariana Maggio también señaló las consecuencias que la prohibición de los celulares en el aula puede tener en términos de políticas públicas y de inclusión digital. Sin una alfabetización digital, sin el uso efectivo de la ciudadanía digital, sin una mirada crítica sobre la tecnología ni las destrezas necesarias para un uso básico, los estudiantes quedan desprotegidos. “Creo que vale la pena plantearse una hipótesis sobre si mañana hay nuevamente una pandemia”, dijo, y siguió: “¿Qué les vamos a decir a los estudiantes? ¿Que esos mismos celulares que les prohibimos hasta hoy los vuelvan a poner en la escena educativa porque es la única manera en la que podemos sostener la condición de educarlos?”
Una presencia fuerte de la tecnología en el aula requiere de una propuesta pedagógico-didáctica que le dé un sentido, que haga que los estudiantes se involucren, se comprometan, que quieran ser parte de lo que sucede y que no les interese tanto seguir con el mismo jueguito o mirar historias en alguna red social. “Esa es la discusión que quiero dar”, dijo Maggio, “cómo generamos clases en las que todos los días, por el tipo de tipo de experiencia que se crea, nuestros estudiantes sean plenamente conscientes de que eso es una posibilidad que abre la escuela a la que no acceden por ninguna otra vía, que es imborrable y que marca su futuro. Eso es lo que tenemos que lograr que suceda cada día en cada aula. No me imagino cómo hacerlo sin las tramas culturales de la construcción del conocimiento contemporáneo. No me lo puedo imaginar. Creo que no sería responsable ofrecer bajo esta estos discursos sobre simplificadoras experiencias que en realidad son más propias del pasado”.