El uso de pronombres de género es una tendencia creciente, con presencia sobre todo en Estados Unidos, aunque en expansión en el mundo occidental, y también Argentina. Este uso, de algo ya conocido, puede incluirse dentro del mundo del lenguaje inclusivo. Consiste en decir, indirectamente, con qué género se identifica el hablante, y se usa tanto en el mundo online, para firmar emails, o presentarse en perfiles de Instagram, como en persona.
Seguramente, ya lo habrá visto numerosas veces en redes sociales. Y si no, luego de este artículo, seguro que lo hará. La fórmula escrita consiste en poner el nombre propio y luego, entre paréntesis, los pronombres. Por ejemplo, mi nombre es Sabrina, y me identifico como mujer, así que el resultado es “Sabrina (ella/la)”. Al momento de una presentación, podría decir algo así como “me llamo Sabrina, mis pronombres son ella y la”.
“Junto a tantas otras herramientas, el uso de pronombres no es ni la primera ni la principal. Sin embargo, está bueno que el empleador, los compañeros de trabajo, las personas con las que nos relacionamos, sepan el porqué de los pronombres y los respeten, más allá de si después los van a aplicar. Es sobre todo es para entender el hecho de que existen vidas que no son ni cisgénero ni binarias”, explica Loréne Belloni (elle), especialista en diversidades y tallerista del área de formación de la organización Grow, Género y Trabajo, que este mes lanzó una guía de pronombres.
El uso de los pronombres es un agregado a la utilización de la E y la X, y del lenguaje inclusivo en general. Su objetivo es que las personas que no se identifican con el sexo con el que nacieron puedan decir cómo quieren ser nombradas. También sirve para que las personas no binarias, es decir, las que no se identifican con ninguno de los dos sexos (o un poco con los dos), lo expresen. En ese caso el pronombre a usar es “elle”. “Todo el mundo tiene pronombres de género, pero esto a menudo pasa desapercibido para las personas que se identifican con el género que se les asignó al nacer”, explica el Centro de Recursos sobre el Envejecimiento Lgbtq+ de Estados Unidos.
“Pensando, por ejemplo, que el mundo del trabajo formal es un universo con formas de ver el mundo de manera binaria, para lograr un acceso pleno de nosotras, las personas travestis, transgénero y no binarias, hacia esos universos, hacen falta una batería de herramientas”, explica Belloni de Grow. Vale mencionar que según el Censo de Diversidad, las personas trans tienen el doble de tasas de desocupación que las personas cis.
Batalla cultural. El uso del lenguaje inclusivo ha desatado una verdadera batalla cultural. La Ciudad de Buenos Aires prohibió el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas en 2022. En febrero, el gobierno de Javier Milei anunció que planea prohibir el lenguaje inclusivo a nivel nacional. El estado de Florida, en Estados Unidos, condena la enseñanza en escuelas de identidad de género. Y en países de la región, como Paraguay, Uruguay o Chile, hay proyectos legislativos similares. En 2021, en Francia, el ministro de Educación firmó una prohibición del uso en clases de la escritura inclusiva. Y la Accademia della Crusca, italiana, rechazó el año pasado el uso de la E. Por el otro lado, la Academia Sueca y su homóloga portuguesa incorporaron hace años el pronombre neutro.
Hay críticos del lenguaje inclusivo que expresan que durante años se ha olvidado la verdadera inclusión por la falta de enseñanza de la lengua de señas, de Braille o de lenguas originarias. Están quienes creen que el lenguaje inclusivo tiene carga ideológica y solo persigue fines partidarios, e incluso hay quienes, dentro del ala izquierda en la política, ven el lenguaje inclusivo como maquillaje que distrae de los verdaderos progresos, que se deberían ver en, por ejemplo, sacar a las personas trans de la prostitución, y no en palabras.
El pronombre “elle” fue agregado en 2020 al Observatorio de palabras de la Real Academia Española (RAE) y retirado pocos días después. Además, un estudio de la Universidad de San Andrés concluyó que el lenguaje inclusivo ralentiza la lectura y empeora la comprensión lectora. Una vez explicada la tendencia, surge una pregunta: ¿hay que privilegiar el buen uso del lenguaje o la inclusión de género?
Lengua viva. La doctora en lingüística Silvia Ramírez Gelbes afirma que “la lengua está viva. Si no, estaríamos hablando en latín, o en indoeuropeo”, señala. “Y como viva que está, va cambiando. Mucha gente se siente incómoda por los símbolos que se están usando para representar la generalidad de los géneros. En cualquier caso, a mí me llama la atención que tanta gente se preocupe –y hasta se indigne– porque algunas personas usan estas formas inclusivas y no se sientan incómodas, por ejemplo, cuando alguien de Salta dice ‘nos vayamos’. Desde luego, quien habla en dialecto salteño habla tan correctamente como quienes vivimos en Buenos Aires con nuestras expresiones”, señala la doctora.
Filósofos del lenguaje de renombre como Mijaíl Bajtín destacan durante toda su obra la función social del lenguaje. El prestigioso lingüista suizo Ferdinand de Saussure teorizó: “La lengua muta por el paso del tiempo y la masa hablante. Se produce un desplazamiento de la relación entre el significado y el significante. Si no hay una razón por la que un significante se unió a un significando, entonces no hay razón de cuestionar algún cambio”.
Como tantos profesionales que ven a la lengua como un fenómeno que se construye y cambia, están también los que vinculan el lenguaje a la cultura. Es el caso del antropólogo Adamson Hoebel que afirma: “Las culturas cambian como resultado del contacto entre grupos humanos y fuerzas dentro de los grupos que crean nuevos desafíos y problemas”. Es decir que el cambio cultural genera nuevas palabras y, de igual manera, el lenguaje es la vía para transmitir la cultura. A su vez, cultura y lenguaje, son dos de los principios que nos distinguen del resto de especies.
La doctora en lingüística Ramírez Gelbes señala que el lenguaje inclusivo, en todas sus formas, trajo a la agenda “el tema de equidad de género y la visualización de los géneros sociales no binarios. Según dice la investigación, por ejemplo, el turco no tiene género morfológico; no puede decirse, entonces, que las mujeres allí se encuentren en posición de equidad con los hombres. Más aún, hay lenguas tribales de Australia que tienen el femenino como genérico y en esas tribus son los hombres los que toman las decisiones públicas. Por mi parte, confieso que usar el masculino genérico me hace sentir que me quedo corta, que dejo a alguien afuera, que soy poco precisa”, admite la especialista.
“Quizás, en el futuro, se pueda lograr la equidad económica, sanitaria, judicial, educativa, laboral para los distintos géneros. Por supuesto que el uso de pronombres no es una práctica generalizada, pero es cierto que hay gente que los usa y, en tanto hablantes y escribientes del español, tienen todo el derecho de hacerlo”, concluye.
Feminismo. “Creo que las discusiones de la E y la X son menores y que lo que expresan es un movimiento que pretende ser inclusivo. Estamos en la búsqueda de un idioma que nos incluya. Sin embargo, lo que pienso que no es menor es la construcción del lenguaje, porque expresa ideas sobre el mundo en el que las personas nos relacionamos”, dice la periodista y psicóloga feminista Liliana Hendel.
“Hace muchos años que se viene trabajando con el uso no sexista del lenguaje, porque el lenguaje en sí mismo no es sexista. Logramos romper con una estructura que naturalizaba que el masculino sea universal, porque que el masculino es universal es mentira; el universo está constituido por varones, mujeres y disidencias sexuales”, continúa.
“Nosotras somos las desaparecidas de la lengua, sin mencionar que en muchos espacios no hay cómo saber si hubo o no mujeres, por ejemplo, en la Revolución de Mayo. Somos las desaparecidas de la historia contada, porque estar, estuvimos siempre”, afirma.
“Esto está en proceso. Hay una generación a la que le resulta muy sencillo incorporar la E; a mí no me resulta fácil, así que cuando hablo, busco los genéricos. Si uno lee las revistas de hace una década, las novelas o como se discutía política, nos damos cuenta que la lengua la construimos nosotros y los cambios son bienvenidos. Habrá que ver cómo hablamos los próximos años”, apuesta Hendel.