¿Puede la inteligencia artificial reemplazar a los profesores? Para Alejandro Artopoulos es imposible
La inteligencia artificial cambió las reglas de la educación. Eso quedó claro desde aquel día de noviembre de 2022, cuando ChatGPT se presentó en sociedad y, como decía la vieja canción de Serú Girán, el mundo hizo ¡plop! Una tecnología con grandes volúmenes de conocimiento —dicen que tiene el saber de siete Wikipedias—y capacidades conversacionales crea un panorama de grandes posibilidades y también de grandes retos.
Se dice que Bill Gates afirmó que, para 2030 —esto es: en apenas seis años—, la enseñanza y el aprendizaje iba a apoyarse de tal manera en las capacidades del tutor de IA que la figura del docente iba a quedar desdibujada si no completamente superada. ¿Es la docencia una profesión en vías de extinción?
Alejandro Artopoulos, director académico del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés y uno de los referentes de Argentinos por la Educación, tiene una mirada que se aleja del lugar común y de los estereotipos, y propone un pensamiento más profundo en done la tecnología esté en función de la docencia antes de que se planteen como contendientes. Por eso considera que el planteo de Gates, pese al halo de visionario que lo antecede, puede ser desacertado: “En los estudios sociales de la tecnología”, dice en una entrevista realizada en las oficinas de Ticmas, “es muy finita la relación entre el acierto y el yerro fatal”.
—¿Cómo va a ser el rol de los docentes, entonces?
—Podemos elaborar ciertas aproximaciones, pero, más allá de lo que pensemos respecto de esta predicción, hay que considerar que cambió el rol del docente y cambió en relación al conocimiento. Vivimos en una sociedad que produce mil veces más conocimiento que hace cincuenta años, y este conocimiento depende de la colaboración, del trabajo en equipo. Entonces, pasamos de un docente que trabajaba en forma individual con un conocimiento que podía dominar y que podía ser referente para sus estudiantes, a un docente que está frente a un conocimiento súper complejo del cual maneja solo una parte y que, para generar aprendizajes significativos, tiene que trabajar en equipo con otros docentes que, a su vez, manejan otra parte del conocimiento y así lograr estrategias de enseñanza eficaces, como la enseñanza basada en proyectos o en fenómenos, en acontecimientos. Entonces, plantear que el docente puede ser reemplazado por una inteligencia artificial responde al supuesto de estar reemplazando al viejo docente.
—¿Y el nuevo?
—El nuevo docente, que sabemos son pocos, no va a poder ser reemplazado por la inteligencia artificial porque todavía le falta muchísimo para alcanzar esas funciones cognitivas superiores. Hay que ver si llega alguna vez. Y hay que recordar que muchas tecnologías pueden hacer cosas fantásticas técnicamente —por ejemplo, el avión Concorde—, pero que no son sustentables. Y hoy, tanto por la practicidad como por el impacto en el ambiente, la inteligencia artificial no es sustentable. Creo que es un error de muchos que no tienen conocimientos expertos en educación: hablan de educación desde afuera sin entender cómo funciona adentro. En ese sentido, más que pensar una oposición docente vs. Inteligencia artificial tenemos que pensar en triangulación y asistencia mutua. No pensar en un docente, sino pensar varios docentes, y pensar también en una inteligencia artificial integrada a esos docentes.
—¿Qué desafíos le propone la IA a ese estudiante que sabe que hoy lo importante no pasa por quien sabe más?
—Bueno, eso no es nuevo. Eso ya lo podíamos hacer con el buscador de Google. Lo que cambió es que con ChatGPT estamos en un mayor grado de sofisticación. Google nos daba la respuesta sin elaborar un texto, sin elaborar contenido. En ese sentido, creo que tenemos que hacer un esfuerzo para hacerles saber que estamos en peligro. Estamos bajo una amenaza.
—¿Qué peligro?
—El de la desigualdad. Porque, efectivamente, quienes sepan utilizar la inteligencia artificial e inclusive el buscador de Google, van a estar en ventaja. Pero el problema es que solo saben manejar esas tecnologías aquellos que ya tienen un capital cultural acumulado en sus familias, que luego pueden revalidar en la educación formal. Si vamos a un secundario del tercer cordón del Gran Buenos Aires, nos vamos a dar cuenta de que esos chicos no acceden a una pantalla de 15 pulgadas y que tampoco tienen tanto tiempo de conexión en línea para aprender a googlear. Y, lo peor del asunto, es que, cuando van al aula, el docente no les puede enseñar a googlear porque en el aula no hay dispositivos ni hay internet. Lo que está pasando es tenemos una brecha digital cada vez más poderosa, más profunda y más difícil de achicar. Hace poco, un organismo internacional me convocó para escribir sobre inteligencia artificial, desigualdad y educación: éramos treinta personas y yo era el único, no de Latinoamérica, de todo el sur global. Nuestro problema es que solo tenemos divulgadores que arman la “narrativa de Disney” de la inteligencia artificial y provocan un daño bastante grave.
—¿Por qué?
—Porque del otro lado no tenemos el pensamiento crítico para encender las alarmas, para que se generen políticas, iniciativas, acciones. En los países desarrollados no sucede eso. Por supuesto está la “narrativas de Disney” de las grandes empresas que quieren vender inteligencia artificial, pero también existen las ONGs. Y algunos gobiernos están generando herramientas para atender a este grave problema.
—Sabiendo que existen más de mil institutos de formación docente, lo que ya de por sí significa una dificultad en los planes de estudio, ¿cómo se puede trabajar para que la tecnología sea incoporada en la practica de maestros y profesores?
—El problema de la inclusión de tecnología en las escuelas, no es solamente un problema de estrategias de enseñanza; es fundamentalmente un problema de gestión. Una de las cosas que descubrimos en nuestras investigaciones es que hay que construir lo que denominamos el “liderazgo tecnopedagógico” de los equipos directivos. Porque empujar la innovación educativa desde los docentes es pensar en modernizar el carro y mantener a los bueyes tirando. El carro va a andar genial, va a estar súper aceitado, pero va a ir a la velocidad del buey. Pensar en equipos directivos que saben cómo proyectar la escuela hacia el futuro en términos tecnopedagógicos es la forma de cambiar ese motor de la cultura escolar.
—Es interesante que la pregunta fue por los docentes y la respuesta por los directivos.
—Los directivos eran docentes que luego cambiaron de función. Pero hay otra cosa que es tan importante como los directivos y es la tecnología. Y hablar de tecnología es hablar de contenidos. Para incluir tecnología en un aula hay que cambiar los contenidos que se enseñan. Hoy se está discutiendo sobre alfabetización y lectoescritura. Entonces hay una “guerra de la lectura” entre los constructivistas y quienes los de la tradición de las neurociencias. Pero se olvidan que hoy los chicos se alfabetizan en pantallas de cinco pulgadas, que son los celulares. Eso, entonces, ya no es un texto. Hay que formar a los docentes en la multialfabetización, lo que es difícil si se siguen peleando unos y otros.