En La Guerra y la Paz, León Tolstoi narra la historia de la catastrófica invasión napoleónica a Rusia. Pronto podremos apreciar esta historia en la pantalla grande bajo la dirección de Ridley Scott y con Joaquín Phoenix en rol protagónico. Según la novela y registros históricos, el 14 de septiembre de 1812, Napoleón entra a Moscú devastada por el fuego. De sus 9 mil construcciones, alrededor de 6.500 habían sido destruidas por los propios moscovitas. En ese contexto, la ciudad no podía proveerle refugio ni sustento al ejército francés, y el crudo invierno acechaba.
Napoleón vacila: ni ataca al cercano ejército ruso ni se repliega. Cuando finalmente decide retirarse (al no tener a quién conquistar en Moscú), su ejército se descontrola, víctima del frío y la inanición. Del total de 700 mil soldados que partieron de Polonia el año anterior, regresaron menos de 60 mil. Fue un colapso total.
La estrategia detrás de ese éxito fue diseñada por el célebre general ruso Mijail Kutuzov. Luego se conocería como la estrategia de tierra arrasada: conceder a tu enemigo un terreno desolado, del que solo quepa retirarse.
Hoy, en un paralelismo de aquel pasado, Sergio Tomás Massa actúa a la manera de un Kutuzov del siglo XXI, regando el suelo del territorio argentino con un veneno mortífero que hará difícil el próximo gobierno. A sabiendas de que la batalla de octubre está perdida, el objetivo de este Kutuzov moderno parece ser infligir daño y destrucción al gobierno entrante, reduciendo su margen de maniobra hasta forzarlo a batirse en retirada, exhausto y agónico. ‘Sergio Tomás Kutuzov’ no busca ganar esta batalla, sino tenderle una trampa al enemigo, es decir, preparar el terreno para la batalla que viene. El fuck you de Pablo Moyano al Congreso simboliza esta táctica. Me puedo imaginar (aún sin certeza histórica) a un moscovita despidiéndose de Moscú, con el mismo gesto hacia al invasor francés. “Perdimos esta batalla”, diría, “pero nos escapamos con el botín y los dejamos sin nada. Volveremos y seremos millones”.
En estas últimas semanas, se ha perfeccionado la tarea de demolición del Gobierno. Hemos asistido a un festival de designaciones estatales, acompañadas por una suba de 16 mil millones de deuda externa por el fallo YPF (aunque, nobleza obliga, esto no fue iniciativa directa del ‘general Sergio Tomás Kutuzov’, sino del mariscal Kicillof), como para no quedarse atrás respecto de los 14 mil millones de deuda pendiente con los holdouts que dejaron en 2015. Así y todo, el efecto más devastador para el próximo gobierno es, por lejos, la modificación en el impuesto a las Ganancias.
La semana pasada, varios diputados de Juntos por el Cambio chicanearon al ‘general Kutuzov’ para que mandara el proyecto al Congreso. Parecía absurdo que alguien intentara incendiar su propio país. Sin embargo, ‘Kutuzov’ subió la apuesta y decidió quemar todo. Como si se tratara de Moscú en 1812. Excepto que él no enfrenta la fuerza invasora de una potencia extranjera, sino una contienda electoral. Es que, en el Credo del peronismo, cualquier otro es un enemigo.
No necesitamos repasar lo que todos sabemos sobre el impuesto a las Ganancias. (Es una pena que los economistas que alzaron sus temores para denunciar la idea de la dolarización no escribiesen una carta equivalente ante este daño real). El impuesto a las Ganancias es la columna vertebral de cualquier sistema impositivo. No solo en países de la OCDE o en EE.UU., sino en cualquier país rico o pobre, ya sea Paraguay, Etiopía, Sudáfrica o Suiza.
¿Por qué todos los países del mundo construyen su sistema impositivo sobre este impuesto? Por motivos obvios: es fácil de recaudar, es progresivo y es poco distorsivo. Pero sobre todas las cosas es el impuesto políticamente más fácil de cobrar porque lo pagan los más ricos. Si propusieras bajar el impuesto a las Ganancias en otro país, te mirarían raro.
En EE.UU. lo paga el 50% más rico de la población, lográndose con ello que el impuesto a las ventas sea 8% y no nuestro 21% de IVA. Esto implica que el 50% más pobre de la población tributa menos allí que en Argentina. Aquí, como el impuesto a las Ganancias lo paga solo el 10% más rico de la población, el 50% más pobre paga 21% de IVA en vez de 8%. Y es peor aún, porque mucho de nuestro gasto público se financia con impuesto inflacionario que pagan primordialmente los deciles más bajos de la población. La baja de Ganancias equivale a bajarles impuestos a los ricos y subírselos a los pobres.
Se ha discutido mucho sobre todo esto, no es nuevo. La pregunta interesante es: ¿por qué Argentina es el único país donde resulta difícil recaudar un impuesto que es, por naturaleza, equitativo y eficiente? De esto se ha hablado menos. La respuesta radica en el rol del sindicalismo argentino, tan potente y poderoso desde que Onganía, implementando un esquema inédito en el mundo, los llenó de dinero mediante el manejo de las obras sociales.
El sindicalismo representa al segmento de mayores ingresos del mercado laboral formal. Su músculo económico le permite incidir en la toma de decisiones públicas de manera decisiva. En este tramo final de la campaña electoral, y usando la analogía de la invasión napoleónica a Rusia, sería como si el sindicalismo le hubiese ofrecido al ‘general Sergio Tomás Kutuzov’ su apoyo para destruir Moscú a cambio de llevarse los tesoros ocultos de la Ciudad. ‘Kutuzov’ acepta; les concede la exención de Ganancias contra su respaldo en el tramo final de la campaña.
Debería ser evidente por qué esta reducción de impuestos es tan destructiva para el próximo gobierno. Primero, porque el aumento del déficit exige una emisión monetaria que le disparará la inflación al próximo gobierno (en Argentina, el efecto de la emisión monetaria tiene un impacto diferido de seis meses). Segundo, porque en tanto el peronismo pueda bloquearle al próximo gobierno la reversión de esta medida, lo condena a la inestabilidad macroeconómica o a implementar impuestos más ineficientes o regresivos, perjudicando el crecimiento económico o la redistribución del ingreso. Mi impresión es que esta medida afecta principalmente el margen de acción de LLA. Al carecer de mayoría parlamentaria, podría efectuar muchas de sus reformas modificando decretos y estructuras, sin embargo, este mecanismo le estaría vedado para abordar reformas impositivas.
Congelar el mínimo imponible ofrece a los gobiernos un camino para mejorar gradualmente el sistema impositivo (a medida que los salarios suben, más personas se incorporan a este impuesto, y se pueden discontinuar otros). Pero después de este cambio, que incluye una indexación de ese mínimo no imponible, incluso esa estrategia deja de ser viable. En otras palabras, la medida condena al próximo gobierno a la inestabilidad, a un crecimiento menor y a una Argentina más desigual.
El general Kutuzov fue exitoso. Quizás lo sea su versión vernácula. Con estos cambios Massa ha hecho todo lo que tenía a su alcance para dañar al próximo gobierno. Pero hay una diferencia crucial entre el general ruso y nuestro ‘Kutuzov’ nacional, actual ministro de Economía: mientras el primero diezmó un ejército invasor, el segundo habrá diezmado a los argentinos.