Puede ser una ocasión para acompañar el aprendizaje en casa y fortalecer la responsabilidad. Pero también puede ser un momento bélico, de tensión y reproches cruzados, que deja el clima hogareño cargado de electricidad. La resolución de las tareas escolares signa las rutinas familiares y, según el caso, puede contribuir a estrechar o detonar los vínculos.
En Argentina 7 de cada 10 niños y adolescentes reciben ayuda para hacer sus deberes, según datos difundidos esta semana por el Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA). La proporción es similar en escuelas estatales y privadas y en el estrato social bajo, medio y medio alto. La gran mayoría de los chicos recibe esa ayuda de los padres (88%) y, en menor medida, de los hermanos (21%).
¿De qué modo deberían abordar las familias esa ayuda con las tareas escolares? ¿Hasta qué punto está bien ayudar a los chicos? ¿Cómo hacerlo de manera constructiva? Infobae consultó a docentes y especialistas para indagar en estas cuestiones. Por supuesto, no hay fórmulas universales; una misma familia podría necesitar estrategias diferentes para ayudar a distintos hijos. Pero una cuestión aparece como fundamental: no hacer por ellos.
El informe de la UCA, elaborado por los investigadores Carolina Martínez, Matías Maljar y Ianina Tuñón, menciona un estudio de la Universidad de los Países Bajos que encontró que los chicos que reciben más ayuda de sus familias no son necesariamente los que alcanzan los mejores resultados escolares. Más que la cantidad de apoyo, la clave es la modalidad. “Cuando los adultos dan soporte para lograr la autonomía, la relación con el rendimiento académico es positiva”, sintetiza el documento.
“Claramente los adultos no deben hacer las tareas por los niños. No se trata de reemplazar lo que ellos tienen que hacer, sino de buscar maneras de ayudarlos. Eso puede querer decir simplemente sentarse al lado mientras hacen la tarea, en una suerte de acompañamiento. O ayudarles a entender cuál es la consigna que la maestra dio para resolver. O esperarlos mientras hacen la tarea y después leer juntos lo que hicieron”, explica Rebeca Anijovich, especialista en formación docente y profesora en la Universidad de San Andrés (UdeSA) y en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
A la hora de ayudar a sus hijos, los padres se encuentran con dificultades como, por ejemplo, los cambios en el abordaje de las operaciones matemáticas en primaria: desde hace años los chicos no dividen ni multiplican con el método “de antes”, que implicaba automatizar enseguida los algoritmos –sin necesariamente haberlos comprendido–.
“Hoy se enseñan procedimientos diferentes y por lo general los padres no conocen las nuevas metodologías. Entonces a veces se producen situaciones difíciles, porque en la escuela el chico aprende de una manera, pero los padres intentan ayudarlo con las metodologías que conocen ellos”, señala Anijovich. Por eso la especialista sugiere que la escuela establezca expectativas claras con respecto a lo que se espera de las familias en relación con los deberes.
Por otro lado, no todas las tareas son iguales. “La pregunta que antecede es cuál es el sentido de la tarea. No es lo mismo un niño que asiste a jornada completa, que uno que va a jornada simple. Si el niño estuvo todo el día en la escuela, ¿por qué tiene que hacer tarea en su casa? ¿Es porque no se alcanzó a terminar algo en el aula? ¿Es para que el niño busque autónomamente información? ¿Es porque la tarea implica una práctica que resulta necesaria para el aprendizaje de ciertos procedimientos?”, plantea Anijovich.
Claudia Bebchik, directora jubilada de una escuela primaria estatal de Floresta (CABA), subraya: “Las familias deben acompañar los aprendizajes de sus hijos”. En la primaria eso implica, entre otras cuestiones, “mirar sus tareas, alentarlos, armar con ellos las mochilas, tener a mano un horario con las materias especiales para que el niño registre que son parte de sus obligaciones”. Bebchik resalta que estos hábitos son fundamentales para “fomentar responsabilidades y generar autonomía”.
Para Marina Zamora, maestra rural de 6° y 7° grado en Rama Caída (Mendoza), es clave encontrar un equilibrio que promueva la autonomía de los estudiantes sin intervenir en exceso.
“El papel de las familias debe ser más el de facilitadores que ayudan a los niños a encontrar soluciones por sí mismos, en lugar de proporcionar las respuestas directamente. La escuela es el espacio principal de enseñanza y orientación”, señala Marina. Como no todos los padres tienen el tiempo o los recursos necesarios para sentarse a trabajar con los chicos, “el objetivo es más bien supervisar los tiempos y el estudio en casa, aunque esto no siempre ocurre”.
Deberes, ¿sí o no?
Algunos pedagogos han cuestionado directamente la necesidad de que existan los deberes. Quizás el caso más resonante es el del italiano Francesco Tonucci, que desde hace años viene sosteniendo que los deberes implican una sobrecarga que les saca tiempo de juego a los chicos. Tonucci ha definido los deberes como una “equivocación pedagógica”.
Otros argumentos contra los deberes apuntan a la cuestión de la desigualdad: si la calidad de la ayuda recibida en casa depende del nivel educativo de la familia, a la larga los deberes podrían contribuir a profundizar las asimetrías entre estudiantes que provienen de contextos diferentes. Desde esta lógica, la jornada completa vendría a tratar de saldar esa desigualdad, en la medida en que apunte a que todas las actividades se resuelvan en la escuela. De hecho, varias instituciones promueven que sus docentes reduzcan al mínimo las tareas para el hogar.
“Al estar influida por el apoyo familiar, la tarea extraescolar puede convertirse en un factor de desigualdad. No todas las familias tienen los mismos recursos o tiempo para acompañar a sus hijos, lo que puede generar diferencias en los resultados académicos. Algunos padres pueden ayudar, mientras que otros simplemente tienen desinterés por las trayectorias escolares de sus hijos. Para minimizar esta brecha, las tareas podrían ser más flexibles y diseñarse teniendo en cuenta la realidad diversa de los hogares”, propone Marina Zamora.
La desigualdad se potencia en la medida en que entran en escena profesores particulares y academias privadas. El informe del ODSA, titulado “Indicadores clave de la educación: calidad, trato docente y ayuda en la tarea escolar”, muestra que en primaria apenas el 4% de los alumnos recurre a una academia o un profesor particular. La cifra asciende al 7% en secundaria, con diferencias significativas entre los alumnos de escuelas privadas (20%) y estatales (4%).
¿Qué aportan los deberes? La mayoría de las especialistas consultadas los conciben como una instancia clave para fortalecer la autonomía y la responsabilidad de los chicos, construir su “oficio” de estudiantes y consolidar los aprendizajes. “Ese momento solitario en que el chico está con sus apuntes, con sus libros, con el video o con los ejercicios que debe resolver es un momento importantísimo para el procesamiento individual del conocimiento”, afirma Viviana Postay, formadora de directivos y de docentes, profesora en una escuela secundaria pública y exdirectora de escuela.
Postay advierte que muchos adultos –tanto padres como docentes– parecen tenerle “miedo” a esa instancia solitaria y, entonces, aparece un impulso de sobreprotección: “Siempre hubo padres que hacían la tarea de sus hijos. Pero esto está cada vez más extendido porque estamos propiciando identidades sin ninguna tolerancia a la frustración. Tenemos adolescentes ansiosos que, en cuanto se cruzan con una palabra que no entienden, largan el texto y llaman a sus papás para que les resuelvan. Muchas veces esos padres no están preparados para poner un límite y lidiar con la frustración que implica que no me salga todo en 5 minutos”.
Los datos de la UCA muestran que la ayuda familiar con las tareas es más frecuente en primaria, donde el 81% de los chicos recibe ayuda. Sin embargo, todavía en secundaria la mitad de los estudiantes (51%) hace las tareas con apoyo de otros. En el caso de los adolescentes, Postay plantea que el acompañamiento de los adultos en casa requiere saber poner límites.
La especialista también se pregunta a qué llaman “tarea” las familias, en un contexto en que muchas escuelas desistieron de los deberes. “Por ahí tenemos una imagen un poco idílica de los papás sentados al lado del chico ayudándolo a resolver una ecuación. Pero en realidad, la escena muchas veces es el papá enojado pidiendo enfáticamente a la escuela o al preceptor que le mande fotos de alguna carpeta porque el chico faltó, o porque no hizo nada en la clase y le quedó trabajo para la casa. Y él no sabe cómo decirle a su hijo de 16 años: ‘Resolvelo vos’”, describe Postay. En esa situación, la “ayuda” resulta contraproducente, en la medida en que bloquea la posibilidad de que el estudiante aprenda a resolver por su cuenta y, al hacerlo, gane autonomía y responsabilidad.