
"Twitter (hoy X) ejemplifica todo lo que una plaza pública adecuada no es: agresiones breves y punzantes, y descargas de bronca diseñadas para hacer enojar, no para hacer pensar", escribe el intelectual británico Andrew Marr.
Vivimos en un clima intelectual y en un escenario de debate inclinados hacia la derecha, donde es difícil confiar en la veracidad de la información y donde cualquier intercambio entre quienes piensan diferente se ve invadido por el veneno de trolls, reales y ficticios, que empantanan el diálogo entre ciudadanos a cada minuto, cada hora, cada semana, con provocaciones y fanfarronería.
Silicon Valley por encima de la política
Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt, Woodrow Wilson, Barack Obama, entre otros presidentes, fueron reelectos, pero ninguno de ellos ubicó en sus segundas ceremonias de juramento a una fila de multimillonarios en un lugar más importante que el de su propio gabinete político.
En este gesto podemos oír y sentir cómo ha cambiado el mundo a nuestro alrededor. Magnates de la tecnología como Musk, Bezos y Zuckerberg tienen mejores asientos que el gabinete de Trump y que expresidentes como Clinton, Bush y Obama; ni hablar de Milei y Meloni, que se reían en el fondo.
Hay un elemento teatral, una puesta en escena potente que muestra el desplazamiento del poder, de los expresidentes a los billonarios tecnológicos, donde el poder económico subordina a la política tradicional.
Los dueños del capital tecnológico estaban sentados en la segunda fila: Mark Zuckerberg, dueño de Meta (Instagram, Facebook y WhatsApp); Jeff Bezos, accionista mayoritario de Amazon y del Washington Post; Elon Musk, dueño de X, SpaceX y Tesla; Sergey Brin, fundador de Google, y Sundar Pichai, CEO de Google, entre otros. Detrás de ellos estaba el gabinete de ministros de Trump, en la tercera fila. Un gesto de una carga simbólica enorme: los billonarios tecnológicos son más importantes que los políticos.
No fue casualidad, sino una coreografía política pensada para destacar a quienes tienen cuentas bancarias infinitas y están sometidos a la adulación. Si tuvieran una fortuna gigantesca, pero no adularan a Trump, no estarían ahí. Si lo adularan, pero no tuvieran esa fortuna, estarían más atrás. Riqueza y obsecuencia. Más atrás estaban Javier Milei, Giorgia Meloni, Boris Johnson y Nigel Farage, del Reino Unido, y otros integrantes de la liga global de derecha.
La sumisión de las Big Tech ante Trump
Estos empresarios se alinean con Trump y le rinden pleitesía con entusiasmo porque la mayor amenaza para sus empresas es la regulación que proviene del exterior de Estados Unidos. Saben que, cuando un gobierno soberano les pone un límite, al final del día no les queda otra que dar marcha atrás. Le pasó a Musk con el gobierno de Lula en Brasil, le pasó a Zuckerberg cuando enfrentó las multas enormes impuestas por la Unión Europea, y todos ellos están preocupados por las regulaciones que quiere imponer el gobierno de Keir Starmer en el Reino Unido a sus empresas tecnológicas.
Para ilustrar la idea, Zuckerberg decidió contratar a Nick Clegg en Meta, un expolítico británico con buena relación con Europa, para tratar de suavizar las regulaciones impuestas por la Unión Europea, pero no lo logró.
La única esperanza de los billonarios tecnológicos para aplastar y deshacerse de las barreras fiscales fuera de Estados Unidos es estar subordinados y plegarse a Trump. Buscan construir una alianza indestructible entre el "America First" trumpista y las empresas tecnológicas estadounidenses para eliminar cualquier tipo de límite.
Gobiernos del mundo vs. la maquinaria de Silicon Valley
—¿Qué impacto tiene la alineación de estos grandes empresarios tecnológicos al lado de Trump en el discurso? Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, ¿qué intereses tienen? —le pregunta El Economista a Andrea Oelsner, doctora en Relaciones Internacionales, profesora y directora de las licenciaturas de Relaciones Internacionales y Ciencia Política y Gobierno de la Universidad de San Andrés.
—Tienen un poder enorme. Según Forbes y Bloomberg, Musk, Bezos y Zuckerberg son las tres personas más ricas del planeta, y si compraran una isla y declararan la independencia, ese nuevo Estado/país, con una población total de tres personas, estaría en el puesto 21 del ránking de las mayores economías del mundo.
Estos empresarios van a tener tanta importancia que países como Dinamarca nombraron, ya en 2017, un diplomático para que represente sus intereses y valores frente a las big tech globales. Lo llaman "tech ambassador" (embajador tech). Desde entonces, también el Reino Unido, Austria y otros 20 países nombraron diplomáticos tecnológicos para negociar y regular a estas compañías multimillonarias de Estados Unidos.
El mundo que se viene es uno en el que hay que reconocer el poder, la capacidad de negociación y la injerencia que pueden tener estos intereses económicos privados. Es un mundo más hostil por el espacio y el poder que tienen ciertos actores privados.
Estamos frente a un mundo con intereses mucho más individualistas, donde los intereses se piensan de forma más individualista, en el sentido de individuos particulares y de países individuales, que habilitan eslóganes como "America First". Y ese es el único interés que guía sus decisiones en política internacional. Veníamos de un mundo donde estaban empezando a gestionarse de forma distinta las problemáticas colectivas.
Con lo cual, esto le hace mucho daño a eso que estaba gestándose: una forma colectiva de pensar los problemas colectivos, donde sin cooperación no se alcanzan resultados. Hablo del cambio climático, de las migraciones, del mundo digital.
—¿Ves una tensión global entre gobiernos que buscan regular y empresarios que intentan esquivar esas restricciones? ¿Podría Trump ayudar a estos empresarios a eludir barreras fiscales?
—Claramente hay intereses encontrados y opuestos, problemáticos, entre estos grandes empresarios y países que tratan de protegerse de intereses particulares muy fuertes. Intereses particulares que ahora el gobierno norteamericano no solo defiende, sino que además los hizo socios. Trump hizo socios a los empresarios tecnológicos de su gobierno.
Igual, Trump es impredecible. Hoy lo tiene a Elon Musk en la segunda fila de su asunción y es amigo político, pero puede que en 4 días se peleen. Ahí hay algo en común entre Milei y Trump: un elemento impulsivo, temperamental —resalta la doctora Oelsner.
Musk busca erosionar al gobierno de Keir Starmer en el Reino Unido, como señaló Mercedes Máspero en su artículo, publicado en este diario, porque no quiere ningún límite para X ni para sus empresas. Sabe que el gobierno de Starmer va a aprobar pronto nuevas leyes de seguridad online para regular imágenes de extrema violencia, lo que probablemente esté enfureciendo a Musk.
Asimismo, la Unión Europea busca legislar los servicios digitales y fomentar leyes de seguridad online que limiten y regulen a las empresas de Estados Unidos, y también les ha impuesto barreras fiscales. Por eso, el mensaje de Trump fue: nuestras empresas pueden hacer lo que quieran, los gobiernos soberanos del mundo se van a someter a las empresas multimillonarias tecnológicas de Silicon Valley.
La fusión total del poder corporativo y político
El periodista británico James O'Brien dijo que, si el saludo de Elon Musk no fue nazi, probablemente fue un saludo romano al estilo Benito Mussolini. Corporativismo al palo: fusión del poder estatal y corporaciones, Trump y Musk como emblema de la alianza entre la política y los multimillonarios.
Los propietarios de las empresas que deciden qué compramos, dónde lo compramos, qué vemos, qué consumimos, qué soñamos y cómo se modelan nuestros pensamientos hoy se rinden ante Trump.
Zuckerberg, que el 6 de enero de 2021 había criticado el asalto al Capitolio y había asegurado que en sus plataformas no había lugar para la retórica de la violencia, la mentira y el autoritarismo, se acomoda al poder de Trump por miedo y por intereses personales. Una vocación de enriquecimiento y de impunidad.
Por eso, Meta anunció que va a dejar de chequear la información. Zuckerberg anunció que los verificadores de hechos independientes ya no se van a utilizar en Facebook e Instagram porque son "demasiado sesgados políticamente". Una decisión para obedecer al mandato del nuevo presidente estadounidense.
La moderación de contenidos se diluye. Eso es a lo que se refirió Trump en su discurso cuando dijo: "Firmaré una orden ejecutiva para detener inmediatamente toda censura gubernamental y devolver la libertad de expresión a Estados Unidos". Con esas palabras, selló el acuerdo entre el Estado y las empresas tecnológicas.
Palabras hirientes, horribles, que algunas personas publican en Facebook no se van a borrar. Ahora, alguien va a poder insultar la apariencia de las personas según su raza o su discapacidad. También va a poder llamar a las personas enfermas mentalmente de acuerdo a su sexualidad o su identidad de género.
El dominio de las Big Tech: ¿habrá freno o seguirán ganando terreno?
Está claro que personas como Musk o Zuckerberg pueden inclinar la cancha del debate público y dar forma a la agenda de la política de distintos países. No les dicen a los ciudadanos qué tienen que pensar, pero sí sobre qué temas tienen que discutir.
Trump está dispuesto a prohibir TikTok en Estados Unidos porque, para él, no se trata de la libertad de expresión, sino de darle todo el poder a las empresas estadounidenses. En este nuevo orden, las grandes corporaciones tecnológicas no solo modelan el debate público, sino que también definen qué plataformas pueden existir y cuáles no. Cuál será el verdadero impacto de estos billonarios y las consecuencias para nuestro sistema de partidos y nuestra democracia está por verse.
Aun así, hay necesidad de algunos matices. Lo que han hecho empresarios como Musk con SpaceX y Tesla es impresionante y habla de la trascendencia de la inventiva, la creatividad y la ambición. Es ese espíritu emprendedor y su capacidad de invención lo que la política puede elogiar, sin dejar de cobrarles impuestos.
Otro matiz puede leerse en las encuestas más serias de, por ejemplo, el Reino Unido, donde las personas son hostiles a Musk: tiene 70% de imagen negativa. La mayoría piensa que su modelo provoca una acumulación de riqueza y un aumento de la pobreza, y no quieren que interfiera en la política de su país. Tampoco en Francia o en Alemania personalidades como las de Trump o Musk son particularmente populares. Esto podría jugar a favor de líderes centristas de partidos tradicionales.