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Una literatura que aún emite señales de vida

Fermín Rodríguez

Decía Roland Barthes en 1978: “Algo merodea nuestra Historia: la muerte de la literatura merodea a nuestro alrededor; es mejor mirar a ese fantasma de frente, a partir de la práctica”. No fue Barthes el primero en lanzar la sospecha, pero desde entonces, no faltaron sepultureros que se dedicaron a olfatear la muerte y apilar cadáver tras cadáver: de la historia, del arte, de la literatura, del cine.

Sin euforia épica ni celebraciones pomposas, pero con una vitalidad vertiginosa que no se detiene ante ningún obstáculo o problema, Señales de vida. Literatura y neoliberalismo, del crítico, docente e investigador Fermín Rodríguez, se enfrenta descaradamente ante ese fantasma para decirnos que la literatura todavía emite señales de vida.

Basta leer el libro para reconocer, gracias a la minuciosa cartografía que traza, que el estado en el que se encuentra la vida al momento en que se terminó de escribir el libro –en mayo de 2021, en plena pandemia de covid–, esa vida acorralada por el virus, la precarización, las crisis, las políticas económicas de mercado, la destrucción del planeta, la vulnerabilidad como condición política, no resulta de una hecatombe que se descerrajó de un momento a otro como una tormenta enloquecida, sino que es producto de ese lento proceso de destrucción de la vida en comunidad y de formas de gobernar y desear que resulta de esa guerra civil librada por el capital –como dice Maurizio Lazzarato–, que se llama neoliberalismo.

Pero mientras para Lazzarato y varios otros pensadores de la sociedad y del capital, el capital “odia a todo el mundo”, Fermín Rodríguez viene a decirnos, con Foucault, que no hay poder que se ejerza sin resistencia, que la vida aguanta, como los pichis en la pichicera de Fogwill.

Rodríguez lee así en Fogwill el neoliberalismo como una nueva química del deseo, un nuevo régimen de subjetividad y de intensidades deseantes que atraviesan el espacio social; descubre que la precarización no es solo un nuevo régimen de producción de subjetividades sino que también estructura novelas como El aire de Sergio Chejfec o El desperdicio de Matilde Sánchez; y ve que en las villas miserias de la literatura argentina de las últimas décadas (La villa de César Aira, La virgen cabeza de Gabriela Cabezón Cámara), pero también en las laderas de las montañas de Medellín de La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, la vida conserva una capacidad de respuesta y afirmación que se resiste a dejarse aislar como nuda vida despojada de su forma.

A diferencia de Lazzarato, alguien que hubiera leído la literatura latinoamericana de estas últimas décadas con los anteojos de Rodríguez se habría percatado de estos detalles que para el economista o filósofo pasaron desapercibidos.

La materialidad transitoria del presente

Con esos anteojos, Rodríguez ha sido capaz, además, de leer en las transformaciones de la ficción contemporánea en América latina algo más que transformaciones de la literatura –o del arte–. Porque así concebida, la literatura es capaz de registrar la materialidad transitoria del presente.

Cuando Jacques Rancière se dedicó a leer esas transformaciones en la literatura europea en sus dos últimos libros –El hilo perdido. Ensayos sobre la ficción moderna y Los bordes de la ficción–, subrayó el impulso democrático de la literatura modernista y demostró que fue a partir de los tiempos revolucionarios que la poética de la ficción moderna cuestionó los límites entre la ficción y lo real.

Rodríguez, por su parte, fue más allá del debilitamiento de la estructura para pensar la huida de la forma como especificidad política de la literatura latinoamericana contemporánea, descubriendo que la ausencia o minimización de referencialidad ideológica no es el fin de la política sino la emergencia de otra política dominada por prácticas englobantes y dispositivos de control, y que las vidas sin derechos no están afuera de la política.

Veo el libro de Rodríguez construido a partir de dos dispositivos que llamaré la serie y el montaje. Ambos tergiversan un orden cronológico temporal que hace estallar los modos de significación de la crítica y la teoría.

La serie: Señales de vida agrupa textos que vienen de tiempos diversos, ordenados en una cronología embrollada que puede leer Los pichiciegos con un libro póstumo de Fogwill, o conectar La villa de Aira con un texto muy posterior, El carrito, o leer El desperdicio de Sánchez con un texto muy anterior, “Pirovano”, incluido en La canción de las ciudades.

Esas construcciones hacen estallar la significación contextual para mapear otro tipo de temporalidades subterráneas que se salen de las cronologías establecidas para revelar que los desposeídos de los 80 aguantan y piden que se vayan todos anticipando las demandas democratizadoras de los jóvenes de los 90 descreídos de la política electoral, y que la vulnerabilidad no solo está ligada a la posibilidad de sufrir algún daño sino también a la capacidad de apertura y alianza de cuerpos, de ser afectado por otros cuerpos.

El montaje: en el libro de Fermín, la incrustación de un material heterogéneo en el desarrollo de un argumento saca al texto que se viene discutiendo de sus goznes temporales para hacerlo decir algo que ya no refiere a su presente –ese contexto del texto–, sino a su futuro.

Así, los lebreros de El desperdicio (2007) de Matilde Sánchez, que buscan su subsistencia en un campo que comienza a convertirse en una gran aceitera y sede del agronegocio, se completa con la noticia sobre la superpoblación de carpinchos que tiene en alerta a Nordelta publicada por Página 12 el 17 de agosto de 2021; o las revueltas de octubre del 2019 en Santiago se cuelan en un texto de Bisama construido con los graffitis de entonces para completar la salida de los trabajadores que se narra en Mano de obra de Diamela Eltit, un libro del 2002.

Con estos dispositivos de desordenamiento cronológico Señales de vida es al mismo tiempo un libro sobre lo contemporáneo y sobre nuestros posibles futuros.

Si, como si dice el autor, “la escritura se puso a correr a la velocidad de la crisis, para dejar atrás la historicidad de los imaginarios modernos del espacio y el tiempo”, el libro de Rodríguez corrió a la par de esa literatura y pudo entregarnos un mapa preciso y veloz para que sigamos corriendo, en agenciamientos colectivos, en pos de ese futuro.

Florencia Garramuño se especializa en teoría literaria y literatura latinoamericana contemporánea. Obtuvo un doctorado en Princeton University y un posdoctorado en la Universidade Federal do Rio de Janeiro. Es profesora en la Universidad de San Andrés.

Señales de vida
Fermín Rodríguez
Eduvim
440 págs.

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