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La generación que supo cambiar

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La generación invisible está compuesta por personas que hoy tienen entre 45 y 65 años: sobre ese techo, los boomers; debajo de ese suelo, los millennials. Así, los invisibles serían una generación sándwich, ni muy muy ni tan tan.

Históricamente silenciados, en su nuevo libro el filósofo Tomás Balmaceda y la periodista Miriam de Paoli proponen activar su potencial y pensar que esos hombres y mujeres pueden funcionar como un puente, una cinta de pasaje virtuosa entre dos generaciones de mucho peso histórico. Los invisibles son los que vieron el mundo cambiar y se pudieron adaptar a la revolución tecnológica; tienen el recuerdo de algo que ya no está y la certeza de que pueden vivir en lo que viene. Hoy están en plena madurez y detentan posiciones gravitantes en sus trabajos.

¿Por qué no darle mayor volumen a su incidencia en el presente y, sobre todo, en el futuro? Pero La generación invisible no se queda ahí. Es un libro que discute conceptos y prejuicios como el edadismo (la discriminación a los viejos), las relaciones intergeneracionales, la nueva longevidad, el problema del cuerpo y la jubilación y otras cuestiones que, según cómo las gestionemos, nos darán un mejor o un peor futuro.

–En el libro despliegan el concepto de “edadismo”, un término no tan frecuente en el debate público cotidiano.

–Tomás Balmaceda: El edadismo no termina de prender en la Argentina. El país tuvo su ola feminista, su ola en contra de la misoginia, está siempre en el aire el tema del transodio, pero el edadismo está muy internalizado. En nosotros mismos lo podemos ver. Si uno entra a las redes, por ejemplo, los comentarios sobre los políticos en general son “viejo de mierda”.

–¿Hay prejuicios irrompibles asociados a la edad?

–Miriam de Paoli: Yo tengo 53 años, y para mucha gente veinte años menor con la que trabajo, no respondo a la idea preexistente de los que es una persona de mi edad. Ahí es donde tus prejuicios te impiden crecer, pensar, hacer negocios. Son prejuicios que tienen que ver con el siglo pasado.

–T.B.: Para nosotros, investigar y escribir el libro fue motivado por dos cosas. Una es la que dice Miriam: hay libro sobre generaciones o sobre adultos mayores de más de setenta, que muchas veces usan un solo caso para tratar de explicar a todos. “Esta persona que tiene 90 años y va a la universidad” o “Esta persona que a los 65 funda una nueva empresa”. Casos especiales. Nosotros queríamos mostrar que hay una diversidad increíble, por un lado; y por otro, este enfoque que tenemos, que no es alarmista, que habla de oportunidades y que no se enfoca en la salud ni tampoco en la jubilación, que son los dos temas más transitados. Tenemos más cosas que hablar y que pensar que solamente si me duele la espalda o entré en climaterio.

–M.d.P.: Es una conversación que tendría que estar en la mesa de todos. Porque vos te vas a tener que reinventar en tu vida de acá hasta que te mueras por lo menos tres veces, por el aumento de la expectativa de vida. Es un tema del que no se habla, y si no se habla no existe. Pero sucede. ¿Entonces qué vemos? Personas de cincuenta, sesenta, setenta años con mucho para brindar. Hay una madurez creativa a los 60 años.

–T.B.: En la Argentina, vivimos siempre al borde del precipicio, y hay discusiones complicadas e importantes que muchas veces quedan atrás por lo urgente. Pero en estos meses, por ejemplo, en todos los portales del mundo se habló de Francia y los levantamientos porque el presidente Emmanuel Macrón trató de aumentar dos años la edad jubilatoria. Ese debate jubilatorio es muy complejo y de mala resolución, porque no hay resoluciones buenas: todas las soluciones son malas, lo que hay que hacer es poner en discusión el tema de que todos los sistemas jubilatorios del siglo XX, para la longevidad que estamos viviendo, no funcionan. Queremos traer también esos temas.

–M.d.P.: Si miramos a nuestro alrededor, quizás veamos que estamos mucho más rodeados de personas activas en la “tercera edad” de lo que nuestros prejuicios nos hacen creer. Los parámetros con los que pensábamos el paso del tiempo cambiaron rotundamente.

–La palabra “viejo” ha ido cambiando en su uso. Viejos son los trapos, por ejemplo, fue una expresión que usaban nuestros mayores para desmarcarse de esa palabra. ¿Cómo piensan el uso cotidiano de esa palabra?

–M.d.P.: El concepto de viejo quedó viejo. Con esa palabra nos tocará tomar dos caminos: o la reivindicamos, como se reivindicaron las minorías con sus palabras, o vamos a tener que buscar otra salida, que es adulto de determinada edad. Cuando pensamos en viejo pensamos en algo unidimensional, pero nunca como antes, gracias a la revolución digital, se envejece de tantas maneras distintas. Esa unidimensionalidad de los mayores dejó de existir.

–T.B.: Viejo también está cruzado por lo interseccional. En nuestras charlas usamos dos insultos típicos como ejemplo: vieja de mierda y viejo puto. Son dos usos de viejo donde es mucho más rico lo que estás tratando de estigmatizar o de oprimir. Con vieja de mierda se te viene toda la misoginia y todo lo que la sociedad pone también en el género. Y viejo puto te marca también una exclusión: la vejez a veces es la exclusión de la exclusión. Es una palabra complicada, no hay duda. El subtítulo del libro es “ni jóvenes ni viejos” precisamente por esa complejidad. Faltan palabras.

–Qué pueden decir sobre el planeamiento jubilatorio, que es un gran problema para la generación invisible?

–M.d.P.: ¿Qué edad tenés vos?

–40 años.

–M.d.P.: Bueno, ya estás tarde, por ejemplo. Hoy, una persona que quiere tener una vida tranquila tiene que empezar a pensar en su jubilación entre los 28 y los 35 años.

–T.B.: Hay que pensar que vamos a vivir 80, 90 años, y alguien joven que lea esta charla quizás 100. Entonces no podés pensar que a los 65 te quedan, como faltaban antes, 10 años de tu vida. Antes, entre los 65 y los 75 años se cerraba la vida. Ahora, cada vez más gente llega hasta los 90. De modo que un tercio de tu vida va a estar luego de los 65 años. ¿Entonces cómo no le vas a dar la misma importancia que al primer y al segundo tercio?

–M.d.P.: Acá nadie está romantizado, pero tenemos una nueva temática que es la longevidad productiva, que quieras o no la tenemos que encarar como sociedad. Eso se cruza con las nuevas formas de familia.

–¿En qué sentido?

–M.d.P.: Bueno, hablaba por ejemplo con una chica de treinta y pico que me decía que está pensando en quién la va a cuidad cuando sea grande, porque ella no quiere tener hijos. Cada vez habrá menos parejas sin hijos. Como sociedad, tenemos la idea de que el cuidado estará en manos de nuestra descendencia. El Estado no lo va a poder hacer, ya lo sabés. De modo que es algo que hay que planear, pensar, hablar.

–Últimamente empecé a escuchar, en gente de mi edad, la idea de comprar dentro de 20 o 30 años algo entre amigos para pasar la vejez compartida de ese modo.

–M.d.P.: Pero eso tiene que salir del campo del deseo y pasar al de la acción. ¿Quién hace el Excel para empezar ya a ahorrar el dinero para comprar el campo donde los amigos van a vivir?

–T.B.: Nuestros abuelos no imaginaban otro amor que no fuera el único amor. El formato de familia monogámico y tradicional (en los papeles, por supuesto). Nuestros padres incorporaron el divorcio. Y nosotros consolidamos la idea de la familia ensamblada: hoy es más raro encontrar familias no ensambladas. Pero creo que el gran paso que nuestra generación empieza a dar es la idea de que familia ya no es solamente el lazo sanguíneo. Hay personas que van a encontrar en eso mucho alivio, porque tienen una familia de lazo sanguíneo que no los potencia, que los inhibe, que los oprime. De modo que hay amigos que pueden envejecer juntos. Pero luego falta la acción, efectivamente, porque no hay estructuras que te permitan eso hoy.

–Otro tema que tocan en el libro son las relaciones intergeneracionales, más comunes ahora que antes.

–M.d.P.: Antes, todos tus amigos tenían tu edad. Hoy hay un término que es lo “perennials”: son personas que se agrupan por intereses y no por edad. El concepto de generación sigue sirviendo para tener algunos drivers para comprender algunas cosas, pero eso también está en jaque.

–T.B.: Nosotros tratamos de aportar soluciones pero no somos romantizadores tampoco. Cuando nos preguntan por lo intergeneracional, decimos: va a doler. Va a haber fricciones. No es que te vendemos una idea de que un adulto, con un niño, con un centennial, con un invisible se van a juntar y va a estar todo bien. Pero te guste o no, es el trabajo que hay que hacer, porque efectivamente seguimos acá, todos siguen laburando y creciendo, y esos cruces se van a dar cada vez más.

–Hubo un caso en esto días, de Ana Obregón, que subrogó un vientre a los 68 años y se suscitó un debate en torno al caso. ¿Qué dilema hay ahí?

–M.d.P.: Como sociedad tenemos que pensar qué pasaría si Ana Obregón fuera la abuela que recibe al nieto de la hija muerta, sería una heroína. Al tomar la decisión de criar ella una persona, cambia el asunto. Y esto puede sonar excéntrico, pero también hay que pensar que traer una vida al mundo es de los hechos más contaminantes que hay. En ese sentido, el cambio climático se mete en toda esta discusión que estamos teniendo.

–De hecho, el cambio climático trajo peleas generacionales. Los más jóvenes acusan a los más grandes de que les dejaron un mundo contaminado y destruido.

–T.B.: En el libro hablamos de la guerra en curso. Es la guerra entre boomers millennials. Gente de más de 65 y de menos de 40: vos me estás dejando un mundo en llamas, muchas desigualdades, mucha inequidad. Y los boomers dicen: son hipersensibles, almas de cristal, no se les puede decir nada, ustedes todavía no construyeron nada. Y nosotros, desde esa generación invisible, decimos: los misiles pasan por arriba nuestro, pero en realidad podríamos ser nosotros los puentes. Nosotros fuimos analógicos, pero somos muy digitales hoy. La pregunta es por qué nosotros estamos siendo invisibilizados.

–Los boomers fueron una generación mítica: los años sesenta, hippies, el psicoanálisis, luego yuppies, ahora conservadores. Los millennials son los del nuevo amor, la revolución digital, de género. Queda la sensación de que la generación invisible no produjo un hito cultural.

–T.B.: Somos una generación más chica demográficamente. Poscovid, la generación más representativa del planeta son los millennials. Precovid, los boomers. Nosotros siempre fuimos pocos. Los centennials quizás también sean menos, porque hay menos niños naciendo en el mundo. Creemos entonces que se está gestando algo muy importante. Usemos el ejemplo de Miriam: alguien de cincuenta y pico, que tiene una hija en la primaria y está creando una startup… puede parecer raro pero no es increíblemente excepcional. Todavía no es la regla, pero nada más. Por otro lado, nuestros padres nos educaron para que no sobresaliéramos. Un valor para nuestra generación es no llamar la atención. Tratamos de no ofender a nadie.

–M.d.P.: Al mismo tiempo, somos la generación que llevó los hijos al trabajo, que peleó por los espacios de lactancia, que profundizó los ideales de feminismo, que empezó a cuestionar lo heteronormado para que los millennials lo profundizaran. La historia argentina es muy clara en eso. El rol de los homosexuales de nuestra generación fue fundamental para abrir todo lo que está pasando ahora. Por supuesto que los que hacen más ruido son los más jóvenes. Pero muchas cosas que vemos hoy empezaron con los invisibles.

–T.B.: Nosotros somos la última generación que accedió a un crédito hipotecario. Los millennials y centennials tienen que esperar a que se muera alguien para acceder a una vivienda. Los millennials son la generación peor paga de la historia.

–Eso trae una perspectiva importante que es la económica. Podemos hablar de generaciones, pero no es lo mismo alguien nacido en un barrio pobre que en un barrio de clase media o clase alta. En ese sentido, ¿es problemático usar la palabra generación?

–T.B.: Nosotros usamos el concepto de generación como escalera: nos permite llegar hasta un punto pero luego la tiramos. Lo que sospechamos es que no sirve más que para marcar en qué momento histórico llegaste a este planeta. Nada más. Las transformaciones son tan profundas, que sin perspectivas interseccionales ya no se puede pensar. Incluso si tu vecino de al lado se crió sin padres, o con otro color de piel, o con otra orientación sexual a la tuya, ya tenés otra vida, aunque sean de la misma generación. El edadismo se funda en esa mentira: la mentira de la homogeneización. Todos los de 50 se tienen que ver así. Todos los de 40 tienen estos gustos. Es mucho más profundo y, aunque en la Argentina siempre haya temas más urgentes, hay que empezar a hablar de esto porque es el futuro y porque es más constitutivo de lo que creemos.

BÁSICOS

Tomás Balmaceda
​Es licenciado y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad es Investigador en el IIF (SADAF/CONICET) y se desempeña como docente de nivel de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires, UCES, Universidad Di Tella y Universidad de San Andrés. Durante más de una década investigó en el área de la filosofía de la mente. Es autor de Los 90. La década que amamos odiar (Ediciciones B) y, junto con Agustina Larrea, de Quién es la chica (Reservoir Books).

Miriam De Paoli 
​Es periodista e innovadora social con experiencia en medios y comunicación estratégica organizacional. Es fundadora y CEO de No Pausa, organización latinoamericana que visibiliza y desarrolla soluciones para el climaterio y la menopausia. También creó Data8 Latam, think tank que analiza el fenómeno de la longevidad.

Generación invisible
Tomás Balmaceda y Miriam De Paoli
Galerna
​208 págs.

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